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«Tambaleos» de Parra: de la preocupación del lenguaje a la polución  de la moda y la industria del libro CULTURA

«Tambaleos» de Parra: de la preocupación del lenguaje a la polución de la moda y la industria del libro

Christian Aedo Jorquera
Por : Christian Aedo Jorquera Escritor, fotógrafo y columnista. Ha publicado Pornostar (Ediciones Contrabajo, 2004), Recolector de Pixeles (Ripio Ediciones, 2010), No más de un segundo (Mansalva, 2010, Argentina), y ha participado en diversas antologías de poesía en Latinoamérica. Forma parte del equipo editorial de Cormorán Ediciones.
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Las últimas publicaciones de la editorial Planeta responden a este tipo de formatos, que se encuentran entre el influencer, el youtuber o el viajero aventurero nacido y criado en el centro de los privilegios. Todos ellos parecieran tener un capital que es de interés para el grupo editorial, y el trabajo de esta se vuelve la identificación de la cantidad, el tipo y el perfil de los “seguidores” que puede tener alguno de estos personajes.


Cristalina Parra Núñez o “Lina Paya”, nacida en el año 2000, es hija del músico Juan de Dios “Barraco”, el menor de los seis hijos de Nicanor Parra. Su madre es María José Núñez. Cristalina Parra creció en la casa de su abuelo en La Reina, citada en algunos poemas del antipoeta y mencionada por el mismo como una conexión con el lenguaje durante sus primeros años vida. Creció en medio de la naturaleza, la poesía de Nicanor y el recuerdo de la Violeta. Ahora hace su debut en el mundo de la poesía con su libro «Tambaleos», publicado por editorial Planeta este 2021.

Según Women Talk, Cristalina es una de “las 15 influencers del país que deberías seguir”. Desde ese lugar “postea sus sanadores poemas y su arte en su cuenta de Instagram”, reafirma el espacio, mencionado que Parra está en el lugar 7 de su selección de tendencias.

«Tambaleos» se presenta como un libro de viajes que se enfrenta a las memorias de la infancia de la autora, los vínculos con Nicanor y Violeta, que Cristalina busca espejear. En su escritura se mezclan con sus viajes por los Emiratos Árabes, donde estudia Historia del Arte, su vida en Abu Dabi, su visita a Jordania, su paso por Nueva York o Inglaterra. Todo se entrelaza con su vida en La Reina y su paso por el Nido de Águilas, en un lenguaje coloquial y cotidiano que sigue los pasos de su abuelo.

“Me pilló el medio oriente/ Entre medio de mezquita e iglesia/ Otomanos y romanos/ Religiosos y ateos/ Blancos, negros y mulatos/ Balazos y niños vendiéndome rosas en los semáforos…”, nos dice Parra en el poema “Sorpresa”.

“Sentadita/ Tratando de rezar/ Se me apareció una vieja y un viejo/ La vieja tapada de negro/ De pies a cabeza/ Con ojos azules como los del Barraco”, se lee en otro de los textos del libro, titulado “Cairo”.

«Últimamente he estado muy preocupada por la polución que la industria de la moda produce. Y eso también tiene que ver con el libro que quiero publicar, el cual espero no se trate de un objeto que se va a tener tres meses para luego botarlo con el resto de los desperdicios”, señaló Cristalina a la revista Galio, aludiendo a la publicación del libro «Tambaleos».

Para nadie es un misterio que en Chile, sin importar el credo, la ideología o la tendencia política, las clases acomodadas comparten los mismos privilegios, costumbres e intereses. Sin importar de donde venga la riqueza, no es casual verlos encontrarse en sus casas de veraneo, en los colegios, las universidades y finalmente en los puestos de trabajo que ocuparán, dependiendo de sus aficiones e intereses. A esto podemos sumar, y siempre desde un costado, las aspiraciones de la inmensa clase media, que confunde el crédito con estos privilegios. El fenómeno de la homogenización aspiracional ronda como una sinfonía que mece la cuna de arribismo chileno.

Desde hace un tiempo a esta parte, en esa realidad paralela que funciona como una lavandería para la imagen de empresarios y políticos, se ha abierto un nicho televisivo, una oportunidad laboral para los herederos de las familias más privilegiadas de esta injusta y angosta faja de tierra.

Un lugar donde dar rienda suelta a sus aventuras y mostrarnos su iniciación en el mundo, exhibiendo la belleza y las particularidades de los paisajes de otras latitudes, siempre buscando un toque de sentimentalismo por la exótica miseria que se puede ver en lugares como la India, África, Medio Oriente o Filipinas. Claramente sin olvidar sus misterios y encantos, estos corresponsales del privilegio, como quien realiza una gira de estudios con una GoPro de varios millones a cuesta, nos abren las puertas de su mundo interior, de sus experiencias y reflexiones. Y el caso de «Tambaleos» no es la excepción.

Las últimas publicaciones de la editorial Planeta responden a este tipo de formatos, que se encuentran entre el influencer, el youtuber o el viajero aventurero nacido y criado en el centro de los privilegios. Todos ellos parecieran tener un capital que es de interés para el grupo editorial, y el trabajo de esta se vuelve la identificación de la cantidad, el tipo y el perfil de los “seguidores” que puede tener alguno de estos personajes.

Algo así como vender paraguas en un día de lluvia, con toda la polución que dejan aquellas ventas de temporada. En este proceso los lectores son convertidos en seguidores, y los autores en productores de contenido de entretención dentro de un mercado regido por las tendencias más que por las voluntades, diría Byung-Chul, Han cerrando su sesión de Instagram.

De ahí que los herederos de la ficticia burguesía del último par de generaciones hayan inventado una estética que se define como austera, llana, sin peso crítico y muy próxima a la vida cotidiana; una cosa media deslavada que coquetea con el humor y la frivolidad, reiterando la histórica necesidad de las monárquicas por homologarse a la naturaleza, bajo bando divino para imponerse como un monumento del buen gusto, las buenas costumbres, la buena voluntad y toda la segregación colonial que encierran aquellos concepto.

Esta estética de las últimas camadas de cuicos creativos escapa del conflicto de enfrentar la realidad en enrarecidos formatos, al interior de colores deslavados o ficciones de espontaneidad automatista; en la exploración de la pérdida del sentido, o en alambiques conceptuales que buscan alejarse espantados de las practicas pedestres del populacho, para adentrarse en una austeridad ficticia que se enfrenta a sí misma en problemáticas sobre el sentido del sentido, en los mejores casos, o de plano en banales preocupaciones sobre vida privilegiada y sus conflictos de culpa y caridad, en su mayoría.

Estos productores, una vez que ven los resultados de sus apuestas estéticas, cuando los libros se van a generar polución a estante de saldos, o las películas son retiradas de los cines, o quizás las radios no programan aquella música tan especial, reaccionan de la misma forma que tiene el gobierno con respecto a una pandemia que se les escapa de las manos.

La culpa la tiene el sujeto que va de a pie, ese que no lee, que no ve buenas películas, que no escucha buena música o que apenas distingue entre una fotografía y una pintura, ese que también está obligado a salir a trabajar. Ese sujeto es el culpable de que los privilegiados no tengan ni la más mínima idea de la realidad y que el oficio no sea hereditario.

Christian Aedo Jorquera es editor y poeta.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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