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El arte de ver sin ser vista. Una mirada a la presencia masculina que requiere ser revelada

El arte de ver sin ser vista. Una mirada a la presencia masculina que requiere ser revelada

La mirada es tan activa como la espada, la cámara, el bisturí, el lápiz, o cualquier otro apéndice que haya ejercido su dominio sobre el cuerpo, del arte a la publicidad. La paradoja de la presencia masculina es la de imponerse – imposible no verlos- y la de ocultarse dentro de esa imposición. No sabemos cómo son los hombres. Ellos mismos no lo saben o no quieren saberlo, semejantes a Menelao cuando va a reencontrarse con Helena, la que huyera con el bello Paris Alejandro, llevando un escudo por todo vestido.


Los primeros días de llegar a Chile veía que me miraban mucho, como si fuera la primera turista en la historia. Primero pensé que era asunto de ellos, de hacerme tomar nota de su mirada.

Después entendí que me miraban mucho porque yo los miraba mucho, con una curiosidad que había esperado 22 años, sintiendo que los veía por primera vez tras 22 años; Penélope en el país de los Ulises.

Y era como escuchar mi voz grabada por primera vez: el desagrado del reconocimiento. Después de haber sido la extranjera, volver a ser una chilena más, un minion contra un fondo amarillo.

Luego empezaron a saltar la singularidades. Las mías y las del otro. Ahí es cuando comencé a entrenarme en el arte de ver sin ser vista, en el cual Vicente Huidobro parece haber sido un maestro:

Me paseo por el mundo sin mirar el mundo, me paseo por el mundo sin oír el mundo, me paseo en silencio, me paseo semejante a la dignidad de un muerto. (Temblor de cielo).

Un arte necesario en un país de unos 18 millones de habitantes, donde el otro existe de reojo. Y tanto así te pueden ver sin mirarte, y tanto así puedes mirar sin ser vista, que es posible el amor al primer disimulo. Diré más: el amor a la chilena consiste en la incertidumbre de si habrás sido vista o no. Esa es su ceguera. (Se dice que de las formas de hacer el amor, prefieren aquellas en que los ojos no se encuentran). Dicho arte del disimulo está quizás emparentado con el ocultamiento en un país pequeño. No en balde el océano antes que todo fue contaminado al usarse como fosa común. Quienes supieron sobrevivir, hicieron gala de verdadero talento para el clandestinaje y la huida.

Colección Museo Histórico Nacional. Santiago-Chile.

Archivo Fotográfico Museo Histórico Nacional

I. Del taco de ojo a la sopaipilla

Echar un taco de ojo se refiere en México al solaz de una buena vista, en cuanto a paisaje humano, sea en el gimnasio, en la playa, o con un poco de suerte, en el metro. En consecuencia, lo primero que llegué a comer a Chile fueron sopaipillas. Es un nombre algo prosaico para este peinado de moda entre los muchachos: pelo largo arriba y al ras en la nuca. Puedes verlos pasarse de tanto en tanto la mano por el mechón que cae a la frente, y que algunos reintegran a un casco perfecto y otros a un desorden calculado, que descubre la oreja, destaca el trazo de la mandíbula y el triángulo invertido del nacimiento del cabello. Así era el peinado del primer taxista que me condujo por Santiago.

Vi en el retrovisor unos ojos muy femeninos, con las cejas perfectamente delineadas, las pestañas largas. Mi reacción automática fue clasificarlo como gay mientras al tiempo otra pulsión me llevaba a sonreír y ponerme cómoda. Las cejas uniformes se lucían en toda su extensión equilibrando lo disparejo de los ojos, siempre distintos uno del otro. Los peinados precisos no aguantan cejas silvestres.

Así llevaba también bajo el sombrero las cejas uno de los tres chinchineros que vi en el verano: músico que lleva la percusión en la espalda, toca para atrás, sin ver, toca con los pies, y baila al tiempo en que hace sonar un platillo. El hombre orquesta en yeso que hizo mi padre en el exilio cobró vida, color, sonido, escala humana en la avenida Valparaíso. Dos jóvenes y un no tanto, alternaban sus solos de baile, traje y sombrero relucientes, para acabar con una elaborada coreografía. Sí, sí. Todo era lucirse, mostrar la hombría en jolgorio, remacharla, torcerla de gracia; abrirle paso al verano entre el gentío. Mitad acróbata, mitad músico; varón que zapatea provocando al terremoto. Será por eso que en Valparaíso la gente considera de mala suerte darles plata.

Volviendo a la sopaipilla, la idea del pan en la cabeza no es nueva; la antecede la hallulla, pan de trigo que se atribuye origen árabe, y que fuera sombrero.

Colección Museo Histórico Nacional. Santiago-Chile.

II. La llegada de los hombres desnudos

A fines de 2012 el museo Leopold en Viena organizó la muestra Hombres Desnudos, que repasaba las representaciones del desnudo masculino a partir de 1800. Del material que subsiste en la red se aprecia un acento en el homoerotismo, es decir en la mirada del hombre por el hombre, advertible en un gusto por el dramatismo, el heroísmo del cuerpo sometido a hazañas o martirios, sea Prometeo ante el buitre o San Sebastián ante las saetas de los soldados.

Los carteles que promocionaban la muestra en la ciudad fueron criticados por lo explícito. Esta exposición de trasladó al Museo de Orsay en París al año siguiente bajo el nombre de Masculin / Masculin, en referencia a la muestra anterior Feminine /Masculine y fue descrita por Philippe Dagen en The Guardian como dispareja, en cuanto a la altura de los artistas, incompleta, por ciertas omisiones, y confusa en torno a las épocas y contextos, señalando como el mayor mérito el de satisfacer la curiosidad.

