Publicidad
“El club de los suicidas” de Luis Felipe Sauvalle: cuando la realidad termina por imponer su peso sobre las cosas CULTURA

“El club de los suicidas” de Luis Felipe Sauvalle: cuando la realidad termina por imponer su peso sobre las cosas

Sauvalle entiende que no siempre hay buenos y malos, que eso sería caer en caricaturas morales muy presentes en la literatura chilena actual. Los libros deben interrogarnos, y por qué no, incomodarnos. “Como un hacha que rompe el mar helado que llevamos dentro”, como sabiamente dijera el viejo Kafka. Con total libertad, y con prescindencia del rugido de críticos y teóricos.


Bastián, un profesor universitario, acompañado de Ximena, su pareja veinte años más joven, asisten al matrimonio de su hija, donde deberá tomar una decisión importante, esto es, aceptar o no el acuerdo económico de manutención que le permitiría revitalizar su carrera, pero a un alto costo: ajustarse a las normas, a las etiquetas sociales que la familia de su exesposa le impone. ¿Qué hará este hombre, un connotado gran maestro ajedrecista venido a menos?

El club de los suicidas (Editorial Forja, 2020) es la nueva novela de Luis Felipe Sauvalle (Santiago, 1987), y retrata tanto obsecuencias como privilegios. El Arrayán, el Opus Dei, el bótox, la endogamia de una clase social acostumbrada a los beneplácitos del poder, a la vida buena, de esa que observa “de soslayo la capital, hacia abajo, en lontananza”.

El escritor Luis Felipe Sauvalle.

El libro, en este sentido, a pesar de su desenlace apresurado y algo tosco, se destaca por la construcción de un cuadro social, habitué de la ostentación y la hipocresía, pero también de la penumbra. Aquello que se urde tras bambalinas. La llama intempestiva del suicidio, de la muerte, de la pulsión sexual, de las traiciones, que funcionan como contracara de la performance, de lo público y familiar. Toda familia tiene secretos. Toda familia, independiente de su linaje, puede estar al borde del derrumbe.

Aquí se aprecia la destreza narrativa del autor al revelar los claroscuros de los personajes, en particular el de Raquel, tan misterioso como sofisticado (a diferencia del de Ximena, de frentón plano y sin matices). Y no solo de un lado, por decir algo, sino también de esos que, por lo general, aparecen sin más como víctimas de un sistema que los oprime. Nadie se salva, bien podría decirnos Sauvalle.

Habría que centrarse en Bastián, el protagonista, quien representa a toda una generación, profesional, presumiblemente progresista, pero sin rumbo e independencia económica que le de sustento a sus volteretas existenciales o su soberbia intelectual. Bien podríamos achacar aquí las condiciones materiales, la trama de desigualdades, el modelo neoliberal y bla, pero también hay algo de desidia y oportunismo. Cómo no. No hay heroicidad en esto, ¿o sí?

Bien sabemos de discursos apologéticos detrás de sonrisas edulcoradas.

No, nadie se salva:
“Sin embargo, habitando el pasado Bastián se sentía muy cómodo; no tenía claro si el futuro le deparaba nada. La realidad había decantado; ante sí vislumbraba dos futuros: uno, en que continuaba como una miniatura de sí mismo, en la academia, dictando una clase por aquí, una por allá, convirtiéndose paulatinamente en quien siempre detestó; otro, en que regresaba a la arena, en donde ocupaba el sitial que le correspondía en el ajedrez mundial, aunque fuera por un breve lapso” (pág. 36).

Curioso también es el personaje de Valderique, quien a juicio del autor es “experto en monólogos”, y que “se conducía por la vida como si esta fuera una de sus comedias”. Dentro de la novela, funciona como un intersticio, una zona “satírica” entre “ganadores” y “perdedores”, una conciencia lúcida disfrazada de bufonería y acidez:

“A él no le gustaba esa perpetua pulsión fitness de la ciudad. Mucha pareja millenial con perrito. Mucha alimentación saludable. Súper preocupados por el medioambiente. Frecuentaban un puñado de restaurantes de dudosa tradición gourmet, promovían las dos o tres causas políticas-sociales en boga, se agrupaban en torno a las dos o tres actividades de esparcimiento de moda, entre ellas el salir a pedalear o trotar. O sea: se dedicaban a la contemplación grupal del ombligo” (pág. 73).

Sauvalle entiende que no siempre hay buenos y malos, que eso sería caer en caricaturas morales muy presentes en la literatura chilena actual. Los libros deben interrogarnos, y por qué no, incomodarnos. “Como un hacha que rompe el mar helado que llevamos dentro”, como sabiamente dijera el viejo Kafka. Con total libertad, y con prescindencia del rugido de críticos y teóricos.

Ficha técnica:
Luis Felipe Sauvalle.
El club de los suicidas.
Editorial Forja, 2020.
146 páginas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias