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El cine y la vida de Pablo Perelman, un recorrido por las alegrías y dolores del Chile de los últimos 50 años

El 7 de marzo la Cineteca Nacional cumple un nuevo año resguardando, recuperando y difundiendo el patrimonio audiovisual de Chile. Para celebrarlo ha programado una muestra de sus tres filmes como director: «La lección de pintura», «Archipiélago» e «Imagen latente».


Recorrer la biografía y el cine del director Pablo Perelman (Santiago, 1948) es toparse con una generación de artistas cuya juventud explotó en los años 60, vivió la gloria del arte durante la Unidad Popular, sobrevivió a los golpes y rigores de la dictadura militar y luego se adaptó como pudo a la transición y la democracia de baja intensidad que dejó el general Augusto Pinochet.

La vida de Perelman tiene ribetes cinematográficos: por sus estudios de cine vivió en Europa los fines de los años 60, y al saber del triunfo de Allende y viajó varios meses con unos amigos desde Canadá hasta Chile en auto y en bus. Al llegar se codeó con las luminarias del séptimo arte chileno, partiendo por Raúl Ruiz, Miguel Littín y Patricio Guzmán, en una época inolvidable por la épica que se vivía.

Se debió exiliar en 1975 luego del secuestro por la DINA de su hermano Juan Carlos, militante del MIR al igual que él y su amigo y compañero de casa, Jorge Müller, que corrió la misma suerte. El camarógrafo de La batalla de Chile había sido raptado secuestrado la noche siguiente al estreno de la película que Perelman codirigió con Silvio Caiozzi, A la sombra del sol (1974).

Tras volver en 1979, Perelman siguió trabajando en cine hasta que logró filmar su primer largometraje, Imagen Latente (1987), protagonizada por Bastian Bodenhöfer, el galán de teleserie de la época, que interpretaba en el film a un hombre que busca a su hermano desaparecido y que sería prohibida el año siguiente, el del plebiscito. Esa es justamente la película que se podrá ver este martes en la Cineteca Nacional (Plaza de la Ciudadanía 26, Metro Moneda), en el marco de una retrospectiva dedicada al realizador, que también cuenta con las obras Archipiélago (1992) y La lección de pintura (2011).

«Debemos poner en valor y difundir cinematografías nacionales que representan una trayectoria artística y una parte importante de la historia del cine chileno permitiendo que sea conocida por todo tipo de público y para distintas generaciones. El año pasado realizamos un homenaje a Raúl Ruiz, este año iniciamos nuestro festival con una muestra de la obra de Ricardo Larraín y escogimos a Pablo Perelman para conmemorar nuestro aniversario porque se cumplen 30 años del estreno original de Imagen latente en el Festival de Cine de La Habana en 1987. Esta película estuvo asociada a un largo proceso de censura y no pudo estrenarse en la fecha que estaba pensada en su época, por lo que nos pareció interesante marcar el hito de su estreno original, que no fue en Chile», señala Mónica Villarroel, directora de la Cineteca.

Este martes, las actividades comenzarán con la mesa redonda “Estética y memoria en la obra de Pablo Perelman”, a cargo de los académicos e investigadores Pablo Corro, Claudia Bossay e Iván Pinto.

Luego, a las 20:00 horas, será la proyección de Imagen Latente, a la que seguirá un Cine Foro, instancia en la que el público podrá conversar con el equipo realizador. Se contará con la presencia del director, de los actores Bastián Bodenhöfer, Gloria Münchmeyer, Shlomit Baytelman, y el director de fotografía de la cinta, Beltrán García. El filme continuará en temporada en la pantalla grande de la Cineteca hasta el 19 de marzo.

«Yo hago cine político, en la medida en que lo que llamamos política es un acto de comunicación, es un relato también», señala Perelman al ser consultado sobre una definición de su quehacer. «El cine y la literatura son las formas artísticas de reflexión que tiene la política, y yo hago un cine de reflexión. Quiero que mi cine forma parte de una discusión, de un proceso de contradicciones, de intercambios, de debates que existen en la sociedad. Yo hago películas para entrar en ese debate».

Imagen latente

Cinéfilo empedernido

Perelman se crió en un hogar acomodado de izquierda, como uno de cinco hermanos, en Providencia. Los antepasados de su padre fueron judíos ucranianos que emigraron. Estudió la secundaria en la Alianza Francesa y fue desde muy temprano un cinéfilo empedernido, asiduo visitante de los cines Marconi y Pedro de Valdivia en su barrio, pero también de otros como el Huérfanos, el Central y el Lido, en el centro.

