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El género negro desafía a la pandemia por casi dos años, con proyectos colectivos CULTURA|OPINIÓN

El género negro desafía a la pandemia por casi dos años, con proyectos colectivos

Durante el pasado año 2020 se publicaron más de diez libros del autoras y autores noir en el país. Y eso ha continuado el presente año. Pero en este caso, me voy a referir a proyectos colectivos.


No han sido estos los mejores tiempos para la difusión de nuevos libros, al menos de los tradicionales libros impresos. Sin embargo, se ha mantenido la producción literaria en este género. Muchos de las obras se podían adquirir mediante envíos, remplazando así el triste cierre de las librerías. Aún no sabemos si vendrá un rebrote, ojalá que no, pero el acelerado término de las medidas por parte del gobierno, me hace temer que sí.

Durante el pasado año 2020 se publicaron más de diez libros del autoras y autores noir en el país. Y eso ha continuado el presente año. Pero en este caso, me voy a referir a proyectos colectivos.

Celebramos que en este entorno de pandemia e incertidumbre, hayamos podido presenciar el inicio y la permanencia de la colección de novelas cortas: “La otra oscuridad”, una compilación que bien podría llevar como subtítulo el de esta columna: “Desafiando la pandemia”. A la fecha ya están disponibles al público los siete primeros números, producidos y editados por las editoriales Rhinoceros y Espora, en un formato de bolsillo que resulta cómodo para quienes quieran ir coleccionando estas historias criminales.

La primera novela de la colección, es “Teresa la tigresa. Caperuza de la droga”, de Eduardo Soto Díaz, un autor que desde el año 2004 ha publicado varias novelas y cuentos en el género (también ha escrito y publicado novelas de ciencia ficción). Este primer número de la colección, contiene una historia con mucha acción, ágil y rápida, ambientada mayormente en barrios de la capital. Con dosis de humor y continuos enfrentamientos entre bandas de narcos (una de ellas es la de Teresa, que le da el título al libro), y de estos con la policía, lo que le da a la novela un entorno casi de guerra en las calles de Santiago y en la Región del Libertador General Bernardo O’Higgins.

El personaje central es el detective Filete Sotelo, quien apoyado por su nieto el Chuleta Montero, al más puro estilo negro, va obteniendo pistas por medios poco canónicos y bastante alejados del código de buenas prácticas de su institución (la Policía de Investigaciones).

Zigzagueando entre el fuego cruzado, Sotelo va sorteando obstáculos gracias a su buena puntería y la ayuda de una angelita de la guardia, no develaremos aquí si esas dos herramientas son o no suficientes para llevarlo a buen puerto. La trama se devela como el producto de un plan, una conspiración que va más allá de lo estrictamente criminal y que alcanza a miembros de las altas esferas de la sociedad, lo que una vez más, es parte del sello noir.

La segunda novela es “Femicidios a la carta”, de Bartolomé Leal, uno de los autores más prolíficos y de más prolongada trayectoria del noir criollo, ha publicado más de veinte obras en el género (cinco de ellas como co autor, bajo el seudónimo de Mauro Yberra). En esta novela, como en su anterior entrega (“Memorias de un asesino en serie”), Leal se zambulle en la mente de un asesino. A diferencia de “Memorias…” en “Femicidios a la carta” no tenemos un narrador en primera persona, sin embargo el narrador en tercera persona de esta novela, va muy metido dentro de la cabeza del personaje principal, David Piña, una cabeza bastante desquiciada por lo demás. Para reforzar la inmersión en el personaje el narrador a ratos le cede la palabra a Piña y a su siquiatra.

El entorno es el de los años de gobiernos de la Concertación, con arreglines, pitutos y acomodamientos en el aparato público, consumismo y vacuidad de los compatriotas alienados con el modelo de país (que en esa época se presentaba como el de “los jaguares de Latinoamérica”), es el marco en el que desata la misoginia desenfrenada y las perversiones de David Piña, que cataliza su rechazo al nuevo país que detesta, asesinando a las mujeres que alguna vez tuvieron un rol importante en su vida sexual. En el relato abundan escenas sórdidas, estilo realismo sucio, en las que el lenguaje escatológico alterna con algunos gustos refinados del protagonista. El personaje es, lamentablemente, el reflejo de la forma de ser de hombres que todavía existen fuera del mundo de la ficción.

