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El duro golpe del coronavirus a los estudios científicos para detener el envejecimiento CULTURA | CIENCIA

El duro golpe del coronavirus a los estudios científicos para detener el envejecimiento

Los laboratorios del área de la gerociencia –según Claudio Hetz, director del Instituto de Neurociencia Biomédica (BNI)– disminuyeron su actividad al mínimo y los sujetos de estudio no han podido ir a los hospitales para realizarse los análisis en virtud de las investigaciones en curso, lo que redunda en el atraso de los trabajos de los científicos, incluidas numerosas tesis. A eso se suma que el Gobierno redujo los fondos de investigación en ciencias, algo que también afecta a esta área, cuyos frutos contra el COVID-19 podrían darse recién en el largo plazo. «No sé si llamarle paradoja, pero por lo menos parece un chiste cruel en estos tiempos en que estamos pensando en la posibilidad de extender los límites de nuestra vida», comenta un filósofo.


Los estudios para un mejor envejecimiento eran un área en boga en los últimos años, pero la pandemia del coronavirus, que afecta especialmente a la tercera edad, los ha puesto en duda.

Los estudios poblacionales que partieron en China determinaron que los mayores de 80 años son los más vulnerables, con una letalidad que puede llegar al 15%.

En Chile, la reducción de los fondos para investigación, que anunció recientemente el Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, además le restará recursos al sector.

«No sé si llamarle paradoja, pero por lo menos parece un chiste cruel en estos tiempos en que estamos pensando en la posibilidad de extender los límites de nuestra vida», comenta Álvaro Hevia, doctor en Filosofía y profesor de Bioética en la Escuela de Medicina de la Universidad de Valparaíso.

Cierre de laboratorios

Claudio Hetz es director del Instituto de Neurociencia Biomédica (BNI), profesor titular de la Universidad de Chile y uno de los expertos en el tema en Chile.

«En las universidades se ha tomado la política de parar los trabajos en los laboratorios. Solo hay una actividad mínima para mantener las colonias de animales utilizados para los experimentos», señala.

Esto ha retrasado la mayoría de los trabajos, incluidos los realizados en el Centro de Gerociencia, Salud Mental y Metabolismo (GERO).

«Los sujetos que se estaban estudiando, que son adultos mayores, no pueden salir de sus casas, no pueden hacerse los exámenes relacionados a la investigación en el Hospital Salvador», detalla. Ahora, se intenta hacer seguimiento mediante el contacto telefónico para no perder información sobre el grupo de estudio, compuesto por unas 200 personas.

Además de las investigaciones, muchas tesis también se han visto afectadas. Muchos de sus estudiantes actualmente están en análisis de datos, debido al confinamiento.

En el caso de Hetz, su laboratorio está en la comuna de Independencia, que acaba de entrar nuevamente en cuarentena.

«Todo esto ha hecho muy complejo el avance los proyectos de investigación», admite.

Asimismo, se manifiesta confiado en que estos estudios que se concluyan den frutos y ayuden a este tipo etario a superar mejor el coronavirus, aunque cree que será a largo plazo.

Factores biológicos

La experiencia que tiene señala que los factores que determinan la calidad del envejecimiento son múltiples: la cultura, la situación económica, el nivel de educación, la nutrición, todos determinados por la localía.

En el caso de la alta mortalidad del coronavirus, sin embargo, indica que principalmente tiene que ver con dos factores: biológicos y sociales.

En cuanto a los primeros, «a medida que envejecemos, nuestro sistema inmune va disminuyendo, entonces somos mucho más vulnerables. Además la vejez se asocia al desarrollo de una serie de enfermedades crónicas. Eso aumenta la susceptibilidad a tener una enfermedad con COVID mucho más severa, sobre todo si tiene enfermedades cardiovasculares, respiratorias, diabetes, hipertensión o cáncer preexistentes».

Agrega que otro factor importante en el caso del COVID-19 es que en algunos casos el sistema inmune se equivoca y sobrerreacciona frente al virus, y eso también pasa más en la tercera edad. «Un ejemplo es la ‘tormenta de citoquinas’, que puede tener un efecto sistémico», dice en referencia a un fenómeno específico del virus.

Factor social

En cuanto al factor social, también es importante, «sobre todo en países pobres como el nuestro, donde los viejos viven en hacinamiento y por eso están mucho más expuestos a infectarse y enfermarse».

«Mucha gente vive en un espacio reducido, donde hay personas mucho más vulnerables, pero también está el deterioro en la salud corporal y mental», explica.