En aquella época vio «todo lo que pudo» e iba «a lo que hubiera»: desde la ciencia ficción al western, pasando por el cine negro, los policiales, las películas soviéticas.

Recuerda especialmente La noche de la iguana (1964), el clásico de John Huston, basado en una obra de teatro de Tennessee Williams. Esta película cuenta la historia de un ex sacerdote alcohólico (Richard Burton) que se retira a México y se convierte en guía turístico de un grupo de profesoras jóvenes, una de las cuales intentará seducirlo. Perelman recuerda que la película le impactó «por su crudeza moderna».

Cuando terminó el colegio, ingresó a estudiar Ingeniería en la Universidad de Chile. Siguió viendo cine con furia, como el latinoamericano. Era 1966.

Sin embargo, no terminó la carrera. Empezó a pensar en hacer cine él mismo. No sólo era un tema artístico: como militante revolucionario, Perelman quería trabajar para que el séptimo arte fuera una de las herramientas para lograr cambios en la sociedad.

En 1968 empezó a funcionar la Escuela de Cine de Viña del Mar, a la cual ingresó Perelman y donde conoció a personajes como Jorge Müller, Valeria Sarmiento (la mujer de Raúl Ruiz) y el sonidista Pepe de la Vega. No alcanzó a estar mucho. Ese año, viajó a Sofía, Bulgaria, para participar en el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. Y se quedó en Europa.

Su idea era estudiar cine en París, pero ese año el Instituto de Estudios Cinematográficos (IDHEC) no abrió cupos. Optó por ir a Bruselas, donde tras unos exámenes interminables fue admitido en el Instituto Superior de Artes (INSAS). Sus compañeros eran casi todos extranjeros, latinoamericanos y africanos. Allí aprendió el oficio, aunque no alcanzó a titularse: en 1970, sintió el llamado de la Revolución «con sabor a empanada y vino tinto» que se celebraba en Chile tras el triunfo de Salvador Allende.

Decidió volver. Acompañado por amigos, fue un periplo largo: en auto desde Canadá hasta Panamá, donde el vehículo se fundió. Luego Colombia, Ecuador, Perú y finalmente Chile. Tenía 22 años.

Como muchos otros de su generación, Perelman tiene los mejores recuerdos de la UP. Dice que hasta las colas podían llegar a ser divertidas por la gente que uno conocía. La política ya no era algo de la familia o de un grupo, sino del país entero. Además fue papá, mientras seguía militando.

Algunos de sus amigos estaban en Chilefilms. Uno de sus primeros trabajos fue como montajista de un documental sobre la gira de Allende por los países socialistas. También fue asistente de dirección de «La tierra prometida» (1973), de Miguel Littín y colaboró con Dunav Kuzmanic en una película que nunca se terminó. Incluso colaboró con «La batalla de Chile», específicamente en la filmación de las cacerolas.

«En aquella época había una fluida de cooperación», comenta. «La idea era producir cultura».

Hasta que sobrevino la larga noche de la dictadura.

Dictadura y exilio

El golpe lo pilló en la casa donde vivía del barrio Bellavista. Para ese día tenía la instrucción de unirse a los cordones industriales de la calle Vicuña Mackenna. Pero los puentes estaban cortados por los militares.

Aunque pronto supo de la virulencia de la represión, nunca planteó irse del país. Además Miguel Enríquez había sido claro: el MIR enfrentaría al nuevo régimen. Para Perelman, la opción era seguir haciendo una vida legal como cineasta, y colaborar con la resistencia como militante, aunque fuera ilegal.

Aunque pronto se encontró sin pega, como la mayoría de sus compañeros, fue en 1974 que participó de un hecho casi surreal: la filmación de A la sombra del sol, junto a Silvio Caiozzi. Una película filmada en Caspana, una localidad de la Región de Antofagasta, que cuenta la historia de dos ladrones que vagabundean por un pueblo del norte de Chile, con Luis Alarcón y Alejandro Cohen.

