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Cambio climático y la seguridad: un multiplicador de las amenazas e inestabilidades existentes Opinión

Cambio climático y la seguridad: un multiplicador de las amenazas e inestabilidades existentes

Mladen Yopo
Por : Mladen Yopo Investigador de Política Global en Universidad SEK
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El cambio climático y la contaminación ambiental se han convertido ya en temas de seguridad al estar generando estragos para la humanidad a través de sequías, inundaciones, fríos y calores extremos, muerte de especies animales y vegetales (de acuerdo a la bióloga y Premio Princesa de Asturias en Investigación 2019, la argentina Sandra Myrna Díaz, un millón de especies animales y vegetales están en peligros de extinción a un ritmo sin precedentes), los que podrían ser más catastróficos si se continúa con el actual rumbo y ritmo. La Comunidad Europea dice que la mejor manera de considerar el cambio climático es como un multiplicador de amenazas que extrema las tendencias, tensiones e inestabilidades existentes.


Aunque con poca difusión de nuestros pésimos noticiaros de TV, Nueva Zelanda y su Primera Ministra Jacinda Ardern se están transformando en un “rockstar” de humanidad. Ardern tiene a su hija en un hospital público y luego la lleva a la ONU como muestra de mujer trabajadora y madre, su ley y cultura de inclusión garantiza que su selección femenina de fútbol tenga los mismos derechos y sueldo que la masculina (lo mismo ocurre con otras diversidades), limita la farandulización de la violencia en la TV (Ardern se negó a nombrar terroristas de matanza de mezquitas de Christchurch), y tras la matanza transformó el dolor de la minoría musulmana en la de todo el país y anunció cambio en ley de tenencia de armas, entre muchos otras.

Sin embargo, la Nueva Zelanda de la laborista Ardern, a pesar de estar en la punta de los países que tienen un paradigma de desarrollo más sustentable, está haciendo más transformaciones de fondo en la trilogía economía, sociedad y medioambiente (calidad de vida).

En su sistema ambiental, además de contar con una Corte Ambiental que, como dice el profesor de la Universidad de Otago, Ceri Warnock, “ha reconfigurado el significado de manejo sustentable en el plano legislativo, pero también ha tenido gran impacto en delinear entre ley y política medioambiental, sobre todo en restringir los actos de los tomadores de decisión» (bcn.cl, 16/12/2015); de tener un cuerpo medioambiental de la policía y de oficiales del medioambiente del Ministerio de la Salud neozelandés como encargados de prevenir la contaminación e investigar hechos que hayan alterado negativamente el ecosistema (bcn.cl, 08/05/2018); o de estar el medio ambiente intrínsecamente relacionado con la definición de su identidad nacional, en los últimos meses han tomado dos medidas de fondo: cambiar el crecimiento (PIB) por bienestar de la ciudadanía para medir su desarrollo y se ha empezado a reducir el trabajo a 4 días en algunas empresas.

En diciembre 2018, el gobierno neozelandés publicó un documento en el que fijaba los criterios para valorar el bienestar y que iban desde la identidad cultural hasta el medioambiente, desde la vivienda a los vínculos sociales con prioridades en pobreza, salud mental, personas sin hogar, rehabilitación de presos maoríes, etc. Uno los objetivos principales del nuevo presupuesto es que esté también al servicio de los que se han quedado atrás, de los que no pueden disfrutar de su prosperidad a pesar de vivir en un país bien desarrollado. Detrás ello, sin duda, está la necesidad acuciante de buscar alternativas (paradigmas) a la vorágine de consumo y que, de acuerdo a varios estudios, está llegando a un punto de destrucción de no retorno en del planeta.

Aunque el tema de los estilos de desarrollo y cambio climático no son nuevos, como se ve, por ejemplo, desde la primera cita del Club de Roma en 1968 donde se hablaba de los cambios que se producirían en el planeta a consecuencia de la acción humana, efectos corroborados unos años después (1972) por un grupo de 17 científicos del Massachusetts Institute of Technology (MIT), a petición del citado Club de Roma con la simulación que permitió el programa World3 y cuyo informe “The Limits of Growth” concluyó que, si se mantenía sin variación el actual incremento de la población, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de recursos naturales en el mundo, se alcanzarían los límites absolutos de crecimiento en el siglo, las alarmas se extendieron con otros informes que confirmaron el alarmismo del que se les acuso (El País, 17/05/2019).

Así las predicciones del informe «The Limits of Growth» fueron revisadas por la Universidad de Melbourne en 2014, y casi todas las curvas previstas se habían cumplido con mucha exactitud (theguardian.com, 02/09/2014). Un nuevo informe del Club de Roma  (2012) titulado “2052: Una Proyección para los Próximos 40 años”, señala que “las concentraciones de CO2 en la atmósfera van a seguir creciendo y causarán un aumento de 2 °C en el año 2052”.