Destaca que una clave para un buen envejecimiento es el ejercicio, la estimulación sensorial e intelectual. En la tercera edad es dar paseos, conversar con otras personas y tener actividades sociales.

«Como el envejecimiento es el principal factor de riesgo para el desarrollo de una enfermedad crónica, este hacinamiento va a llevar a que aumente la incidencia de enfermedades crónicas en la población, y a un aumento de la susceptibilidad del COVID-19. Todo esto altera los estados anímicos, y todo en su conjunto puede llevar en un par de meses a un aumento de cuadros graves en adultos mayores», alerta.

Confinamiento agrava COVID

En ese sentido, aunque para Hetz está claro que el confinamiento es clave para evitar la propagación, dice que hay que buscar estrategias para que los adultos mayores estén estimulados y mantener altos sus estados anímicos.

«Si entra en cuadros depresivos, con baja actividad física, va a ser mucho más vulnerable a que su sistema inmune se apague, a estar más susceptible a desarrollar todo tipo de infecciones, incluyendo el COVID-19».

Para el científico sería ideal generar estrategias y desarrollar espacios para que los viejos, siguiendo las reglas del distanciamiento social, el uso de mascarillas, puedan ejercitarse y tener contacto social.

«El otro problema es que los viejos tienen menos conocimientos de las tecnologías que nos permiten a los más jóvenes seguir comunicándonos, tener actividad social y trabajar de forma eficiente. Esto para los adultos mayores es mucho más complejo, sobre todo en la población con menores recursos. Ahí el problema se va a agravar mucho más», alerta.

Menos fondos

A pesar de esto, la respuesta del Gobierno ha sido bajar los fondos de investigación. Incluso el fondo para el COVID-19 es calificado de «pequeño» por Hetz.

La pandemia ha llevado a una proyección económica desfavorable y eso ha redundado en que múltiples carteras en el Gobierno reduzcan sus presupuestos. Eso también ha impactado al Ministerio de Ciencia, donde ya se eliminaron concursos de ciencia interdisciplinaria, critica.

«Se abrió un fondo para investigar COVID, pero es pequeño. Son 2 mil millones, pero un instituto milenio a diez años son 9 mil millones, y es un solo proyecto. No creo que se puedan hacer grandes cosas, de gran impacto y a largo plazo con estos fondos», lamenta.

«En este momento no se está discutiendo, en términos de investigación, mejorar la calidad de vida de los viejos, hacer estudios de cuáles son las variables de la vejez que pueden llevar en la población chilena a un mayor deterioro».

«Ahora, y se entiende, se está dando prioridad a otro tipo de investigación, que busca dar respuesta en el corto plazo al problema de los respiradores, el manejo en los hospitales, pero el tema de los adultos mayores no se ha mirado con fuerza, y lo que esperaríamos del Gobierno es que, dado que la pandemia ha demostrado a la población que la ciencia es el camino para resolver este problema, necesitamos la ciencia para saber cómo enfrentar la pandemia. Lo que necesitamos es más ciencia, no menos ciencia, y las señales que uno ve es que los recortes son diez veces más que estos pequeños fondos COVID».

«Gobierno de la vida»

Para el académico Álvaro Hevia, los estudios sobre el envejecimiento, el aumento de la expectativa de vida, así como los de mejoramiento humano, por ejemplo, son parte de un proceso continuo de “gobierno de la vida”, es decir, del intento de regular, modelar, conducir, producir y hacer rendir la vida en la actualidad.

«Por otra parte, la vulnerabilidad humana es una de nuestras características propias que, tal vez debido justamente al aporte de estas investigaciones sobre el envejecimiento, muchas veces dejamos de tener en cuenta. Pero finalmente nuestra frágil condición humana, en tanto seres vivos, corporales, biológicos, se impone».

En ese sentido, el COVID-19 llegó tan inoportunamente, desde un lugar tan desconocido, desde un “afuera”, y atacando a una población que ya es considerada de riesgo, como los adultos mayores, que ha significado un duro golpe a la fantasía humana de estabilidad.

«El ser humano está arrojado, desde su origen, en un campo desconocido, que hemos ido humanizando, conociendo y estabilizando, al que le hemos ido imponiendo nuestro modo de habitar, nuestra realidad. El COVID-19 no ha hecho otra cosa que mostrarnos que ese afuera, ese campo desconocido, aún está ahí», analiza.

