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Exposición «Resistencia» de artista Livia Marín: Nada es lo que parece CULTURA|OPINIÓN Crédito: Livia Marín.

Exposición «Resistencia» de artista Livia Marín: Nada es lo que parece

Ricardo Rojas Behm
Por : Ricardo Rojas Behm Escritor y crítico, ha publicado “Análisis preliminar”, “Huevo de medusa”, “Color sanguíneo”, además de estar publicado en diversas antologías en Chile y el extranjero.
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Livia Marín entrelaza prácticas tradicionales (cerámica, restauración, doradura, bordado) con medios de producción mecánicos (imagen digital, CNC, serigrafía). Un contexto que toma forma en Matucana 100, lugar donde la artista expone Resistencia (2022) una puesta en escena de un inventario de piezas que jamás se han visto reunidas en un mismo espacio, lo que significa que vamos a ver lo mismo por primera vez.


Ocasionalmente, mucho de lo vivido se inserta dentro de la categoría de impensado. Donde nada es lo que parece, o mejor aún pasa de lo cotidiano a formar parte de una instalación en la cual cada objeto doméstico es el componente metafórico que el artista chino Liu Jianhua (1962), emplea para burlar la realidad, insertándolo en Yiwu Survey (2006) obra donde vacía un container repleto de utensilios que luego revende a los países industrializados.

Vuelta de mano que también se expresa en Discard (Desecho 2008) con ese centenar de fracturadas piezas de porcelana, simulando un hallazgo arqueológico en el que simbólicamente resignifica la destrucción de miles de piezas de cerámica, durante la dinastía Sung (960-1279), en un ejercicio artístico de reivindicación histórica.

En este quehacer de reconfigurar y reconstruir aparece además Phoebe Scott con una arriesgada apuesta escultórica en la que el cuerpo es visto como algo objetual, deconstruido, fetichizado, y que se aprecia o devalúa según apariencia y clase, o sencillamente se malogra en un hecho truncable, focalizado a partir de cuanto se pierde, oculta o aparenta ser y no es. Despojo que en su trabajo es una cualidad expresada mediante el grez, como un irredimible hándicap que representa la contracara a lo realizado por Clemetine Keith-Roach (Reino Unido, 1984), cuando a través del cuerpo femenino y la cerámica consigue armar un espacio- temporal donde fusionar el aquí y ahora con las antiguas ánforas de terracota, enarbolando la premisa de que más allá de la época, los objetos domésticos son siempre una extensión de nuestro cuerpo.

Crédito: Ron Mueck.

Panorama mutable en donde surgen además las perturbadoras esculturas de David Altmejd (Canadá, 1974) quien a través del incordio encara a esta sociedad hedonista que asigna cánones de belleza, como su principal fuente de degradación y maltrato. Incomodidad que el artista busca abolir provocando un estado de tensión que trasciende lo físico, provocando un flujo de pensamiento donde lo bellamente aterrador se superpone en una pulsión incontrolable que de por sí, sigue reverberando en nuestro inconsciente.

Intervalo de sutil metamorfosis en el que el cubano Aldo Menéndez, hace uso del trompe l’oeil, osada técnica pictórica con la cual intenta engañarnos subrayando los defectos y haciéndonos creer que los contornos del cuadro están tijereteados y fotomontados para así desarrollar una versión iconográfica que alude al collage y a un neo-pop, tal cual se consigna en Retratos en chino (2019). Un viraje disciplinar y pictórico que comparte con Pablo Serra (Chile, 1983) cuando este artista decide sabotear al ojo con la magnífica serie The world needs a hero (2010), compuesta por óleos cuidadosamente elaborados, que parecen figuras moldeadas en plasticina por su pequeño sobrino, con las que deja entrever además del antagonismo entre el primitivismo y la técnica, su riguroso compromiso con el oficio.

Preciosas y semipreciosas como amatista, feldespato gris, venturina roja, ópalo, malaquita, cuarzo ahumado y esmeralda son algunas de las múltiples piedras que decoran la enmohecida propuesta de Kathleen Ryan (USA, 1984) quien, sobre una base de espuma de poliestireno, arma un conjunto de frutales esculturas alhajadas hasta crear una mórula en manifiesto estado de descomposición, haciendo que la hermosura de la desazón movilice su obra.

Contrapunto que también se constata en Flow (Turbo-2013), instalación a gran escala del francés Baptiste Debombourg (1978), con la que hace colapsar la realidad, y a la vez aparenta una pérdida violenta del control, cuando producto de su proceso constructivo deconstruye el paisaje, instalando la idea de un impensado quiebre. Disrupción que Livia Marín (Chile, 1973) rescata cuando a objetos tan cotidianos como platos y tazas les elimina la familiaridad, haciéndolos perder su valor de uso e incluso sus propiedades de objeto industrializado y de consumo, emprendiendo una lucha por desentrañar sus diseños, convirtiéndolos en objetos únicos que rompen con la lógica de desechar compulsivamente, por el rehabilitar creativamente.

Así es como Marín entrelaza prácticas tradicionales (cerámica, restauración, doradura, bordado) con medios de producción mecánicos (imagen digital, CNC, serigrafía). Un contexto que toma forma en Matucana 100, lugar donde la artista expone Resistencia (2022) una puesta en escena de un inventario de piezas que jamás se han visto reunidas en un mismo espacio, lo que significa que vamos a ver lo mismo por primera vez.

Identidad matérica que la francesa Helena Hauss, reconoce también en la porcelana, cuando se da el gusto de fusionar la femineidad doméstica, representada en la mayólica Delft, con la rudeza de un arcaico mangual o una explosiva granada, para acabar con el rótulo de que “la mujer es el sexo débil”, imprimiéndoles a estas armas de cerámica que aparentan ser frágiles, toda la resistencia y fuerza interior, que las mujeres detentan. Visión que en contrapartida se aleja plenamente de la propuesta de Hans Hemmert (Alemania, 1960) cuando va y cambia la forma de ver las armas y construye un Panzer alemán (2007), utilizando cientos de globos de colores, que al desinflarse lo convierten en un arma de destrucción inofensiva con la que luego los niños se divierten haciéndola explotar.

Crédito: Rodrigo Cabezas.

Detonación que poco y nada tiene que ver con ese juego de apariencias que Rodrigo Cabezas (Chile, 1961) nos presenta en Headhunter (Casatalentos-2013), serie de 10 pinturas de gran tamaño, que aluden al test de Rorschach, mediante el cual busca develar aspectos inconscientes de la personalidad por medio de asociaciones visibles en manchas de tinta y dripping, las que por sí cobran relevancia cuando por el carácter arquetípico de diversos animales logran entablan un diálogo psicológico – pictórico, superando cualquier pronóstico.

Sin embargo, quien representa de mejor manera el concepto de que-nada es lo que parece- definitivamente es Ron Mueck (Australia, 1958), desde el momento en que invade el espacio con esas vívidas y monumentales esculturas dónde jamás sabemos si de verdad hemos caído en la clásica serie televisiva Land of the Giants (1968) o sólo es el desvarío de quien al sentirse intimidado por estas gigantescas obras que -por si fuera poco- son la representación más imponente, realizada por un artista que demuestra un profundo conocimiento de la anatomía expresado en el hiperrealismo de enormes cabezas, cráneos y cuerpos, ante los cuales, estamos microscópicamente indefensos y a merced de una realidad falaz, donde nada es lo que es.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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