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Pequeño y temerario arrebato para un recuerdo de Erick Polhammer CULTURA|OPINIÓN

Pequeño y temerario arrebato para un recuerdo de Erick Polhammer

Marcelo Guajardo Thomas
Por : Marcelo Guajardo Thomas Marcelo Guajardo Thomas (Santiago de Chile, 1977). Poeta. Ha publicado Un momento propicio para el exilio, Editorial Das Kapital, Santiago, 2011 y Los celacantos y otros hechos extraordinarios, Ediciones Overol, Santiago, 2015, entre otros. En narrativa infantil publicó La bicicleta mágica de Sergio Krumm, ediciones SM, Santiago 2013. En el 2017 obtiene el premio Pablo Neruda de Poesía Joven.
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Para mí es el eslabón que le sigue a Rodrigo Lira de la mejor poesía de encuadre urbano hecha durante la dictadura, en la continuidad de Parra y Lihn, mezclada con la crónica de ese rebusque y de aquella alegoría controlada y discreta de la calle que le contenía como si caminara sobre su propia mano. Junto con Bertoni y Pepe Cuevas dan con el redoble del metrónomo de la ciudad, pero en Polhammmer su lente se detiene en el escenario de sus travesías; la cadencia y acrobacia de un arquero de fútbol desplazándose con altivez en el rectángulo del área en un estadio casi vacío, una pasajera silenciosa del trasporte colectivo que regresa del trabajo exhausta llevando un pequeño detalle esclarecedor, o una virgen que guía las manos de un conductor de micro una noche santiaguina cualquiera.


Seguramente una buena cantidad de ciudadanos ligados al oficio de la poesía estén en estas horas repasando algún momento que pasaron con Erick Polhammer.

En esa lista, que presumo interminable, soy solo un novato, un advenedizo que apenas se le cruzó media docena de veces a principios del dos mil, pero presumo también que con Polhammer la cantidad no importaba en lo más mínimo, seguramente habrá muchas similitudes en la opinión de aquellos que lo vieron toda la vida o esos que se solo se le cruzaron un par de veces, porque debo decir que se trataba de aquellas personas cuyos días más comunes eran material para algo extraordinario.

Con él, uno tenía la sensación de alguien que ponía toda su intensidad en el minuto que estaba viviendo. Ni un solo pensamiento estaba lejos de ese segundo al que acometía con una energía vital avasalladora. Una conversación, una opinión que dejaba atrás la tibieza y avanzaba hasta convertirse en un aullido, un grito, un murmullo, un truco, un clamor, todo eso matizado en su continuo deambular por la ciudad, por la invención de cuadras nuevas y rutas que se aglomeraban día con día.

Su poesía fue ese registro, y para mí es el eslabón que le sigue a Rodrigo Lira de la mejor poesía de encuadre urbano hecha durante la dictadura, en la continuidad de Parra y Lihn, mezclada con la crónica de ese rebusque y de aquella alegoría controlada y discreta de la calle que le contenía como si caminara sobre su propia mano.

Junto con Bertoni y Pepe Cuevas dan con el redoble del metrónomo de la ciudad, pero en Polhammmer su lente se detiene en el escenario de sus travesías; la cadencia y acrobacia de un arquero de fútbol desplazándose con altivez en el rectángulo del área en un estadio casi vacío, una pasajera silenciosa del trasporte colectivo que regresa del trabajo exhausta llevando un pequeño detalle esclarecedor, o una virgen que guía las manos de un conductor de micro una noche santiaguina cualquiera.

Su aguda sencillez alcanza el fulgor de lo cotidiano, es también el asombro, la gratitud y generosidad por aquello que recibía y era testigo, aquello que le era confiado y donado, cuando centellaba su caminata y asomaba en cualquier esquina de la ciudad, habitándola con alegría, porque como ya he dicho, Polhammer copaba y devoraba los momentos, y en ellos, como pocos, era profundamente feliz.

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Debió ocurrir el año 2000, en ese tiempo hacíamos la revista literaria Barco Ebrio y el colectivo Kiltraza nos habían invitado a la procesión del “Elefante Metafórico”, un elefante de papel maché que bajaría del cerro a guiar los destinos de esta ciudad que se abría al nuevo milenio.

Luego del recorrido todo terminaba con una tocata en el Bar de René. Ya avanzada la noche Polhammer se había enfrascado en una discusión futbolera que incluía de alguna forma a Santiago Wanderers, según recuerdo. La discusión subió de tono hasta que Polhammer se sacó la camisa y en posición de boxeador (otra de sus aficiones) ofreció a su contertulio zanjar la disputa a golpes. El interpelado no respondió al desafío y Erick quedó varios minutos en el centro del bar haciendo sombra, esperando a un oponente que jamás llegaría.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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