Contextos

Esto se desarrolla en un contexto de medicalización y biomedicalización, que se vienen dando desde hace tiempo en las sociedades, según Hevia.

La medicalización se entiende como la inclusión en el ámbito de la medicina de asuntos que no son propiamente médicos, o que no tienen que ver necesariamente con padecer una enfermedad, como el envejecimiento.

La biomedicalización, por su parte, es la internalización por parte de los individuos de cierto autocuidado, autocontrol y vigilancia sanitaria, de imperativos de la salud, estilos de vida, etc., sin la necesidad de una intervención médica directa o explícita.

«Estos procesos se enmarcan en lo que desde Foucault se conoce como ‘poder sobre la vida’ o ‘biopoder’. Este biopoder opera mediante un dispositivo de seguridad que tiene como uno de sus principios el hacer vivir, esto es, ‘producir vida’, gestionar, modelar, gobernar la vida», subraya.

Con este dispositivo se refiere a toda una red teórico-práctica de instituciones, discursos, acciones, etc., perfiladas por un principio de acción dominante y operativizada en diferentes “tecnologías” materiales de ejercicio del poder.

Cambio de foco

Siguiendo esta línea de pensamiento, Hevia no hablaría de un cambio de paradigma de la salud, sino de un cambio de foco dentro del mismo paradigma, cuyo principio es hacer vivir.

«La salud desde el siglo XVIII viene siendo cada vez más administrada y regulada sobre la base de este principio. Las tecnologías biopolíticas efectivamente operan en el intento de curar enfermedades, pero también, y cada vez con mayor fuerza, lo que buscan es aumentar las expectativas de vida, retrasar la vejez, modelar el envejecimiento, gobernarlo, todo esto en vistas a producir ciertos rendimientos en la población, en función del cálculo riesgo-costo/beneficio al cual se someten todos los fenómenos biológicos», puntualiza.

En este caso, pone al envejecimiento como un factor de riesgo en sí mismo y calculando el modo de producir beneficios a partir de él. Tanto curar enfermedades como la búsqueda de “curar” la vejez, constituyen prácticas de un mismo continuo que pretende gobernar la vida en todas sus circunstancias y extensión.

¿Detener el envejecimiento?

Surge, entonces, la cuestión de qué tan indispensable es sostener esta discusión ética sobre detener el envejecimiento.

«Una ofensiva bioética es totalmente necesaria en esta discusión, ya que asistimos a la imposición absoluta de políticas sanitarias neoliberales, con sus imperativos y valores propios, y cuyos fines no son el desarrollo humano o el bienestar de la población, sino que el beneficio económico de ciertos grupos de la sociedad», analiza Hevia.

El trabajo de la bioética en este ámbito será el de colaborar en el robustecimiento de la salud pública, asegurar su función protectora de la vida, y diferenciarse de la biopolítica, es decir, del ejercicio del poder que toma por objeto la vida.

En este sentido, lo que las tecnologías biopolíticas contemporáneas buscan, más que detener el envejecimiento, es regularlo, modelarlo, gobernar esta etapa de la vida, conducir la conducta de los individuos de tal modo que deseen y aspiren a un determinado “estilo de vida saludable”, deseen inscribirse en el proceso mercantil de mejoramiento humano, se sometan voluntariamente a la normalización producida bajo la lógica del riesgo, haciendo presente posibles riesgos futuros, y la culpa individual, obviando los consabidos determinantes sociales de la salud.

Dilema ético

En ese contexto, efectivamente hay un dilema entre avanzar en la ciencia del envejecimiento mientras un virus pone en jaque nuestro conocimiento.

«El avance de la ‘ciencia del envejecimiento’ puede ser un problema bioético de justicia sanitaria, en el sentido de significar la utilización de muchos recursos, al mismo tiempo que la pandemia avanza, y necesitamos la mayor cantidad de recursos posibles para evitar contagios, salvar vidas, e investigar y conocer para protegernos. Será un problema de justicia mientras ese avance esté dirigido por el neoliberalismo biopolítico y no por auténticas políticas de salud pública», reflexiona.

«En ese sentido, podemos decir que el principal problema bioético es antiguo y conocido, y la pandemia solo ha venido a develarlo en todo su esplendor: la inexistencia de un verdadero sistema de salud pública, robusto, que enfrente el a priori de la escasez de recursos sanitarios, que se funde en valores intrínsecos como la dignidad y la justicia, en una genuina función protectora, y no en valores instrumentales económicos. Un sistema basado en una bioética crítica y no en la biopolítica», concluye.

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