Esa película también sería el inicio de una tragedia personal. Jorge Muller, su viejo conocido de la Escuela de Cine de Viña del Mar, su compañero de casa, fue secuestrado por la DINA en Providencia, en Bilbao con Los Leones, junto a su compañera, Carmen Bueno, el día siguiente del estreno del film en el cine Las Condes, el 28 de noviembre. Ambos habían trabajado en la producción del film.

Perelman se convenció de que era mejor irse. Salió en febrero de 1975, rumbo a Venezuela, en un exilio de cuatro años que también incluiría Colombia y México. Ese mismo mes, la DINA raptó a su hermano Juan Carlos, el ingeniero que él define como un «militante profesional», y que hasta hoy está desaparecido. Su caso fue uno por los cuales Pinochet resultó procesado por secuestro en el caso de la Operación Colombo.

Regreso a Chile

En 1979, Perelman volvió al país. Hoy dice que lo hizo para filmar lo que sería Imagen latente, una cinta sobre Pedro (Bastian Bodenhöfer), un fotógrafo que busca a su hermano desparecido.

En Chile, el realizador empezó a trabajar en publicidad, pero no se desligó del trabajo político, como atestigua su trabajo con la asociación gremial APTA.

Fueron años de conocer el ambiente y lentamente formar equipo para lo que sería su primera película. Un film hecho a pulso, tal como recuerda: nadie cobraba, se trabajaba los fines de semana, el relevo del material los hicieron amigos en sus ratos libres.

La película se hizo famosa en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, Cuba, 1987, donde obtuvo el el FIPRESCI, pero Perelman cuenta que de hecho la terminó un día antes de iniciar el evento. El armado se hizo en Canadá, gracias a apoyo de ese país.

Le fue bien. El año siguiente, ganó como Mejor Película en el Festival de Cine de Salso Maggiore, Italia, 1988 y logró el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cine de Nantes, Francia.

En Chile las cosas fueron diferentes. El Consejo de Calificación Cinematográfica la prohibió por -según argumentó el organismo del Ministerio de Educación- tratarse de una visión parcial que no contribuía a la reconciliación y por promover la teoría de lucha de clases. Compartió el «honor» de ser prohibida con otros clásicos, como El violinista en el tejado, El último tango en París y La última tentación de Cristo.

En pleno año del plebiscito, fue la mejor propaganda que pudieron hacerle a un film que pronto comenzó a exhibirse en sesiones clandestinas. Recién en 1990, con Ricardo Lagos en el Ministerio de Educación, la cinta pudo exhibirse. Llevó 90.000 espectadores a las salas y permitiría a Perelman, gracias a un fondo español, filmar su segundo film, Archipiélago, sobre un arquitecto que en una reunión clandestina recibe un tiro en la cabeza para iniciar «iniciará un viaje entre la realidad y la ilusión hacia la muerte, en donde imaginará estar situado en Chiloé», según reseña el sitio Cinechile. Aunque le permitió ir a Cannes, ciertamente tuvo menos repercusión que la anterior.

Durante la transición, Perelman tuvo distintos trabajos. Jacqueline Mouesca, en su «Diccionario del Cine Iberoamericano», destaca que entre 1997 y 1999 Perelman realizó media docena de documentales por cuenta del gobierno de Honduras, un trabajo que logró gracias a su amigo, el escritor y publicista Juan Forch, como Honduras, en el ojo del huracán Después del Mitch. También filmó numerosos telefilms: Laberintos, Y si fuera cierto, Crónicas de vida y Patiperros, todos por cuenta de Televisión Nacional de Chile.

El 2011 estrenó su películas más costosa e internacional, La lección de pintura, una coproducción entre Chile, México y España, inspirada en un libro de Adolfo Couve, donde la política vuelve a estar presente con un relato de los años 60 que incluye los hechos que rodearon de Reforma Agraria. Este film cuenta la historia del dueño de una farmacia en un pequeño pueblo de la provincia, que quiere educar en la pintura a un niño campesino, hijo de una madre soltera.

Hoy, Perelman celebra la vitalidad del cine chileno, y dice haber disfrutado cintas como Malas juntas, El Club, Violeta se fue a los cielos, Gloria o El Cristo Ciego.

«Con la retrospectiva me siento la muerte, estoy chocho», concluye el realizador. «Está bien en el sentido en que no es que mi obra esté en las veredas, y tampoco se ha dado tanto».

Para Perelman, la Cineteca hace un trabajo «fundamental». «Su existencia le da una columna vertebral al cine chileno, a la cultura cinematográfica».

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