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“La mujer del jardinero” o el “pecado” de familia CULTURA|OPINIÓN

“La mujer del jardinero” o el “pecado” de familia

El escritor, periodista y socio de Letras de Chile, Antonio Rojas Gómez publicó recientemente una novela de juventud, cuya presentación estuvo a cargo de Mario Valdovinos y Roberto Rivera. A continuación se presenta la presentación de Roberto Rivera.


Pudo ser la estrategia narrativa del autor preferir la óptica de la crónica, del reporte literario de un hecho real, el robo de una guagua por allá por los años ´62 o ´63, al estilo de Truman Capote, pero no, no lo es; pudo ser también desde la tensión dramática en busca del responsable o el o la culpable de la desaparición al más puro estilo policial, pero tampoco.

El autor elige en cambio una narración en tercera persona cuyo personaje principal será precisamente “la mujer del jardinero”, María, una mujer como las de aquellos años, dueña de casa, dependiente, sí, pero también con un espacio propio, aunque este sea el de la dependencia, y al cual desde esta tercera persona puede indagar dentro de su siquis, así como también en la de José, ya que no carpintero, sino jardinero, como pareja mítica.

Desde la óptica del eterno retorno con María de heroína, también se cumple el regreso en su viaje a la desobediencia y al “pecado”, diremos por el llamado de la selva, cumpliendo con las pruebas a las que es sometida y su reconocimiento final ante el padre autoritario, pero en una suerte de viaje mítico degradado, reconocida como “Ulises” por su marca, la concepción fuera del orden social y religioso aceptado, para ser desconocida de inmediato después en un orden confuso y senil, con la identidad alterada, en vez de niño, una niña.

El conflicto que da curso a la historia se desata cuando, en un hogar modesto, de trabajador, una de dos hermanas adolescentes se enamora y se embarca en una relación (pololeo) y altera los cánones sociales y religiosos de la época, la secuencia pololeo, noviazgo, casamiento, que al saltar los pasos del orden establecido desemboca directo del pololeo en el deleznable “pecado” de la manceba, del vivir amancebada, que el medio se ocupaba de marcar con una ley no escrita pero implacable en su indeleble excomunión.

Y viene el castigo, después de los felices tiempos del amor, el fruto de aquello, su hijo Manuel, que no en vano su nombre significa el Dios, muere de fiebre arrojando a ambos, a María y a José, a la más profunda depresión en principio, dejando su dormitorio intacto como buen mausoleo, podríamos barruntar, al que se ingresa con respeto triste y culpable, diríase cuasi religioso.

De allí en más la pareja amancebada, según mal decir de aquella época, se desmorona y pasan los años cada vez más lejos uno del otro, el hombre en juergas y vinos, bares y amigos, mujeres y una muy importante, la vecina, la del ardiente trío, nada menos que Alba Cruz, precisamente lo que faltaba a esta pareja de herejes, sin acta de matrimonio ni libreta de familia, la cruz alba para el niño que no fue y que araña las espaldas de José en el ardor, en la fiebre del amor.

Pero María no cejará en su intento de salvar una relación que solo sería posible si nuevamente logra concebir, como única manera de retener a José, así frente al espejo en una suerte de niebla crepuscular concibe, eso es, concibe embarazarse y el rito de la ansiosa espera del por nacer se repite, pero ahora de manera grotesca, en una suerte de rito degradado que recuerda las viejas de José Donoso del “Obsceno pájaro de la noche”, para el caso la vieja a la cual su conviviente, que no su marido, es retenido e incorporado a este juego mediante un ardid (otro rasgo secuencial en el eterno retorno de la heroína) que logra recuperar el interés del jardinero, que cultiva flores y que como curiosidad en un jardín se encuentra construyendo un cerro, y cabe preguntarnos, será el cerro de su calvario. Allí hay niños de verdad que ven cómo se sacan chispas.

El imbunche donosiano, figura arquetípica del Chile oculto, para el caso es la propia María que, en un juego grotesco engendra el milagro que a la vez es un robo, así el imbunche patrio o matrio, resulta en su ambivalencia ser delito y milagro, al cual una vieja de dedos sarmentosos institucionaliza como posesión en el trayecto del retorno de la heroína, luego que José, ahogado de estupor y por lo no dicho y tácitamente aceptado, directamente vomite el agua que puede ser un bautismo pero al revés, seco hasta las entrañas.

El “pecado” original retorna con la visita al padre de María y prosigue su marca indeleble de la cual ya resulta inútil escapar, la excomunión persiste, mas se institucionaliza en una nueva forma de concebir, en vez de divina providencia en divino delito, dando origen a un nuevo “núcleo familiar” que se instala por sobre “el pecado” y la ética en una suerte de complicidad que no precisa de palabras, la familia que delinque unida permanece unida, en un amor remedo del amor original, sin mirar atrás adonde acechan las estatuas de sal.

El fruto del “pecado”, de esta herejía, de este doble pecado ahora, el original escamoteado y el delito, resultará en otra herejía, la inversión de género del Cristo.

Pareciera que una nueva era se anuncia, así las novelas ven y los escritores se adelantan a su tiempo, el fruto del imbunche será mujer, las nuevas que anuncian los tiempos, y que nos traen esta María y este José, la inversión del universo.

Este artículo fue publicado originalmente en la página web de Letras de Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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