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El Cristo de Elqui: una verdadera Ópera Chilena

«El Cristo de Elqui» es un gran aporte a la composición chilena, al trabajo escénico y vocal de los solistas avalando así que la ópera, la más completa de las artes escénicas, tiene larga vida. Es de esperar que esta ópera pueda salir de gira a los teatros regionales, que abra más puertas a compositores y que consolide el trabajo de lírica en Chile. Es esperanzador poder tener óperas chilenas, creadas por chilenos, cantadas por chilenos convirtiendo este estreno un gran aporte que el Municipal realiza. Además de la audiencia asistente en las cinco funciones, se transmitió vía streaming la función del 15 de junio. Iniciativas que merecen aplausos de pie.


Asistir al estreno de una ópera chilena es todo un evento en sí mismo y  como ocurre tan rara vez, se transforma en un imperdible. Encargada al compositor Miguel Farías por el Municipal de Santiago hace 3 años, El Cristo de Elqui, fue estrenada el pasado 9 de Junio. Tuve la oportunidad de asistir al estreno y a la función del 13 de junio con lo que confirmé mi opinión.

La historia del milagrero de las pampas, Domingo Zárate Vega, que vagó por el valle del Elqui en los años 20 manifestando tener visiones místicas se transformó en una leyenda que inspiró al escritor Hernán Rivera Letelier. Sus andanzas pampinas fueron recogidas en dos novelas El Arte de la Resurrección y La Reina Isabel cantaba rancheras. Los paisajes descritos recrearon un personaje que merecía ser visto en otra dimensión, y que mejor que la ópera. Encargada por el Municipal al compositor Miguel Farías y al sociólogo Alberto Mayol como libretista, tuvo la audacia de ser incorporada dentro de abono de la Temporada Lírica lo que fue un hito para los operáticos y melómanos. Muchos abonados llegaron curiosos, algunos se fueron en la mitad y otros se ofendieron por los ataques a la Iglesia.

La mágica narración de El Cristo de Elqui deambula con personajes que representan lo más auténtico del profundo quehacer de la pampa. La acción va tomando fuerza y se desarrolla en cuatro actos que permiten tomar una épica dimensión de la narración. La Iglesia que busca denunciarlo, los trabajadores que lo humillan, las prostitutas que lo acogen van dibujándose dentro de una composición musical de gran factura.

Farias combina inteligentemente muchos estilos que reconocemos como el impresionismo a ratos y el minimalismo en otros junto a música popular como cuecas, rancheras, valses; todos combinados brillantemente en el lenguaje sinfónico. Destacable en el prólogo y los interludios la incorporación de sonidos pampinos como la de un instrumento con lazos como una fusta: la máquina de viento que sumó fuerza al foso. Es memorable la escena en que la Reina Isabel vestida de gala española toca la guitarra en el escenario para cantar su ranchera. Hay melodías pegajosas y otras abstractas que potencian la propuesta los que sumados al rescate de obras folklóricas le dan gran riqueza al resultado final. Por su lado, el guión incorpora lenguaje chileno poniéndolo en un contexto universal. Hay un buen trabajo en unir las dos novelas de Rivera Letelier, pero en la ópera el lenguaje subraya en los personajes la misericordia que nos inspira el Cristo de Elqui, la dureza y el sarcasmo de los curas y la satírica ceguera de los policías junto a la desesperanzas de la prostitutas. Más que una crítica a algún estamento, la ópera nos interpela y nos incomoda: Que hacemos con un iluminado que dice tener visiones? qué hacemos con los que admiramos y se podrían transformar en  líderes?

La producción musical fue interpretada brillantemente por la Orquesta Filarmónica a cargo del maestro Pedro Pablo Prudencio. Desde el podio, nos entregó una lectura que destacó los colores pampinos, la miseria del prostíbulo, la desesperanza de un dúo de amor en una partitura que enriquece nuestra identidad. Es notable el aporte de la percusión en la obra la que Prudencio dirigió con inteligencia y complicidad.

Por su parte, la puesta en escena fue encargada al laureado director argentino- francés Jorge Lavelli que plantea metáforas y guiños a los espacios con inteligentes y simples soluciones. Lavelli apoyado por su equipo formado por el escenógrafo Ricardo Sánchez, la vestuarista Graciela Galán y el iluminador Roberto Traferri propone miradas minimalistas y teatrales contemporáneas.

