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El distanciamiento social comenzó mucho antes de la pandemia  CULTURA|OPINIÓN

El distanciamiento social comenzó mucho antes de la pandemia 

Samuel Toro
Por : Samuel Toro Licenciado en Arte. Doctor en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, UV.
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En parte importante del espíritu de época, la mediación digital de hipervinculación en redes nos conduce, a través de imágenes, audios y textos, a los supuestos entornos sin fronteras con una especie de ilusión globalista inmanente fuera del espacio y el tiempo. La validación de mi “estar en el mundo” comienza a invisibilizarse sino es a través de un mínimo reconocimiento de la posición que media en la interfaz cultural a través de redes sociales que nos entregan la dopamina de un nosotros sin nosotros.


La columna El estado de excepción pandémico parece haber logrado, aunque sea en parte, el sueño capitalista de Gabriel Zacarias Ferreira me ha hecho pensar en una serie de cosas vinculadas al control de las subjetividades en la cultura.

En primer lugar es interesante dar cuenta de una parte importante de la conducta contemporánea en lo que refiere al uso pasivo de las “nuevas” tecnologías de usuario. Si bien se lee en muchas partes, desde distintas perspectivas, lo nuevo que nos toca vivir en esta pandemia con respecto al encierro social que involucra el (des)encuentro con el Otro y el distanciamiento que ha producido, lo cierto es que ese distanciamiento ya existía mucho antes de las cuarentenas.

Un ejemplo que se lee en la columna mencionada es el hecho masivo de esos encuentros entre personas en una casa, un café, bar, etc., donde la relación involucra un estar pendiente, constantemente a través de smartphones, de un Otro que no se encuentra en el espacio físico del encuentro. El tema de la presencia y ausencia de los cuerpos ya lo vivíamos antes, en lo que Bourdieu y Passeron mencionaban como parte de las estrategias de control cultural para reproducir un cierto prestigio social.

La adicción a la ausencia siendo presentes estaba mucho antes, pero muchos se percatan, ahora, de esa necesidad del otro físico, aunque la necesidad de esa mediación puede ya no tener retroceso en lo que concierne a la ubicuidad esquizofrénica de encontrarse sin estar. El control de la producción de subjetividades capitalistas ya se encontraba trabajando, fuertemente, en la anulación de las decisiones personales, las cuales descansan, en forma creciente, a través de sofisticaciones algorítmicas que nos permiten no tener que decidir o trabajar en la reflexión profunda de algo, pues los algoritmos ya comienzan a “saber”, más rápido que nosotros mismos, que queremos o necesitamos. Es una interesante anulación de lo que creemos que somos ontológicamente, pues, según el dicho, si “nuestros actos nos definen”, son el descanso de esas decisiones “personales” las que se han anulado. Entonces, ¿Qué nos definiría?: Bots.   

[cita tipo=»destaque»]El control de la producción de subjetividades capitalistas ya se encontraba trabajando, fuertemente, en la anulación de las decisiones personales, las cuales descansan, en forma creciente, a través de sofisticaciones algorítmicas que nos permiten no tener que decidir o trabajar en la reflexión profunda de algo, pues los algoritmos ya comienzan a “saber”, más rápido que nosotros mismos, que queremos o necesitamos. Es una interesante anulación de lo que creemos que somos ontológicamente, pues, según el dicho, si “nuestros actos nos definen”, son el descanso de esas decisiones “personales” las que se han anulado. Entonces, ¿Qué nos definiría?: Bots.[/cita]

Según Heidegger la “carga de sí mismo”, es decir la de todos nosotros, es la cualidad en la cual nos acercamos hacia el encuentro de ese sí mismo. Anular, bloquear o arrebatar esto es truncarla y alejarnos de la posible respuesta de del encuentro con “nosotros mismos”; es no hacernos responsables de de nuestra existencia en el mundo.

El capitalismo nos invita a la ilusión de liberarnos de esta carga, a no  acercarnos valientemente a ella y dejar que otros lo hagan por nosotros (creación de deseos suplantadores), pero esta supuesta “liberación” es una extrema paradoja que genera enclaustramiento y esclavitud del hermoso y terrible encuentro con nosotros en el intento de no hacernos responsables, o al menos de disminuirlo lo más posible.  

Zacarías Ferreira nos invita a recordar a Debord y su libro “La Sociedad del Espectáculo”. Esta mención la plantea para ir más atrás de una creciente era de control digital, cuando las familias, de forma masiva, se encontraban para ver la TV y recibir, millones de ellas, exactamente la misma transmisión televisiva. Sin embargo los “ordenes socio-culturales” se remontan a todas las épocas.

Por ejemplo, quienes vivieron en los tiempos de la oligarquía medieval (tanto reyes, amos, esclavos o siervos) no podían subvertir el contexto socio-cultural, pues toda la existencia estaba sujeta a la cosmovisión que les correspondía, “en la cual el desafío era justificar el orden y la inamovilidad, por lo que todo intento de trascender el contexto era considerado un conato de destrucción de las pautas sociales de convivencia” (Chávez y Mujica, 2015: 67).

En este sentido, la modernidad se puede ver como una gran revolución histórica. Pero hoy, nuevamente, nos encontramos en un período de cambio en el mundo, uno radical. Cuando se revisen los resquicios de este viejo mundo se verán muchas alusiones abiertas a una nueva era, pero aún perpetuando los ordenamientos en los cuales ha sido creada y mantenida, como por ejemplo, quienes, a pesar de abrirse lo suficiente, continúan defendiendo ordenamientos institucionales como el concepto de república, o democracia (al menos la democracia burguesa). 

En parte importante del espíritu de época, la mediación digital de hipervinculación en redes nos conduce, a través de imágenes, audios y textos, a los supuestos entornos sin fronteras con una especie de ilusión globalista inmanente fuera del espacio y el tiempo.

La validación de mi “estar en el mundo” comienza a invisibilizarse sino es a través de un mínimo reconocimiento de la posición que media en la interfaz cultural a través de redes sociales que nos entregan la dopamina de un nosotros sin nosotros.  Y esto, como mencionaba antes, mucho antes del intento de vínculos afectivos y laborales a través de la digitalización en cuarentena.

El ansia de alguien por querer, pronto, abrazar a un amigo o amiga terminará cuando, luego de ese abrazo, comiencen a llegar las señales de validación de quienes se encuentran haciendo lo mismo en distintos lugares y compartiéndolo con quienes no se encuentran en ese abrazo en una proyección recursiva en la recaída adicta de la sensación de pertenencia universal de un pseudo-infinito de mundos posibles en la espera constante e inacabada de todos los mandatos de goce posible.  Son parte de las pautas socio-culturales de época, pues de no ser así, se destruiría un tipo de ordenamiento de realidad sustentada en la potencia liberal-económica.

Puede ser momento de entrar en nuestras propias rehabilitaciones para subvertir la época e impulsar otra, y para esto la posición crítica y desobediente es un comienzo.  

Samuel Toro. Licenciado en Arte. Candidato a Doctor en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, UV.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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