Si ello sucede, científicos advierten que un efecto dominó llevaría a condiciones de «invernadero», afectando, entre otros aspectos, la soberanía alimentaria y subirían los niveles del mar, haciendo que algunas áreas en la Tierra sean inhabitables. El informe, «Trayectorias del Sistema Terrestre en el Antropoceno», publicado en American Proceedings de la Academia Nacional de Ciencias, dice que las temperaturas «de invernadero» podrían estabilizarse de 4°C a 5°C más altos que los niveles preindustriales. De no detenerse esto, para una de las autoras, Katherine Richardson de la Universidad de Copenhague, “sería un caos total… insoportable para nuestra sociedad” (expansion.mx, 07/08/2018).

Estos informes, además de propiciar la ecología política como disciplina activa, retomaron las preocupaciones por los temas de la trilogía economía, sociedad y medio ambiente, las mismas preocupaciones de las que escribía Kenneth Boulding en su artículo “The economics of the coming spaceship earth” en 1966 para enfatizar los impactos en la Tierra de la creciente extracción de recursos, como en la capacidad de asimilación de residuos (ahí está, por ejemplo, la minería, el uso extensivo del agua y el impacto en comunidades y salares –www.df.cl, 11/06/2019).

Ello sirvió para institucionalizar y multilateralizar la discusión, entre otros asuntos, con la creación en 1979 del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático  (1988), la Cumbre de la Tierra con su Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (Río de Janeiro 1992) o la Conferencia de las Partes (COP) y que en Chile se celebra, la 25, por abandono (negación de hacerla) de Brasil.

Además del Protocolo de Kioto de 1997, donde se acordó la reducción de 6 gases de efecto invernadero en un mínimo de un 5% (Estados Unidos no lo ratificó), quizás unos de los acuerdos más promisorios fue el “Acuerdo de París” del 2015, donde más de 200 países se comprometieron a tomar medidas contra el cambio climático, particularmente trabajar juntos para evitar que la temperatura subiese más de 2°C por encima de los niveles preindustriales.

A pesar de que el “Acuerdo de París” no tenía objetivos vinculantes y que Estados Unidos se retiró debilitando los esfuerzos globales para formar un frente unido, la Unión Europea lanzó el 2018 un Plan de Acción en Finanzas Sostenibles (ecologizar y humanizar el sistema), como hoja de ruta para que el sector financiero estableciese transparencia, divulgando las inversiones sostenibles, y se implantasen criterios o categorías de referencia para determinar la sostenibilidad ambiental y social de una actividad (europa.eu/rapid/press-release, 08/03/2018).

También países como Suecia han planteado para el 2040 tener toda su matriz con energías renovables (ya tiene más del 50%), el Reino Unido que se ha comprometido al 2050 tener emisiones cero (la ONU informaba que a abril de 2018 ya eran 8 países con estrategias para la construcción de políticas climáticas de largo plazo –unfccc.int, 19/04/2018) o Costa Rica que ya tiene el 99% de su energía renovable y se ha puesto como meta la neutralidad del carbón el 2021 (Foro Económico Mundial).

El cambio climático y la contaminación ambiental se han convertido ya en temas de seguridad al estar generando estragos para la humanidad a través de sequías, inundaciones, fríos y calores extremos, muerte de especies animales y vegetales (de acuerdo a la bióloga y Premio Princesa de Asturias en Investigación 2019, la argentina Sandra Myrna Díaz, un millón de especies animales y vegetales están en peligros de extinción a un ritmo sin precedentes –elpais.com, 12/06/2019), los que podrían ser más catastróficos si se continúa con el actual rumbo y ritmo. La Comunidad Europea dice que la mejor manera de considerar el cambio climático es como un multiplicador de amenazas que extrema las tendencias, tensiones e inestabilidades existentes.

Agrega que el núcleo del desafío es que el cambio climático amenaza con sobrecargar a los países y regiones de por sí frágiles y proclives al conflicto. Entre las amenazas, ve los conflictos de recursos; daños y riesgos económicos para ciudades costeras y las infraestructuras vitales; pérdidas de territorios y contenciosos fronterizos; migraciones por causas ambientales; situaciones de fragilidad y radicalización; presión sobre la gobernanza internacional, etc. (www.consilkium.europa.eu)

Ya el 2003, la Oficina de Evaluación de la Red del Pentágono-EE.UU. había dicho que “el cambio climático era una amenaza que eclipsa por mucho el terrorismo” y que “debería relevarse de la categoría de debate científico a la de preocupación de seguridad nacional” (elmostrador.cl, 09/04/2019), definición que fue borrada por la misma institución de un plumazo el 2019 en la Presidencia de Trump.

