Caro proviene de una de las pocas familias kawésqar que han logrado sobrevivir y defender su cultura en el extremo sur del país. Aunque perdieron la lengua, hoy sus esfuerzos los destinan a defender su cultura nómade de navegantes. “Primero acá hubo un genocidio de nuestros antiguos y ahora más encima nos coartan lo último que nos queda de cultura de navegación”. Siendo el mar el motor de su cosmovisión, la principal amenaza la constituye la industria de la salmonicultura. “Lo que hemos visto como comunidades en los espacios es que, si hay una salmonicultura allí, no hay nada. No hay aves, no hay nada. El hecho de que no haya aves, nos indica que en el fondo marino no existe nada. Además cuando se ha ido a bucear en lugares donde se sacaban mariscos, como cholgas o almejas, está todo podrido. Es muerte. En algún evento se pudrieron y ya no volvieron a salir más”.
Una crítica visión de la relación entre las comunidades de los pueblos originarios y el Estado posee la dirigenta Leticia Caro, representante de la comunidad kawésqar.
Este pueblo de origen prehispánico era nómade y se movilizaba en canoas, pero hoy sus descendientes deben pedir permiso para navegar. Diezmados por enfermedades que trajeron los colonos, más tarde la industria peletera acabó con gran parte de su sustento.
Sus descendientes debieron asentarse y perdieron la lengua. En los últimos años volvieron a organizarse para enfrentar a un nuevo enemigo: las salmoneras.
Caro vive entre Puerto Natales, donde trabaja, y Punta Arenas. Es paramédico de profesión. Ella destaca que las comunidades en sí se componen a partir de la Ley Indígena 19.253 de 1993.
“La organización ancestral del pueblo kawésqar no es de comunidad, es de grupos familiares. En este caso nos vemos en la obligatoriedad de conformar una comunidad para poder llegar a conversar con el Estado. Pero la comunidad física, que se encuentre en un lugar determinado, no existe”, dice.
Dentro de la comunidad que ella representa, hay tres grupos familiares de distintos lugares: Senoskairi, Isla Dawson y península Muñoz Gamero. De este último lugar es su propia familia, específicamente su padre.
“Ese es el contexto de lo que es la comunidad, porque la gente generalmente se imagina a una comunidad como lo define la palabra, y eso en el caso de los kawésqar no es así, porque es una obligatoriedad del Estado”, reitera.
Su historia es similar a la del resto de la comunidad, con una migración por necesidades económicas.
“Mi papá nació en la península Muñoz Gamero. Su mamá también, y la abuela nació en las cercanías del Seno Skyring. Ellos se ven en la necesidad de migrar cuando mi padre tenía 16 o 17 años a Puerto Natales, porque se había acabado la cacería del lobo y de la nutria”, comenta.
A esto se sumó que comenzaron las prohibiciones de navegación libre y había que tener muchos permisos que antes no existían, lo que dificultó la permanencia en los canales. El asentamiento surgió por las necesidades, lo que no impide que los kawésqar sigan navegando hasta hoy, con las disposiciones del Estado, añade.
“Cuando navegamos familiarmente, nosotros vamos escondidos en la embarcación, porque no tenemos permiso de navegación. Podríamos obtenerlo, pero así reafirmamos el hecho de que seguimos asimilándonos. Mi papá sí tiene permiso de navegación, porque él es el capitán de la embarcación, mi hermana tiene y su hija también. Yo no tengo, mi hija tampoco. Hay una resistencia cultural, por eso tenemos que viajar escondidos. Además la embarcación tiene una capacidad de tres personas, y a veces viajamos hasta ocho”, admite.
La vida de sus ancestros es muy simple y dura, porque la subsistencia en la Patagonia es difícil.
“Hoy todavía es subsistencia, porque lo que se pesca es lo justo. Se trae y se intercambia hoy por dinero. En el fondo esas son las disposiciones que han cambiado”.
Antiguamente, la navegación era por subsistencia y se iba recorriendo todo el territorio de acuerdo a los lugares que estaban establecidos como campamento. Esos campamentos los podía usar cualquiera que llegara al lugar. Cuando se acababa el alimento en ese lugar, se continuaba el viaje. El grupo familiar se trasladaba en la embarcación, comenta.
“Nuestros ancestros viajaban en canoas de un palo que se fabricaban con árboles muy grandes y que eran labradas por los mismos kawésqar. Luego fueron chalupas y después botes, hasta hoy que es lancha. En esos tiempos, la encargada de la navegación era la mamá, es la que timonea, y los demás reman”.
Antes de la industria peletera (dedicada a las pieles), los pueblos originarios además cazaban y pescaban todo lo que existía y se pudiera comer. “En un lugar como la Patagonia no podíamos ser regodeones en cuanto a la comida, porque además es escasa”.
Hoy están agrupados en 13 comunidades kawésqar, aunque también existen pescadores que no están dentro de las comunidades, que son kawésqar también, y poseen los mismos derechos que los que se han agrupado.
A las desgracias del pasado, recientemente se sumó la instalación inconsulta de las salmoneras en la zona.
“Justamente por eso nos agrupamos en comunidad, para tener personalidad jurídica y dialogar con el Estado acerca de lo que estaba sucediendo. Antes habíamos intentado tomar acciones sin estar constituidos como comunidad, con el tronco familiar como base, pero el Estado no nos escuchó”, recuerda Caro.
