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Presidencialismo de minorías

Gabriel Gaspar
Por : Gabriel Gaspar Cientista político, exembajador de Chile en Cuba y ex subsecretario de Defensa
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La estrategia enseña que no es conveniente combatir en varios frentes a la vez, porque las fuerzas propias se dispersan, las rutas logísticas se dificultan, la retaguardia no siempre puede atender a todos los requerimientos que provienen de los diversos frentes. Tomemos nota de que todos los frentes los ha abierto el Ejecutivo por su propia decisión y, por eso, allí asalta una duda: ¿no estaremos ante una equivocada apreciación? Hace tiempo, un general mexicano me dijo: “Mire, cuando se combate en varios frentes, no necesariamente es señal de que somos muy machos, es probable que nos estén rodeando”.


Dado el nuevo sistema parlamentario que reemplazó al binominalismo, ya no existe un Congreso compuesto solo por dos poderosos bloques y, en su reemplazo, emergió uno variopinto, con muchas bancadas, en el que la oposición tiene la mayoría. Es cierto que se trata de una oposición que va desde una Democracia Cristiana donde algunos quieren reeditar el llamado “camino propio”, hasta el emergente Frente Amplio, pasando por la antigua Concertación y el siempre disciplinado Partido Comunista. Visto desde el otro ángulo, el Gobierno nació sin mayoría parlamentaria y por eso estamos ante un “presidencialismo de minorías”.

Lo anterior es un dato de la causa. Esta administración supo desde la noche de su victoria que tendría que enfrentar a un Congreso con el cual debería llegar a algún nivel de acuerdo y eso ponía en la mesa la necesidad de tener una estrategia legislativa, si quería que se aprobasen sus iniciativas, al menos, las principales.

En un principio, el camino del entendimiento se construyó sobre la convocatoria a mesas de diálogo en torno a temas relevantes, pero se le criticó que la invitación fuera a dedo, poco institucional y, a poco andar, si bien de algunas surgieron importantes acercamientos, la mayoría de tales mesas de trabajo se fueron evaporando.

Pero estos movimientos “hacia el centro” crearon el espacio para que emergiese con fuerza una alternativa “a la derecha de la derecha” y por ahí empezó a descollar José Antonio Kast, amenazando a la propia UDI en su nicho electoral. La competencia por quien abrazaba primero a Bolsonaro, fue un claro y pintoresco ejemplo de lo anterior.

[cita tipo=»destaque»]¿El Gobierno quiere llegar a esa fecha para denunciar a la oposición de obstruccionista? Algunos síntomas hemos conocido en estos días. Diversas autoridades han emitido duras calificaciones sobre la oposición e, incluso, se ha aludido que aprobar las iniciativas sería propio “del patriotismo”. En otras palabras, oponerse a las iniciativas gubernamentales, equivaldría a ser antipatriota, no chileno, un lenguaje propio de la mal llamada Doctrina de Seguridad Nacional.[/cita]

Asimismo, más allá de las polémicas entre Gobierno y Congreso, la sociedad civil empezó a manifestarse, en medio de una creciente oleada de indignación por los diversos casos de corrupción y abuso de poder que el país ha conocido.

Si bien los partidos políticos transitan por un difícil momento, la sociedad se expresa sin dificultades y más allá de las redes sociales, de a poco se han empezado a movilizar. Desde movimientos como No+AFP, hasta la protesta por el asesinato del comunero Camilo Catrillanca y sobre todo el 8/M, que simbólicamente demostró que el Gobierno y su coalición habían perdido la calle y, además, la iniciativa política.

La ofensiva legislativa

Al retorno de vacaciones, el Ejecutivo inició los preparativos de su ofensiva legislativa, vía la presentación de proyectos como las reformas tributarias, previsional y laboral, además de iniciativas como Admisión Justa. Pero salvo los intentos de seducción a la DC, no se conocen otros esfuerzos por asegurar mayorías legislativas, más allá del “pirquineo” de votos, o sea, la construcción de ocasionales mayorías a través de acuerdos puntuales con algunos parlamentarios.