En la acto primero, transforman la oficina parroquial en un espacio móvil que se arma y desarma a la que acuden los Obispos en bicicletas a reunirse con el Cardenal. En el desierto, los trabajadores de la mina le juegan una farsa al Cristo usando unos protectores redondos que apelan al circo y coherente con la frase que cantan al público: “El mundo es un teatro y el Cristo es su bufón”.

La escena del prostíbulo, en el acto segundo, incorpora una serie de poltronas rojas móviles en las que están sentadas las coristas con pechos falsos; con ello se subraya una miserable exposición de las mujeres en vitrinas y la miseria de su quehacer. Además de la inolvidable escena de la Reina Isabel con la guitarra es muy destacable la escena de amor entre el Cristo y Magdalena. La solución de insinuar la entrada a la habitación y la intimidad se traduce en que Magdalena le baja los pantalones y con dos cuerdas levantan al Cristo dejándolo crucificado con los pantalones colgando. Gran golpe teatral.

Todas las Fotografías Gentileza Teatro Municipal

El tercer acto es la escena del cementerio nortino, escenario del cortejo de la Reina Isabel. La presencia del actor Francisco Melo como narrador, el poeta Mesana, nos saca del contexto para interpelarnos. La acción tiene como imagen de fondo al desierto, lo que se agradece. Es precisamente aquí donde se produce el milagro de la resurrección de la Reina Isabel. La  fama del Cristo trasciende  y sus detractores se desesperan.

Finalmente, en el cuarto acto, tenemos al coro en un estrecho andén de la Estación Central, y desde el fondo del escenario un carro con grandes focos llega el Cristo a la capital  Según dicen las crónicas de la época, fue triunfal. Es allí donde la autoridad lo lleva al Manicomio y nos enfrentamos a un triste final.

En lo vocal hay un punto que destacar: todos los solistas son chilenos los que con profesionalismo realizaron un trabajo de gran nivel. La gran tarea estuvo a cargo de Patricio Sabaté que nos ofreció un Cristo humano, querible, misericordioso, miserable. Sin la barba que tenía el original, nada le resta no tenerla a la creación de una nueva personificación que fue impecable. Su rol es ambivalente y en lo musical el compositor subrayó diferentes sonoridades: a veces atonal y a veces lírico, lo que unido a sus innegables dotes actorales, Sabaté le dió nueva vida al milagrero de las pampas. Lo acompañan la mezzo Evelyn Ramírez quien tiene un rol clave, la Reina Isabel, dueña del prostíbulo y protagonista del milagro. Si bien la tessitura de Ramírez es en el registro medio grave, pudo sortear numerosos y largos pasajes agudos que le exige la partitura con gran facilidad. También fue notable su ranchera con gran dominio escénico. Magdalena, es la que representa la dulzura, con melodías líricas y fue abordada con maestría por la soprano Yaritza Véliz. Por su parte, la tercera solista es Ambulancia, que la soprano Paola Rodriguez con su clara emision pudo imprimirle el carácter a la desdibujada prostituta. Finalmente, el Cardenal, fue recreado por el tenor Gonzalo Araya, quien sortea las complejas sonoridades que le corresponden a su personaje eminentemente irónico.

Todas las Fotografías Gentileza Teatro Municipal

Completan el elenco los obispos a cargo de Claudio Cerda y Eleomar Cuello, los policías y trabajadores a cargo de Rony Ancavil, Javier Weibel, Francisco Huerta y Jaime Mondaca, todos son parte de una nueva generación que tienen mucho que entregar a la lírica chilena. Finalizan el elenco los sólidos cantantes el tenor Pedro Espinoza a cargo del cliente y Sergio Gallardo en su rol de sacerdote: Llevan más años en el circuito y realzaron sus roles con grandes dotes actorales. El coro del Municipal a cargo de su legendario director Jorge Klastornick tuvo momentos de gran inspiración y como siempre son un sólido complemento a las puestas en escena.

El Cristo de Elqui es un gran aporte a la composición chilena, al trabajo escénico y vocal de los solistas avalando así que la ópera, la más completa de las artes escénicas, tiene larga vida. Es de esperar que esta ópera pueda salir de gira a los teatros regionales, que abra más puertas a compositores y que consolide el trabajo de lírica en Chile. Es esperanzador poder tener óperas chilenas, creadas por chilenos, cantadas por chilenos convirtiendo este estreno un gran aporte que el Municipal realiza. Además de la audiencia asistente en las cinco funciones, se transmitió vía streaming la función del 15 de junio. Iniciativas que merecen aplausos de pie.

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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