“Al comenzar a ver la escasez de especies en el mar, al ver la contaminación que produce la salmonicultura en los lugares de pesca, que además se establecen en lugares donde tradicionalmente nosotros pescamos, lo que sucede es que en este caso el Gobierno no toma en cuenta a los pescadores indígenas a la hora de hacer el planeamiento territorial”, critica.
El área de navegación del pueblo kawésqar fue establecido legalmente por el Estado como zona triple A: áreas aptas para la acuicultura.
“Cuando empieza a proliferar la industria, entonces nosotros decimos que esto no puede seguir, tenemos que hacer algo, porque es nuestro territorio”, dice.
“Primero acá hubo un genocidio de nuestros antiguos y ahora más encima nos coartan lo último que nos queda de cultura de navegación, porque ni siquiera conservamos la lengua, en el caso de los nacidos en la península Muñoz Gamero. Esa es la base por la cual nosotros nos levantamos por el territorio. Es una base también de cosmovisión, porque nosotros somos parte de la tierra y el mar, pero sobre todo del mar, porque el mar en la antigüedad y hasta hoy provee la forma de subsistencia a través de la navegación por los canales. Es la única manera, porque no hay caminos”, puntualiza.
Caro hace la salvedad de que algunas comunidades apoyan a la industria. “Hay que decirlo, porque esa es la realidad”, admite.
Sin embargo, su visión de los efectos es crítica.
“Lo que hemos visto como comunidades en los espacios es que, si hay una salmonicultura allí, no hay nada. No hay aves, no hay nada. El hecho de que no haya aves, nos indica que en el fondo marino no existe nada. Además cuando se ha ido a bucear en lugares donde se sacaban mariscos, como cholgas o almejas, está todo podrido. Es muerte. En algún evento se pudrieron y ya no volvieron a salir más”, relata.
Añade que eso pasa en distintas zonas donde ha estado establecida la salmonicultura.
Hoy está bajo amenaza el golfo Almirante Montt, que quedó fuera de la reserva del Parque Nacional Kawésqar, igual que el Paso Kirke, que son lugares que los kawésqar utilizan habitualmente para pescar.
Caro resalta que, en el caso del golfo, por la Ley de Pesca es un corredor sanitario, por que ahí no debiera haber salmonicultura. Sin embargo, hay 19 concesiones otorgadas ahí.
“Aún no están operando, pero el otro día vi una noticia de un bautizo a unos pontones para traerlos aquí al golfo Almirante Montt. Eso nos indica que va a hacer uso de las solicitudes que les entregaron en alguna oportunidad”, advierte Caro.
Al ser el golfo Almirante Montt un corredor sanitario, eso significa que conecta con muchos canales que van hacia distintos lugares. Y si en ese punto específico hubiese un brote de virus ISA, el riesgo es que se riegue por todos los espacios, haya o no haya concesiones en el lugar.
La corriente del golfo, porque es un golfo, hace que todas estas fecas que existen bajo el mar se muevan muy fácilmente, y se van por los canales, igual que los salmones cuando escapan, alerta Caro, para quien ya hay una merma patente de peces como el róbalo y los pejerreyes.
A eso se suma que en Puerto Natales hay una planta procesadora.
“Nosotros hemos manifestado nuestro rechazo a la planta, ingresamos observaciones y reclamaciones y esperamos que por último el SEA dictamine que se haga un estudio de impacto ambiental”.
Lo que sucede con las salmoneras también se parece a la reserva establecida recientemente en la zona, con un Estado que dialoga poco con las comunidades.
“El decreto ni siquiera nos incluye dentro de la actual administración de la reserva. Tampoco me impresiona mucho, porque era algo que esperábamos. De hecho, a través del Consejo de Ministros se decretó que el mar quede exento de protección alguna. Sin embargo, la Contraloría evidenció de alguna manera que las aguas de la Reserva Alacalufes anteriormente habían estado protegidas y no podía faltar, en este caso, el principio de regresión”, subraya.
“La calidad de reserva, en realidad, es limitada. Es la calidad más baja que existe. Hay algunos entendidos que dicen que en la creación del plan de manejos se fijan los objetivos de protección. Pero existe un decreto, que puede emitir el ministro de Bienes Nacionales, y de él depende decir que dentro de esa reserva puede existir o no salmonicultura. Es un decreto político. En realidad no hay ninguna protección”, afirma.
“En alguna oportunidad dijimos que, si no se protegían las aguas, nosotros no queríamos parque. Estas cuatro comunidades, que están por la defensa del mar, han cumplido su promesa. Hoy el parque tiene su protección y va a tener seguramente sus planes de manejo que van a permitir proteger el área terrestre, pero lo que nos interesa proteger es el borde costero y el mar. Y eso no está protegido. Pasa a ser ridículo que un área que se llama kawésqar no contemple el mar ni la coadministración del mismo”.
Para Caro, la mejor figura es que todo sea Parque Nacional, como es en el caso de Bernardo O’Higgins.
“Creo que sería la mejor figura de protección para esa área, que protege y permite la actividad de pesca artesanal y pesca indígena”, concluye.