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Escritor argentino Alan Pauls: «no hay experiencia amorosa que no esté montada en alguna clase de cojera o de cortocircuito» CULTURA

Escritor argentino Alan Pauls: «no hay experiencia amorosa que no esté montada en alguna clase de cojera o de cortocircuito»

Acaba de publicar «La mitad fantasma», sobre la relación entre un cincuentón sedentario y una treintañera viajera. «Las personas se enamoran de lo que está mal, lo que no encaja, lo que opone resistencia», asegura.


Un libro sobre el amor y la tecnología ha publicado el escritor argentino Alan Pauls (Buenos Aires, 1959), con su más reciente libro, «La mitad fantasma» (Random House).

La novela cuenta la historia de Savoy -un cincuentón quieto, aficionado a los roces inocuos- que se cruza con Carla, una treintañera feliz, sin apegos, que viaja de país en país cuidando casas, mascotas y plantas de marihuana.

«Lo central en la novela son los efectos que la tecnología digital tiene en la vida; en particular los llamados efectos secundarios, los que no se propone provocar, los que nacen del encuentro siempre contingente entre la tecnología y los ‘usuarios’, la tecnología y el lenguaje, la tecnología y el cuerpo, la tecnología y el tiempo, etc», comenta el autor.

Origen

Pauls cuenta que en el origen de este libro hay una escena: dos enamorados que están lejos y se encuentran por skype.

«Ella es joven y usa el skype como una herramienta más: sólo para comunicarse. Él, un cincuentón sedentario, muy hijo del siglo XX, se comunica también, pero su torpeza y una tendencia natural a sospechar de todo lo que desconoce hacen que se detenga algo más de la cuenta en el skype mismo: el sonido que hacen las campanas al anunciar la comunicación, los glitches que la sabotean, las imágenes que se congelan o pixelan, esos momentos catastróficos en que la cara de su amada se queda sin voz o su voz sin cara», explica.

«Y, por supuesto, en todos los signos que florecen alrededor de su amada dentro de la pantalla: fondos, iluminación, decorados, voces ajenas, personas desconocidas, que quizá delaten verdades que su amada no querría decirle…».

Dispares y vinculados

A pesar de que parece un reto vincular dos personajes tan diferentes (él, sedentario y cincuentón, ella viajera y más joven), para Pauls es todo lo contrario.

«Cómo no vincularlos, más bien. ¿No son esas desproporciones entre enamorados lo único que nos interesa del amor? Si hay asimetría hay problemas, y si hay problemas hay -o puede haber- relato», comenta.

«Por lo demás, no hay experiencia amorosa que no esté montada, en el fondo, en alguna clase de cojera o de cortocircuito. Se los puede detectar o no, y a menudo se los confunde con los encantos de los que uno cae prendado. Es así: las personas se enamoran de lo que está mal, lo que no encaja, lo que opone resistencia».

Para Pauls, si enamorarse fuera encontrar la “otra mitad” («esa mitad que perdimos cuando éramos andróginos, según Platón»), el amor sería simple y fácil y banal —es decir: antinarrativo— como la fábula sexual de la tuerca y la arandela o la ficha y el enchufe.

«Las mitades siempre son aberrantes: no son 50 y 50 sino 75 y 982. Hay amor porque hay algo que sobra o que falta. Porque las cuentas no cierran», remata.

Tecnología y amor

Para el autor, lo central en la novela son los efectos que la tecnología digital tiene en la vida; en particular los llamados efectos secundarios, los que no se propone provocar, los que nacen del encuentro siempre contingente entre la tecnología y los “usuarios”, la tecnología y el lenguaje, la tecnología y el cuerpo, la tecnología y el tiempo, etc.

«Habría mucho que decir sobre el papel de la tecnología en el mundo, pero no voy a ser yo ni mi novela, más bien legos en la materia, quienes lo digan. Me intrigan, en cambio, la rodilla que vibra de impaciencia cuando una aplicación tarda en cargarse, el rapto de ira ante la comunicación que se corta, el reparto de acusaciones que sobreviene cuando la pantalla dice que la conexión es débil, el estupor, el desconsuelo o el éxtasis con que vemos que la imagen de un ser querido se freeza ante nosotros justo después de haberle dicho algo importante. Ese tipo de colateralidades», dice.

En cuanto a la relación literatura y tecnología, para él son imposible de separar.

«Yo me puse a escribir por el placer de mentir sin que pudieran castigarme, pero también por el entusiasmo casi erótico que me despertaba el cuerpo de hierro de una máquina de escribir Continental de 1930 heredada de mi abuela», concluye.

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