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Reseña de ‘Mank’: La nostalgia como punto de partida CULTURA|OPINIÓN

Reseña de ‘Mank’: La nostalgia como punto de partida

Mankiewicz, o Mank para los amigos, blandió un ingenio legendario en las tertulias de Los Ángeles, y los Fincher (padre e hijo), reconstruyen y embellecen esas conversaciones de salón con el ritmo salvaje que el director norteamericano acuñó en filmes anteriores, como «Red social» y «Perdida».


La nueva película de David Fincher, que Netflix publicó sin mayor fanfarria a principios de diciembre, hace algo valioso con los materiales de la nostalgia que le son tan habituales al Hollywood de comienzos de este siglo.

Baste mencionar unos cuantos títulos de los años recientes: Érase una vez en Hollywood, El artista, La la land, para dimensionar la actitud reverente que tienen muchos directores contemporáneos por las múltiples “épocas de oro” del icónico barrio de los ángeles (que pueden variar desde los silenciosos años veinte hasta los desatados setenta sin perder su aire de uniforme pleitesía).

[cita tipo=»destaque»]Pero lo que singulariza a Mank es que no se agota en esa ensalada de ingenios y referencias hollywoodenses (aunque claro que hay muchísimas y no vale la pena señalarlas). El filme intenta explorar los verdaderos conflictos de esa época: lo que significa estar en permanente contacto con los vanidosos magnates que nombran a sus inmensas compañías con su propio apellido, incluyendo a William R. Hearst (de Hearst Communications) y Luis B. Mayer (de Metro-Goldwyn-Mayer).[/cita]

Mank bebe, sin duda, de esos charcos nostálgicos, y nos presenta el Hollywood de los años treinta y los sillones donde los primeros equipos de guionistas de las grandes productoras se esforzaban por convertir el cine, recién liberado de la mudez, en un arte literario. Nuestro héroe es el guionista y crítico de cine Herman J. Mankiewicz: alcohólico, siempre en movimiento y listo para responder a todo con una de esas pachotadas que los anglosajones llaman wit; el ingenio y el juego de palabras improvisado al servicio de la sonrisa de los atentos y la confusión de los ingenuos.

Es ahí donde la película y su guion brillan sin contrastes: Mankiewicz, o Mank para los amigos, blandió un ingenio legendario en las tertulias de Los Ángeles, y los Fincher (padre e hijo), reconstruyen y embellecen esas conversaciones de salón con el ritmo salvaje que el director norteamericano acuñó en filmes anteriores, como Red social y Perdida.

Pero lo que singulariza a Mank es que no se agota en esa ensalada de ingenios y referencias hollywoodenses (aunque claro que hay muchísimas y no vale la pena señalarlas). El filme intenta explorar los verdaderos conflictos de esa época: lo que significa estar en permanente contacto con los vanidosos magnates que nombran a sus inmensas compañías con su propio apellido, incluyendo a William R. Hearst (de Hearst Communications) y Luis B. Mayer (de Metro-Goldwyn-Mayer).

Y el arduo contraste entre esos prestigiosos salones de la alta alcurnia con los estragos que iban dejando los coletazos de la Gran Depresión: en una escena, Mayer pide a los trabajadores de su productora que acepten bajarse el sueldo para mantener la compañía a flote: llora y termina recibiendo ovaciones. Apenas sale de la sala, endereza la espalda, aplaude y sale del aturdimiento. Vuelve a ser el ejecutivo optimista, el que le echa siempre para adelante, el que no tiene espacio en su agitada vida para entender las dificultades de los demás y que recuerda por momentos a cierto notable político chileno.

Mank mantiene los privilegios que le reporta trabajar para estos despreciables personajes, pero tiene ideas políticas: apoya a Upton Sinclair, el gran escritor y polemista socialdemócrata (acusado en su época de comunista, entre otros por Hearst y Mayer, como todas las personas razonables que han impulsado cambios reales) en su candidatura para convertirse en gobernador de California. En las escenas más poderosas de la película, vemos a Mank equilibrando a duras penas su culpa, su desprecio por los magnates, su posición de bufón de la corte y su alcoholismo.

Unos años más tarde, vemos cómo Mank va escribiendo de a poco Ciudadano Kane, que está inspirada en parte en sus experiencias con Hearst y sobre la cual este filme no tiene nada relevante para decir. Y es mejor así: las pocas escenas en que se habla de lo brillante que es el guion que el protagonista consiguió extraerse a duras penas son planas, son obvias: son nostalgia pura.

A pesar de estas objeciones, Mank es una película atrapante, a mi juicio la mejor de Fincher hasta la fecha y una de las mejores que he visto en un año que ha sido duro para el cine.

Título: “Mank”

Director: David Fincher

Guionista: Jack Fincher

Cinematografía: Erik Messerschmidt

¿Dónde la veo?: Ya disponible en Netflix

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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