CULTURA|OPINIÓN
A diferencia de la de los cuarenta, la quincuagésima fue más centrífuga que centrada en cuanto a su caracterización: una conmemoración que, evidentemente menos consensuada que la del ‘13, terminó hablando más del disenso del ‘23 que el del ‘73. La actualidad política temperó la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado de contingente calor discordial; hizo de la fecha una disputa simbólica particularmente nutritiva en cuanto a narrativas autoritarias y seguritarias, las que, so pena de una tristísima relativización ética, parecen hoy imprescindibles para la flotación de las derechas en ese lodazal político que son las crisis actuales de representación.
En este panorama de conmemoraciones, disputas simbólicas y disensos históricos aparece Septiembre rojo, del pensador franco-brasileño Michael Löwy y el político francés Olivier Besancenot, el primero de los hasta ahora tres tomos de la serie Cuadernos de memoria y utopía publicado por editorial Pehuén. De una portada vibrante, furiosa, a cargo de Roberto Osses Flores, y con la intensión de activar “pensamiento crítico y estratégico oscurecido por la hegemonía del presentismo”, tal como dice la presentación de Marco Álvarez, director de la colección, Septiembre rojo tuerce lo librescamente esperado de un filósofo, un cientista social o un político. Antes que por un trabajo ensayístico, Löwy y Besancenot optan, a modo de homenaje, por una ficción política que escudriña los vericuetos subjetivos de quienes encarnaron, enervaron y ensangrentaron la tensión objetiva de las fuerzas involucradas entre la conspiración de septiembre del ‘70 y las primeras resistencias del martes 11. De aquí, por ejemplo, los diálogos íntimos ficcionados entre Salvador y Tati, o entre Augusto, Toribio y Gustavo, o entre Miguel y Carmen.
La narrativa política de Septiembre rojo soporta su ficción en montaderos históricos en efecto sucedidos: los tiempos y lugares de la trayectoria sediciosa. Las 15:25hrs. del 15 de septiembre de 1970, la hora primera; la oficina Oval, en Washington, el distrito inicial. Si bien la verosimilitud de algunos de los diálogos de Septiembre rojo tiende a levísimas desafinaciones en términos de su realización literaria, su calibración se vuelve total a efecto de su intensión documental. El diálogo en la Casa Blanca, entre Nixon, Kissinger, Mitchell y Helms, cómo no; el diálogo entre Allende y Olivares, claro; el diálogo entre Camú, Enríquez y Pascal Allende, perfectamente. Es decir, el sentido documental de lo que se dice, en Septiembre rojo, termina por afinar el literario cómo de lo dicho.
A raíz de esta intensión documental la insistencia de nombrar a los frecuentemente innombrados de la operación desestabilizadora, asunto que hermana a Septiembre rojo con una pléyade de producciones conmemorativas. El documental Operación Chile: Top secret, por ejemplo, basado en las investigaciones de Peter Kornbluh, que detalla la responsabilidad de la CIA listando nombres y apellidos; o la serie Los mil días de Allende, la que, tímida en la utilización de nombres reales, cuando de representantes de gremios empresariales se trata, no escatima en acusar responsabilidades institucionales.
Este primer tomo de los Cuadernos de memoria y utopía, en la línea de redimir los sueños emancipatorios de las y los vencidos, como dice su presentación, nombra sin ambages a las y los responsables de la aniquilación de la Unidad Popular patentizándonos aquello que hoy, a 50 años, aún resta. El rojo de Septiembre rojo, entonces, en aquel 2023 de autoritarismos relativizados, nos habla más de lo abierto que de otra cosa: el rojo vivo, la carne vivaz de una apertura que hace de septiembre una rasgadura contingente.
Michael Löwy & Olivier Besancenot: Septiembre Rojo
Pehuén, 2023. 110 páginas.
