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Otra pérdida para el Teatro Nacional de Chile: Egon Wolff Opinión

Otra pérdida para el Teatro Nacional de Chile: Egon Wolff

Todo esto a cuenta del fallecimiento a los noventa años de uno de los dramaturgos más sólidos de la escena nacional. El interés por su teatro me llevó a una recolección de lo que estimé los mejores artículos sobre su producción dramática, tanto chilenos como norteamericanos.


Cuando tuve que determinar mi campo de especialización durante mi doctorado en la Universidad de Iowa, escogí el teatro latinoamericano. Razón: mi padre y su hermano Nazario fueron actores del conjunto Ateneo Obrero, anarquista, de Iquique. En 1963 tuve ocasión de ver “Los Invasores” de Egon Wolf, bajo la dirección de Víctor Jara.

Todo esto a cuenta del fallecimiento a los noventa años de uno de los dramaturgos más sólidos de la escena nacional. El interés por su teatro me llevó a una recolección de lo que estimé los mejores artículos sobre su producción dramática, tanto chilenos como norteamericanos. Lo editó Nascimento en 1985, “La Dramaturgia de Egon Wolf. Interpretaciones críticas (1971-1981)”. En mi primer regreso a Chile, fui a ver la representación de “José”. Una llamada telefónica me pone en contacto con él, y accede a brindar parte de su tiempo para una conversación que se realizó en el “Café Colonia” en Mac lver con Agustinas. Físicamente recuerda a Curt Jurgens. Pero su chilenidad brota de su lenguaje y maneras. Espontáneo, abierto, no trepida en mencionar casos y nombres para ilustrar su argumentación. La conversación se enfoca en “José”, su última obra estrenada en el Teatro Municipal por la Compañía Teatro de Cámara (1980).

Al preguntarle el por qué del largo silencio, menciona que “Flores de papel” (1970) le produjo una experiencia traumática con su público, el cual no reaccionó, no comprendió, la consideró una obra hermética. Agrega que sin embargo en Europa, atrajo la atención de diversos productores, siendo representada en Dinamarca, Suecia, Noruega, Finlandia y Grecia. Rodeado de una cierta actitud sospechosa por el público y su medio ambiente, Wolff se recluyó autoralmente, pero para un hombre cuyo trabajo real es la literatura y no la ingeniería química, esto era un imposible. Precisaba seguir adelante en su producción y optó por lo que él denomina «obras cordiales,» no conflictivas, simples estudios de la vida, cosas humanas, de donde surgieron “Kindergarten” (1977) y “Espejismos” (1978). En declaraciones periodísticas, justificó este tipo de dramas, comentando respecto a “Espejismos”: “Antes había en mis obras una intención de crítica social que se sobreponía al conflicto y al desarrollo del tema; ahora he dejado que la situación surja de los personajes mismos y que ellos la resuelvan”. En 1970 expresó: “Después de todo uno escribe porque hay cosas que lo inquietan, lo angustian terriblemente y hay necesidad de comunicarlas. De ahí a convencerse que las cosas salen bien, hay un gran paso. Conversamos sobre “José”. El protagonista ha vivido en EE.UU., de donde retorna después de varios años. Su familia – el abuelo, su madre y su hermana – vive en la casa de su cuñado, un poderoso industrial que ejerce un control total sobre la familia. El abuelo vive relegado en un asilo de monjas. Como lo expresa uno de los personajes, «la plata de Raúl lo posee todo.» José llega a este medio y trata de despertar lo que está dormido en su familia: el cariño y amor hacia el abuelo, salvar a su hermana menor de un casamiento por conveniencia, renovar en su madre la alegría por la existencia y el amor.

En su vida en Chicago, en un medio enajenado, José rompe con el esquema y se refugia en una filosofía humanista y cristiana. Regala su apartamento a unos necesitados y vive con unos «hermanos» quienes le dan el calor, el ímpetu para seguir viviendo. Agrega Egon Wolf: “Es un poco el personaje de Jack Kerouac en “On the road”. Wolff insiste en que José “debe” tener algo de personaje bíblico. Lo dramático, lo terrible para Egon Wolff, es que en el momento actual, en la mente de los burgueses y semi- burgueses que existen en Chile, ya no cabe la posibilidad de que el amor sea el idioma entre los hombres. El pragmatismo ya no permite concebir individuos como José. El personaje ha sido calificado (indicación de que molesta subconscientemente) de «ocioso de m . . .», «patán,» «amargado,» «comunista.» Con estas etiquetas se desconoce el problema.

Anochece en Santiago y Egon Wolff tiene sus compromisos. Yo soy sólo un turista en búsqueda de algunas raíces, en un país que desconozco, después de años de ausencia. Nos despedimos con un fuerte apretón de manos. Al caminar por las calles santiaguinas no me abandona la escena final marcada por la salida de José y el Abuelo, de la casa en que el lucro prima. El pasado y el futuro no tienen cabida en esa sociedad en que únicamente el presente rige sus vidas. Las palabras con las cuales se cierra el telón, son simples y profundas. Al ofrecérseles un taxi para dirigirse a su nueva morada, responden: «Tenemos todo el día; nos iremos caminando.»

Pedro Bravo-Elizondo
Wichita State University

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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