Publicidad
Un Ministerio de Ciencia con rumbo extraviado CULTURA|OPINIÓN

Un Ministerio de Ciencia con rumbo extraviado

Pablo Astudillo Besnier
Por : Pablo Astudillo Besnier Ingeniero en biotecnología molecular de la Universidad de Chile, Doctor en Ciencias Biológicas, Pontificia Universidad Católica de Chile.
Ver Más

Hay algo en lo que el exministro Flavio Salazar sin duda fracasó: en acercar a la ciudadanía una visión más integral y enriquecedora de lo que la ciencia hace y puede ofrecer a las personas. Su excesivo enfoque en la vinculación entre la investigación y el “Nuevo Modelo de Desarrollo” le impidió ver formas complementarias de promover una mayor valoración, no solo de la ciencia sino también de la labor de la cartera que dirigía hasta hace unos pocos días. No era necesario “haber hecho un par de TikTok más” (como señalara el exministro en su entrevista): bastaba con comprender mejor los múltiples aportes de la investigación científica a la sociedad, y con entender que la innovación no tiene una sola dirección sino que muchas, lo que obliga a crear un sistema sólido, robusto y diverso. Esto hubiese obligado al MinCiencia a expandir su quehacer y, con ello, posiblemente habría ampliado su impacto.


El pasado martes 6 de septiembre, apenas dos días después del triunfo de la opción Rechazo en el plebiscito de salida, el Gobierno realizó un profundo cambio de gabinete. Una de las salidas que llamó la atención –en gran medida, por la ausencia de una explicación evidente o conocida– fue la de Flavio Salazar, ministro de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación.

Este ministerio, que nació el año 2018, en respuesta a una demanda de parte de la comunidad científica ante la ausencia de políticas claras y ambiciosas de fomento de la investigación en el país, ha estado permanentemente tensionado por el sometimiento a determinadas agendas y demandas. En el Gobierno del Presidente Piñera, fue la coyuntura sanitaria la que sometió al “MinCiencia” (como se le suele denominar) a una creciente exigencia, desde el tema de las vacunas y el manejo de datos hasta la fabricación de ventiladores. La urgencia del momento hizo sencillamente imposible que el ministro de aquel entonces, Andrés Couve, presentara una agenda de medidas y reformas profundas y concretas para fortalecer y acelerar el desarrollo de la investigación científica y su relación con la innovación.

En la actual administración, sin embargo, es el sometimiento de la cartera a lo que se ha denominado “Nuevo Modelo de Desarrollo” lo que ha impedido, otra vez, que este ministerio dedique un esfuerzo mayor a resolver los problemas propios del sector (varios de ellos graves, y que se arrastran desde hace años), como por ejemplo la falta crónica de financiamiento, los problemas de inserción de los investigadores jóvenes, la excesiva competencia, y la necesidad de reformular los mecanismos de financiamiento hoy existentes (solo la agenda de género constituye quizás una excepción en ambos períodos). Este problema no es menor. La salida del exministro Salazar se concretó apenas unos días después de conocerse un nuevo dato de la Encuesta Nacional de Gasto en I+D, que sitúa al año 2020 como el de menor inversión en ciencia en los últimos seis años (y, al medirse como porcentaje del PIB, es nada menos que el año de menor inversión de la última década), lo que explica gran parte de los problemas del sector.

Desde luego, el actual Gobierno (y, en consecuencia, el exministro Salazar) no solo no es responsable de este dato, sino que incluso prometió elevar el gasto en I+D para el año 2023. Sin embargo, lo cierto es que tras seis meses de trabajo (un lapso no menor), la administración del exministro no había presentado aún una agenda concreta de medidas para el fortalecimiento del sistema científico. Todas las medidas que se vislumbraban en el horizonte, además, estaban sujetas a la agenda del desconocido y escasamente socializado y debatido “Nuevo Modelo de Desarrollo”. Recién a inicios de agosto, el exministro había presentado algunos “lineamientos”, en una exposición con un fuerte sesgo economicista y con ciertos errores de diagnóstico. El exministro comenzó su presentación aludiendo a un argumento explotado hasta el cansancio, a saber, el de la caída de la productividad del país, vinculándola con la supuesta desconexión entre la investigación científica nacional y el sector productivo, lo que, junto con algunas cifras carentes de un debido contexto, justificaría –según el exministro– la necesidad de “orientar por misión” parte importante del esfuerzo científico nacional.

No se detallarán aquí los defectos en esta línea de argumentación. Solo cabe señalar tres cosas.

Primero, no existe suficiente evidencia, en especial sólida, que sustente la idea de que “orientar por misión” la investigación científica de un país contribuya efectivamente a la resolución de sus problemas productivos, económicos y/o sociales, en especial en una era en que los desafíos que enfrentan las sociedades son de enorme complejidad, requiriendo por ende del aporte de diversas disciplinas y áreas del saber.

Segundo, las deficiencias nacionales en materia de innovación no se explican necesariamente por la supuesta brecha entre la investigación científica y el sector productivo (independientemente de que esta sí exista). Basta observar el análisis del Índice de Innovación Global para notar que, más allá de unas pocas fortalezas, Chile sale mal parado en la mayoría de los indicadores evaluados.