En concreto, el Gobierno sabía de antemano a la presentación de sus proyectos, que no tiene mayoría suficiente para aprobarlos. ¿Cómo pretende sacarlos adelante entonces?

La estrategia enseña que nunca se da un combate para perderlo. Se puede dilatar a la espera de recibir refuerzos, se puede eludir buscando un nuevo teatro de operaciones, en fin, todo, menos ir al choque sabiendo que se tendrán resultados desfavorables.

La estrategia enseña también que no es conveniente combatir en varios frentes a la vez, porque las fuerzas propias se dispersan, las rutas logísticas se dificultan, la retaguardia no siempre puede atender a todos los requerimientos que provienen de los diversos frentes.

Tomemos nota de que todos estos frentes los ha abierto el Ejecutivo por su propia decisión y, por eso, allí asalta una duda: ¿no estaremos ante una equivocada apreciación? Hace tiempo, un general mexicano me dijo: “Mire, cuando se combate en varios frentes, no necesariamente es señal de que somos muy machos, es probable que nos estén rodeando”.

Ignoramos cuáles son los cálculos políticos de La Moneda, pero sí conocemos sus acciones. La “ofensiva legislativa” recrudeció en los últimos tiempos. El que desata la ofensiva define el cuándo y el dónde, que ya sabemos es el Congreso, entonces, ¿cuál sería la razón para recrudecer la ofensiva en estos días?

La única respuesta es que estamos en los días previos al segundo informe presidencial, la cuenta pública que debe efectuarse el 1 de junio, una oportunidad en la que La Moneda –que ya no puede anunciar planes– deberá mostrar lo que ha hecho y opinar sobre la marcha del país.

¿El Gobierno quiere llegar a esa fecha para denunciar a la oposición de obstruccionista? Algunos síntomas hemos conocido en estos días. Diversas autoridades han emitido duras calificaciones sobre la oposición e, incluso, se ha aludido que aprobar las iniciativas sería propio “del patriotismo”. En otras palabras, oponerse a las iniciativas gubernamentales, equivaldría a ser antipatriota, no chileno, un lenguaje propio de la mal llamada Doctrina de Seguridad Nacional.

Otra hipótesis es que se trata de crear un cuadro de dificultades tal, que sea el terreno propicio para una maniobra política destinada a destrabar la situación. Por cierto, un cambio de gabinete también podría completar el cuadro.

¿Y la sociedad?

Todo lo anterior se refiere al movimiento en las alturas del Estado, en el ineludible quehacer entre Ejecutivo y Congreso, entre la Moneda y Valparaíso, un escenario donde también actúan los partidos políticos. Pero sería conveniente incluir en el análisis qué sucede en la sociedad y, allí, salta a la vista con elocuencia la aguda crisis de legitimidad que los diversos casos de corrupción han puesto sobre la mesa, junto con la gran brecha de desconfianza que se ha creado entre los representantes y los representados.

La crisis ya no se detiene en el nivel político, hace tiempo sectores del empresariado también han salido al baile, qué decir de algunas iglesias. Peor aun, más recientemente afecta a sectores de la administración de justicia. Humorísticamente o con resignación, algunos colegas académicos concluían hace poco que van quedando pocas instituciones sin mancha, “la PDI y el SAG están salvando la plata”, comentaban, aludiendo a que ambas instituciones hacían su pega.

Hay actores sociales que no se han manifestado con la fuerza de otras coyunturas, pero están atentos: estudiantes, mapuches, regiones. Los desaciertos comunicacionales y políticos no se quedan atrás, recientemente se realizaron anuncios sobre la legislación indígena sin la presencia de ningún representante de los pueblos originarios.

Los próximos días serán claves para dilucidar el desenlace de los varios frentes que abrió el Gobierno en materia legislativa, y si en verdad construyó su propio cerco, nuevamente la estrategia enseña que, en esos casos, la única maniobra es tratar de romperlo salvando lo que se pueda de las propias fuerzas, como en el original «Desastre de Rancagua».

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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