El tercer número de la serie, es “El caso Coelemu: la perseverancia de la investigación”, la primera novela de Raúl Bustos Ruiz. El autor, como en su momento René Vergara, y más recientemente César Biernay, conoce por dentro los procedimientos y métodos de investigación de la Policía de Investigaciones de Chile. Para los narradores del género negro, que generalmente creamos historias desde fuera de la lógica institucional, este tipo de texto es una fuente de aprendizaje sobre los métodos reales.

“El caso Coelemu…”, narra el cruel asesinato de un niño en un poblado campesino cercano a Chillán. La historia atrapa, está bien construida y el método de investigación, con sus desvíos y vericuetos, le da credibilidad a la historia.

No me referiré mucho en este artículo al cuarto número de la colección, ya que soy coautor de esa obra. “Estación Yungay”, se trata de una novela que escribimos a cuatro manos junto a mi pareja, Cecilia Aravena Zúñiga, compañera de la vida y de las letras.

El quinto número de la serie es “Hay amores que matan”, la única novela de la serie -hasta el momento- de un autor extranjero. Se trata de una obra del escritor argentino Néstor Ponce. Existe una excelente reseña de esta obra, publicada por el escritor César Biernay en la revista Amérika. Creo que es mejor resumir el trabajo de Néstor Ponce apoyándome en las palabras de nuestro amigo César, quien comenta que esta novela “rescata un hecho de sangre perdido entre los roneos polvorientos de un legajo bien guardado, en una particular crónica criollista que mezcla magníficamente la historia, el crimen y el valor de los archivos como pieza fundamental para reconstruir el pasado.

Creativa, rápida y cautivante, la obra invita a reflexionar sobre el límite de toda permisividad y como a fines del Siglo XIX y comienzos del XX, las cosas se tejían de otra manera, o del mismo modo que hoy, pero sin testigos. A quienes gustan conocer la historia de la América profunda, en tiempos de post independencia, sus páginas transitan en la dura pampa argentina, de madrugadas de esquila y tardes de zamba. Sus personajes van de peón a paje, de estanciero a juez y de empleada a patrón, en la clásica dinámica política administrativa donde las decisiones las tomaban los que portaban la huasca de cuero”.

La sexta entrega de “La otra oscuridad”, es la novela “El dedo en la llaga. El caso Shima”, de Julián Avaria-Eyzaguirre. Esta novela es la segunda del autor, que nos trae de vuelta a su investigador sin nombre, que ya había resuelto anteriormente “El caso Capablanca”, la novela con la que debutó este autor en el año 2017.

En el caso Shima, la víctima es un joven estudiante universitario, que pensando en reunir dinero para financiar sus estudios en Europa, se va a trabajar a un campamento en el sur de Chile, en medio de un bosque nativo, alejado de lugares poblados, donde se está llevando a cabo un estudio de impacto ambiental de una posible geotérmica en la zona. En esa zona aislada, con pocos protagonistas, que son sus compañeros en esa base – lo que evoca de alguna manera los policiales denominados “de cuarto cerrado” – el joven es violado y luego asesinado. Desde ahí el relato fluye sin contratiempos para la lectura.

El séptimo y último número de la serie, es “La conjura de los neuróticos obsesivos”, la segunda novela de Julia Guzmán Watine, quien ya había presentado a su investigador Miguel Cancino en su primera novela. Lo más destacable de esta nueva obra, es la apuesta de la autora, al moverse desde el género negro con tintes de neo policial (que caracterizó su primera obra “Juego de villanos”), a una fusión de lo policial con lo fantástico, una jugada arriesgada, de la que Julia Guzmán sale victoriosa.

Los neuróticos a los que alude el título del libro, se resisten a que al ser medicados, se les impida hacer su trabajo principal: ser los responsables del bienestar del mundo, convencidos de que si abandonan sus manías, los cataclismos naturales o sociales podrían sacudir al planeta. La diversidad de neurosis, y de obsesivas y obsesivos, así como la fantástica “Marcelodemia”, y otras sorpresas de esta segunda novela de Julia Guzmán Watine, arman una historia que cumple con el requisito esencial de entretener al lector, pero en esta ocasión, invitando además a la reflexión, e incluso, a una segunda, o más lecturas de la obra.