Finalmente, el exministro omitió en su exposición prácticamente cualquier referencia a la dimensión cultural de la investigación científica, o cualquier valoración de esta como una expresión cultural de la sociedad. En referencia al aumento de la productividad científica del país, por ejemplo, el exministro Salazar señalaba que “no se ha traducido ese mayor conocimiento en nuevas estrategias de utilidad o de desarrollo económico, social, etcétera”, una frase como mínimo discutible.

Por otro lado, en dicha presentación no hubo ninguna mención o análisis de la crisis que afecta a la ciencia (aparte de unas referencias aisladas a algunos problemas concretos, sin una visión de conjunto) e, incluso, alabó la productividad científica nacional, omitiendo los costos asociados y los problemas que esta acarrea. Así, la argumentación del exministro sometía la investigación científica a las exigencias del “Nuevo Modelo de Desarrollo”, en una exhibición de economicismo escasamente vista en los últimos años.

En línea con estas ideas, el exministro Salazar comprometía un apoyo preferente a la “investigación orientada por misión”, pese a la ausencia de un debate público más amplio en esta materia, a la exclusión de otras miradas alternativas (sin ir más lejos, la Estrategia presentada este año por el Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación ofrecía otros posibles criterios de orientación de políticas en este ámbito), y a la ausencia de evidencia más sólida a favor de las misiones como eje orientador.

En efecto, entre los anuncios del exministro se contaba un aumento del financiamiento de programas con “un fuerte foco” en áreas prioritarias, como Fondap (que beneficia solo a una parte menor de la comunidad científica, aquella en etapas ya más avanzadas de sus trayectorias profesionales y que se desempeña en aquellas áreas declaradas de “interés”), en contraste con el “crecimiento moderado” propuesto para Fondecyt, el principal programa de fomento científico del país y que actualmente se encuentra bajo un estrés estructural insostenible, debido a su escaso crecimiento en casi una década y al aumento en la demanda de parte de los investigadores, en particular jóvenes (he señalado en una columna anterior en este medio que el programa Fondecyt requiere ser reformulado; aquí, me limito a exponer el enfoque declarado por el exministro Salazar).

Quizás no podemos culpar al exministro Salazar de este constante afán utilitarista de la ciencia. Después de todo, esta visión es compartida por ciertos sectores, en especial en la izquierda, en donde el discurso de Mariana Mazzucato ha calado hondo (sin ir más lejos, los conocedores del tema reconocerán inmediatamente la impronta de Mazzucato en el “Mensaje Presidencial” que el exministro Salazar cita en una de sus diapositivas, en la que se señala que “la innovación no solo tiene una tasa o una velocidad de crecimiento, sino que más importante aún: tiene una dirección”, frase prácticamente calcada de una que Mazzucato emplea frecuentemente, por ejemplo, en su último libro, Misión Economía). Sin embargo, los primeros meses de gestión del Gobierno en esta materia se han caracterizado por haberse llevado esta visión al extremo. A ratos pareciera que no vale la pena fomentar la ciencia que no tribute a lo que sea que cierto grupo entienda como “Nuevo Modelo de Desarrollo” o “problemas relevantes”.

Independientemente de los avances que él defiende en una entrevista reciente en La Tercera, el exministro Salazar posiblemente cometió errores. Por ejemplo, pareciera haber querido ignorar al Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, al buscar diseñar una “estrategia” (en la entrevista, el exministro admitía que “lo que nosotros queríamos hacer era tener una estrategia para ver cuáles iban a ser sus lineamientos y esos quedaron claros y establecidos”, pese a que la Ley 21.105 radica en el Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación la responsabilidad de elaborar una estrategia –y, en consecuencia, de establecer sus “lineamientos”– y en el MinCiencia la labor de elaborar políticas y planes de acción concretos a partir de dicha estrategia).

Pero hay algo en lo que el exministro Salazar sin duda fracasó: en acercar a la ciudadanía una visión más integral y enriquecedora de lo que la ciencia hace y puede ofrecer a las personas. Su excesivo enfoque en la vinculación entre la investigación y el “Nuevo Modelo de Desarrollo” le impidió ver formas complementarias de promover una mayor valoración, no solo de la ciencia sino también de la labor de la cartera que dirigía hasta hace unos pocos días. No era necesario “haber hecho un par de TikTok más” (como señalara el exministro en su entrevista): bastaba con comprender mejor los múltiples aportes de la investigación científica a la sociedad, y con entender que la innovación no tiene una sola dirección sino que muchas, lo que obliga a crear un sistema sólido, robusto y diverso. Esto hubiese obligado al MinCiencia a expandir su quehacer y, con ello, posiblemente habría ampliado su impacto.

La ciencia chilena ahora queda en una precaria situación. Tras el triunfo de la opción Rechazo, continuamos con una Constitución que no solo no reconoce el derecho a la ciencia y la libertad de investigación de manera formal, sino que asigna al Estado un rol limitado de “estimular” esta actividad. Los datos de gasto en I+D ya mencionados confirman que la ciencia chilena se encuentra en el peor momento de la década. La Estrategia del Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación parece no entusiasmar mayormente a la comunidad científica y, por si fuera poco, el rumbo del ministerio parece extraviado y sin dudas debilitado. ¿Será capaz la nueva ministra de la cartera, Silvia Díaz, de revertir esta situación?

Publicidad

Tendencias