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In memoriam: Patricio Manns CULTURA|OPINIÓN

In memoriam: Patricio Manns

Daniel González Erices
Por : Daniel González Erices Facultad de Artes Liberales Universidad Adolfo Ibáñez
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Uno podrá o no comulgar con determinadas ideas políticas del artista, que el tiempo juzgará de mejor modo que nosotros, probablemente. Al margen de ello, como se ha afirmado en otra oportunidad, la biografía de Manns constituye, sin pretender exagerar, la encarnación de la segunda mitad del siglo XX chileno en un ser humano con excepcionales aptitudes. Resta señalar, por ahora, que desapareció sin contar con los espaldarazos de las instituciones que suponen, como misión cardinal, garantizar el bienestar de quienes han hecho parejo aporte a la cultura local. De esta suerte, su nombre pasa a robustecer la lista de la que forman parte Vicente Huidobro, María Luisa Bombal, Enrique Lihn, Roberto Bolaño, Ramón Vinay, Clara Oyuela, Isidora Aguirre, Claudia Parada, Luis Advis, Sergio Ortega.


En los últimos años de su vida, la voz de Patricio Manns pareció volverse cada vez más áspera. El timbre metálico y umbrío que lo caracterizaba —tan distinto al sonido claro de Pedro Messone, contemporáneo suyo que versionara de manera magistral “Bandido”, del propio Manns, junto a la mítica primera formación de Los Cuatro Cuartos— fue adquiriendo un carácter progresivamente seco, acerbo, casi desapacible. Esto, por cierto, no solo en sus actuaciones en público y grabaciones finales, sino también en sus entrevistas. Era evidente que Manns hubiese querido contar con un reconocimiento que hiciera justicia a su monumental producción, algo que lo inquietó muchísimo. Alejandra Lastra, quien fue su mujer, fallecida hace poco más de un año, llegó a decir que era un dolor permanente en el artista esta falta de aprecio.

Parece absurdo pensarlo, pero el único sobreviviente de la tríada fundamental de la Nueva Canción Chilena, integrada además por Violeta Parra y Víctor Jara, nunca fue distinguido ni con el Premio Nacional de Música ni de Literatura, aunque su candidatura a ambos galardones fue reiterativa. No cabe aquí especular las razones por las cuales esto ocurrió, ni si acaso sus competidores tuvieron más o menos credenciales que les merecieran correr una suerte distinta. Lo que sí importa es no perder de vista que entre los centenares de canciones cuya letra y música firmó Manns, encontramos algunas de las composiciones claves del repertorio latinoamericano. Así, en 2009, cuando se celebró el cuadragésimo aniversario del Festival del Huaso de Olmué, “Arriba en la cordillera” fue elegida como la “mejor canción chilena de todos los tiempos”, por sobre “La joya del Pacífico” o “Te recuerdo Amanda”. Estos títulos con aires planetarios pueden ser objeto de un amplio debate musicológico o socio-histórico, pero hacen patente el sitio destacado que ocupa hasta el día de hoy su obra.

Por otro lado, es imposible no mencionar su fructífera colaboración con Inti-Illimani, que en los años de exilio dio lugar a una discografía de altísima calidad, confirmando los rasgos estilísticos complejos de la Nueva Canción Chilena. Se incluyen en ese contexto piezas interpretadas con indescriptible belleza, como “Palimpsesto”, “El equipaje del destierro”, “La canción que te debo”, “Elegía para una muchacha roja”, etc. En efecto, Juan Orrego Salas, el insigne compositor y Premio Nacional de Música, alumno de Aaron Copland, identificó en Manns una sofisticación melódica particular que lo hacía sobresalir respecto de sus pares. Ese talento se complementó con sus inmensas cualidades como literato. Los textos de sus canciones han tenido escasa competencia gracias a una fuerza poética verdaderamente volcánica, tal como se despliega en el desgarrador lamento de “Cuando me acuerdo de mi país” o en la intimidad erótica de la “Balada de los amantes del camino de Tavernay”.

Tuve la fortuna de conocer a Manns cuando él tenía 67 años y yo 17. Me dirigí a Estación Mapocho, donde se realizaba la 24ª Feria Internacional del Libro de Santiago. Si tuviese que buscar un parangón, mi nerviosismo y entusiasmo de entonces se podrían igualar al éxtasis con el que un peregrino, en plena época medieval, se encaminaba a un santuario para ir al encuentro de una reliquia sagrada. En mi caso, sin embargo, no se trataba de un hueso o un artefacto que me comunicara de cierta forma con la presencia sobrenatural de un muerto, antes bien, fue el privilegio de intercambiar unas pocas palabras con un fragmento viviente de la historia reciente de Chile. Con ese ánimo, recuerdo haber querido mirar a través de sus ojos verdeazulados la vida de quien protagonizara algunos de los momentos cumbres en el desarrollo de las artes nacionales y de la región entera.

Uno podrá o no comulgar con determinadas ideas políticas del artista, que el tiempo juzgará de mejor modo que nosotros, probablemente. Al margen de ello, como se ha afirmado en otra oportunidad, la biografía de Manns constituye, sin pretender exagerar, la encarnación de la segunda mitad del siglo XX chileno en un ser humano con excepcionales aptitudes. Resta señalar, por ahora, que desapareció sin contar con los espaldarazos de las instituciones que suponen, como misión cardinal, garantizar el bienestar de quienes han hecho parejo aporte a la cultura local. De esta suerte, su nombre pasa a robustecer la lista de la que forman parte Vicente Huidobro, María Luisa Bombal, Enrique Lihn, Roberto Bolaño, Ramón Vinay, Clara Oyuela, Isidora Aguirre, Claudia Parada, Luis Advis, Sergio Ortega.

Para despedir a Manns, bien valen las palabras de su poema “La vida total”, que musicalizó Eduardo Carrasco de Quilapayún:

“La vida es un espacio entre dos muertes,
la muerte es un silencio del amor,
el amor es un orgasmo entre dos lágrimas,
la lágrima es un lago sin su canto
[…]
el cuerpo es un combate que se pierde,
se pierde sin retorno a lo increíble,
lo increíble será lo que no podemos,
y lo que no podemos será lo que siempre queramos.”

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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