Desde luego, no es la única porfía negra en pandemia. El pasado año 2020 ocurrió otro importante evento del género: como parte del evento virtual Lluvia de libros, se presentó el libro Colección Agatha II, una selección de micro ficción y nanonovela, de Ediciones Imposibles.

Esta publicación, es un conjunto de cuatro plaquettes de las escritoras Gabriela Aguilera Valdivia , Lorena Díaz Meza, Claudia Farah Salazar y Francisca Rodríguez Aguilera, autoras que han mostrado un trabajo persistente de creación y difusión del género, con el sello de lo que se ha dado en llamar “el género negro escrito en femenino”, término acuñado por Alicia Zepeda – Master en estudios avanzados de literatura española e hispanoamericana de la Universidad de Barcelona – durante el Primer Encuentro Internacional de Literatura Negra y Fantástica, organizado por Letras de Chile el presente año 2021.

Este colectivo ha creado también un libro objeto, que se llama Muerte Natural, el primero de la colección de libros objeto Dorothy Sayers, y esperan terminar este año lanzando Colección Agatha III y el segundo menú de la colección Crimen a la carta.

Por último, pero no menos importante, en agosto de este año 2021, se cumplió un año de vida de la revista digital Trazas Negras. En pleno mes de julio del pasado año 2020, con la curva de casos de contagios en alza, apareció el primer número de la Revista digital chilena Trazas Negras, dirigida por Bartolomé Leal. Desde esa fecha, cada mes ha salido un número con muy buenos cuentos de escritoras y escritores de nuestro país, así como reseñas de libros, artículos, cuentos clásicos, y comics.

Acaba de salir el número 13 de esta revista, denominado Especial Escritoras Parte I. Reproduzco alguna de las relevantes preguntas que la escritora Julia Guzmán Watine, plantea en el primer párrafo del editorial: “¿A qué se le llama literatura femenina? ¿Es un tipo de literatura homogénea escrita por mujeres? ¿Hay un denominador común entre las mujeres que justifica este apelativo? ¿Determina el género un tipo de escritura?”.

Por lo pronto, para que cada lector y lectora se vaya formando una opinión, recomiendo leer en este número, cuentos de las escritoras chilenas Andrea Calvo Cruz, Cecilia Aravena Zúñiga, Sonia González Valdenegro, Francisca Rodríguez, Gabriela Aguilera Valdivia, y Verónica Silva Oliva. También las tres reseñas, la primera sobre Saint Michel, (novela de Gabriela Aguilera Valdivia), es un análisis de dicha obra realizado por Nana Rodríguez Romero, la segunda es sobre A veces lejos del rumor del mar, (micronovela de Verónica Silva Oliva), esta crítica fue escrita por Julia Guzmán Watine, y la tercera reseña es sobre Pájaros debajo de la piel y cerveza, (libro de Araceli Otamendi), en este caso realizada por Gabriela Aguilera Valdivia. Como siempre, se incluye también un cómic.

Recomiendo esta muestra de la producción literaria actual en el género, me parece especialmente relevante tanto para el mundo de los amantes de estas temáticas, como para la academia y los estudiantes de literatura.

Creo que estas nuevas publicaciones, que han salido en medio de tiempos difíciles para la cultura en general, y para las letras en particular, son una excelente alternativa para estos tiempos. Debido al confinamiento hemos pasados más horas que antes frente al computador o la televisión, ya sea para tele trabajar, ver noticias, seguir los resultados del plebiscito y de los procesos eleccionarios, ver cine u otros programas, hacer trámites y pedir salvoconductos, certificados covid19 y permisos de viajes inter regionales. En este nuevo modo de vida (que no sabemos en qué medida permanecerá en el mundo post pandemia), resulta sano, y reconfortante, alejarse de la pantalla por un rato, y sumergirse en la literatura, en particular, en la de autores y autoras de nuestro país, y en un género que se mantiene muy vivo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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