Bajo el título de El hombre al desnudo, la muestra fue adaptada y complementada por el Museo Nacional de Arte en Ciudad de México el 2014 y su promoción a través de Facebook ocasionó el cierre de la cuenta del museo, como si fuera la red un templo de pureza con respecto a lo que circula y no una cadena de lugares comunes que incluyen a los cuerpos.

Con todo y censura, o tal vez por causa de ella, es evidente que el tema del desnudo masculino y la visión del hombre en general es sujeto de interés renovado, y tal vez de intereses, en el mundo del arte. Con otro sesgo se presenta en Bellas Artes en Santiago la muestra En (clave) masculino. Se trata de la exploración de Gloria Cortés en el archivo del museo que rescata y articula con enfoque de género una serie de obras, divididas en dos alas, una denominada Poder y sumisión, que destaca la mirada sobre la mujer, sobre los niños y lo andrógino, junto a imágenes de la violencia física; e Identidades Masculinas, donde resalta la sala de retratos y autorretratos de personajes influyentes de Bellas Artes, todos hombres.

En este marco aparece ese desnudo masculino normalizado por la escuela neoclásica en que las alusiones a la cultura grecolatina daban permiso de dibujar y pintar esos cuerpos tan desnudos y tan armados como algunos pueblos indígenas a los que no pensaríamos asociarlos. La exposición aparentemente busca mostrar “las prácticas de lo masculino que han funcionado como ejes de articulación de la modernidad chilena”. Un objetivo, en tanto visual, difícil de alcanzar, a pesar de los extensos textos que acompañan la selección, misma que parece compartir con la del museo de Orsay una cierta saturación en que se mezclan los estilos y se pierden los contextos.

Colección Museo Histórico Nacional. Santiago-Chile.

Archivo Fotográfico Museo Histórico Nacional

III. Hombres chilenos, piezas de museo

La exposición Hombres entre dos siglos, XIX-XX, del Museo Histórico Nacional respondía la pregunta por lo masculino desde la fotografía y la vestimenta, en contraste de la desnudez pictórica de los museos mencionados. La foto de un caballero con sombrero de copa te daba la bienvenida a un recorrido por el retrato, ambientado con utensilios de la vanidad, donde convivían, entre otros, un viejo campesino, un panadero europeo, un equipo deportivo de antaño.

La muestra acompañaba a un trabajo más extenso de selección, el libro Retratos de hombre, 1840-1940, atendiendo a la democratización del retrato, el contexto social, las masculinidades y la evolución de la moda, con los estudios correspondientes. Entre otras cosas, se hallan ahí elementos que permiten localizar al ideal masculino inglés en el contexto chileno, emanado de Valparaíso; el gentleman, emperador de trenes y fábricas, contraparte del soldado y el cura, cuya opacidad es el negativo de las cortes francesas, lo alejado del rito, lo femenino, lo animal. El abrigo oscuro de la foto en blanco y negro, lo más lejos posible de la oveja matriz. El cliché, el estereotipo, (palabras del mundo impreso), lo estandarizado, producción de vestimenta en serie que nos recuerda la lluvia de hombres idénticos de un cuadro de Magritte.

Colección Museo Histórico Nacional. Santiago-Chile.

Archivo Fotográfico Museo Histórico Nacional

Atisbamos a la burguesía que ostenta la moda, hombres ablandados por el privilegio. Aparece el hombre pobre, campesino, fuerte y explotado, brutalizado, visto desde los retratistas europeos, pioneros en el oficio. Entre medio de esta desigualdad antierótica, la expectadora encuentra la mirada sostenida, durante el largo tiempo de exposición, de un hombre no identificado, tan elegante como fuerte. Mirada hacia esa máquina fotográfica parecida a un cañón, tecnología adoptada tras la guerra que también influye en la vestimenta.

El libro apunta a lo que solía ser un hombre. Habla de la necesidad de perpetuarse, más que de la necesidad de verse; el afán de mostrarse, el convencimiento de ser de una manera. Revela el camino del clic, cada vez más extendido y rápido, que hoy culmina en el selfie del muchacho en las redes.

El libro Retratos de hombre, 1840-1940 se encuentra disponible en la página del museo, y en una bella impresión, este fin de semana a mitad de precio, recomendable incluso para contextualizar los propios álbumes familiares, y admirar retratos de personajes célebres, como el de José Santos González Vera; todos, dicho sea de paso, realizados por hombres. Hacia el final de su texto se pregunta la curadora Carla Franceschini: si la mujer hubiera tenido la posibilidad de ser considerada en la fotografía, ¿la representación sería como la conocemos?

Colección Museo Histórico Nacional. Santiago-Chile.

IV. Evidencia oculta

Tanto la exposición de Museo de Bellas Artes como la del Museo Histórico Nacional permiten situar a esta recién llegada delante del hombre chileno y combatir la idea general de que mirarlo es mal visto.

La mirada es tan activa como la espada, la cámara, el bisturí, el lápiz, o cualquier otro apéndice que haya ejercido su dominio sobre el cuerpo, del arte a la publicidad. La paradoja de la presencia masculina es la de imponerse – imposible no verlos- y la de ocultarse dentro de esa imposición. No sabemos cómo son los hombres. Ellos mismos no lo saben o no quieren saberlo, semejantes a Menelao cuando va a reencontrarse con Helena, la que huyera con el bello Paris Alejandro, llevando un escudo por todo vestido.

Al igual que sucede con la dictadura, donde junto a un discurso desgastado hay una verdad subexpuesta, la presencia del hombre requiere se revelada aún, en especial por la mirada de la mujer, que mientras es mirada, también mira.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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