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Rolando Cárdenas, el poeta que pasa por contrabando el misterio en palabras simples Su antología está a disposición del público por DscnTxt Editores

Rolando Cárdenas, el poeta que pasa por contrabando el misterio en palabras simples

En el carácter aparentemente inofensivo de sus versos, Rolando Cárdenas, radica su fortaleza. “Su marginalidad fue en él un gesto consciente”, (…) cuando la poesía, lo que él más amaba, se convirtió en oficio de catacumbas”, reflexiona


«Yo soy Rolando Cárdenas, soy un estudiante pobre, no tengo recursos para comprar los libros y me gusta mucho la poesía. Entonces vengo aquí a la Biblioteca y hago mi antología personal de la poesía chilena.» Son las primeras palabras que el estudiante de ingeniería en construcción civil le dijo al poeta Jorge Teillier, cuando se conocieron en la Biblioteca Nacional, según un texto reproducido en el libro El viajero de las lluvias.

Aparecida el 2015, más de medio siglo después de ese encuentro, la antología de Rolando Cárdenas, (1933-1990), sale por cuenta de DscnTxt Editores, a cargo de Juan Carlos Villavicencio (Puerto Montt, 1976) y Carlos Almonte (Santiago, 1969). ¿Cuál es el interés de las generaciones actuales en una figura que pasó inadvertida ante editoriales de renombre? Examino un fragmento de Revelación de la nieve, en busca de motivos:

Cuántos sepulcros recordamos soñando.

Nos habitan ausentes

desde ayer, hoy y mañana.


Cuánto asombro


como si fuera un fruto

al que no nos hemos acostumbrado.

En el carácter aparentemente inofensivo de estos versos reside su amenaza, su destreza para pasar de contrabando el misterio en palabras simples. Algo ha sucedido en los lectores que permite detectarlo. Aparece en abril otra pista que nos lleva a sujetos similares, en La Serena, Ignacio Herrera (La Serena, 1969), y Paula Ceballos, (Atacama, 1977) quienes bajo el sello Bordelibre ediciones financian una reedición de Tránsito Breve, la primera obra de Rolando Cárdenas. Constituye una confesión temprana, como en el retrato hablado que el autor de Punta Arenas titula El hombre cotidiano:

(…)

Se nace una mañana empapado de alba

después de recorrer la infancia más remota,

después de volver del colegio

comiendo una naranja lentamente,

sin fijarse mucho si estamos sobre un puente,

sin ver apenas cómo alas dibujan el paisaje.

¿Cómo es que estos contenidos clandestinos del sur llegan a la región Coquimbo? Hay indicios en la zona de la presencia de Álvaro Ruiz (Ottawa, 1953), quien fue avistado en repetidas ocasiones a la mesa de Rolando Cárdenas en Nueva York 11, en el centro de la capital de la República. A pesar de que sus antecedentes como poeta en los registros oficiales son escasos, existen pruebas contundentes de que comparte el oficio de Cárdenas y aún ciertas claves codificadas en sus libros lo vinculan con él y a ambos con el ya mencionado Jorge Teillier, asiduo de la Unión Chica: alusiones al lugar de origen, lealtad al paisaje que no corresponde a la visión panorámica nacionalista ni clasifica como vanguardia. Se desconoce quién fue el cabecilla de esta urdimbre. Se atribuye al traspaso de información en largas jornadas de ocio disipado, durante las cuales se reafirman mutuamente en sus convicciones.

El testimonio de Ramón Díaz Eterovic (1956), originario también de Punta Arenas, arroja evidencias adicionales sobre el carácter de las reuniones en «La Unión Chica»: “Un bar que me hace recordar un poema de Rolando que dice: «Es bueno sentarse entre amigos y vasos a observar cómo todos abandonan algo suyo en la música que los impulsa y transforma en seres sin huesos, mientras la noche trepa por los muros»”. Desde el prólogo de El viajero de las lluvias Eterovic contribuye a la tesis de la importancia disimulada de Cárdenas: “poseía una fuerza interior que no iba en relación con su figura ni con la impresión que de él se formaban quienes lo conocían por primera vez.”

Por otra parte, la complicidad de Álvaro Ruiz en la aparición de Tránsito Breve queda al descubierto en el prólogo que porta su firma y del cual se reproduce a continuación un revelador pasaje: “Conversar con Cárdenas era rescatar conciencia de lo efímero, adentrarse en un bosque sin sol y sin madre, con el viento frío en la cara, observando en lontananza distintos paisajes hacia la Antártica, de pie, en pleno invierno de la provincia, sobre los gélidos pastizales de esas gélidas latitudes geográficas”.

Bordelibre Ediciones tiene antecedentes en la reedición de obras extraviadas. El año pasado lanzó Tiempo, medida imaginaria, (original de 1959) libro de Stella Díaz Varín (1926-2006), la insurrecta ciudadana ilustre de La Serena. Díaz Varín y Cárdenas no publicaron en vida bajo el mismo sello editorial, pero hoy aparecen reunidos por Bordelibre Ediciones. Tal ejercicio deliberado de criterio apunta una resistencia a operar con los libros como mercancía. ¿Quién va a buscar en las librerías a autores que en su momento circularon poco? Si bien surgieron bajo el gran impulso poético chileno del siglo XX, alcanzaron la madurez bajo el régimen militar, cuando cualquier estudiante con un libro bajo el brazo era sujeto a control de identidad.

Respecto a Cárdenas, Eterovic revela: “Su marginalidad fue en él un gesto consciente”, (…) cuando la poesía, lo que él más amaba, se convirtió en oficio de catacumbas”. El resurgimiento de estos ejemplos puede encontrar resonancia en las regiones, donde empiezan a sobresalir obras. El desacato al dominio centralizado sobre las publicaciones que resulta en la circulación de las ideas y el intercambio de paisajes y tiempos es financiado por editores que surgen del ámbito universitario, obstinados en ese ejercicio de ciudadanía que es la publicación, sin que se sepa si terminaron siquiera de pagar sus estudios. Es posible que se identifiquen con la figura de Rolando Cárdenas, cuyo oficio o arte oscuro permanece bajo sospecha, al margen de la ley de la oferta y la demanda.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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