En el 2007, el Consejo de Seguridad de la ONU tuvo su primer debate sobre el cambio climático y el Reino Unido desde el 2010 lo tiene presente en su Estrategia Nacional de Seguridad, y su Parlamento lo declaró este año “emergencia climática y medioambiental”, convirtiéndose en el primer país en hacerlo. La decisión simbólica fue propuesta por el líder laborista Jeremy Corbyn tras protestas en Londres y otros países durante meses en contra de la inacción climática (lamarea.com, 03/05/2019).

Las razones de esta creciente preocupación por el medio ambiente, en particular el calentamiento global, pero no solo esto (ahí están los plásticos, por ejemplo), se hallan a la vista. Aparte de los eventos meteorológicos cada día más extremos (en India han muerto más de 50 personas por la ola de calor, informó DWTV, 18/06/2019), por ejemplo, un estudio publicado en Nature Ecology & Evolution ha estimado que, desde que los humanos tienen un impacto significativo en el entorno (hablemos desde la Revolución Industrial), la tasa de extinciones es 500 veces mayor que la que era en periodos anteriores, extinguiendo cerca de 600 especies de plantas en los últimos 250 años (El País, 19/06/2019). 

Este desafío-amenaza requiere de un giro en 180 grados en la brújula de la producción, el crecimiento y los valores-cultura de la humanidad, esto a pesar de la creciente consciencia ciudadana o de las múltiples acciones como la de varias ciudades para convertirse en sostenibles y/o verdes (Zurich, Estocolmo, Singapur, Londres, Ámsterdam, Hong Kong, Sidney, Nueva York, Los Ángeles, Dubái,  Kuala Lumpur –iberdrola.com). El autor principal del informe «Trayectorias del Sistema Terrestre en el Antropoceno», Will Steffen, de la Universidad Nacional de Australia, dice que, para evitar un escenario catastrófico, se requiere de una redirección de las acciones humanas desde la explotación hasta la administración del sistema Tierra» (expansion.mx, 07/08/2018), afirmación que es refrendada por la bióloga Díaz, quien afirma que “con este modo de producción nos estamos comiendo el futuro”.

Frente a esta situación de cambio de dirección, hay una multitud de modelos y/o iniciativas de regeneración económica (cambio del sentido productivo y del valor de uso de los bienes en diversos grados): son las llamadas Nuevas Economías. Ahí está el modelo del decrecimiento (reducir controladamente el consumo material y de energía) que “ve al mundo poscrecimiento como un modo de cambiar radicalmente nuestra forma de medir el éxito y bienestar y abordar las  desigualdades sociales y económicas al tiempo que salvamos el planeta” (vice.com/es, 10/06/2019). El tema para ella es que se puede vivir bien con relocalización, eficiencia, durabilidad, sobriedad, cooperación, y se resguarda así el planeta.

Hay otras agendas que van en un sentido similar en magnitud, o más parciales o de ritmo más reformista. La llamada economía restaurativa o circular, por ejemplo, implica un cambio desde el enfoque lineal de extracción, producción y generación de desechos, lo cual ocurre con altísima frecuencia en el caso de los alimentos y su continuo desperdicio.

Su objetivo es un crecimiento económico que no agote los recursos naturales, a través de uso el mayor tiempo posible de los recursos y aprovechar los residuos a través del reciclaje. Promueve la reutilización y el uso más que la propiedad (almaterramagna.org). Ella espera mejoras, de forma gradual y escalonada, a medida que las nuevas tecnologías avanzan y que la gente está más informada respecto de su propia huella de carbono y el impacto, realidad que promovería la superación de la inequidad social que causa el actual modelo (bcn.cl, 25/09/2018).

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas enfocan el ODS N°12 en una “Producción y Consumo Responsables” y también se encamina a este cambio de dirección, al dirigirse a incentivar aspectos de gobernanza alimentaria, marcos normativos que regulen la industria y con la desclasificación de información de procesos productivos, etiquetado de alimentos y campañas de información para contar con una sociedad civil más activa e informada al respecto (bcn.cl, 25/09/2018).

También hay que mencionar en esta senda a la “Economía Azul”, inspirada en la emulación de los ecosistemas naturales para lograr mayor eficiencia en la producción de bienes y servicios y evitar los desperdicios o la “Economía o Consumo Colaborativo”, que se define como una interacción entre dos o más sujetos a través de medios digitalizados o no, que satisfacen una necesidad: es decir, el intercambio de bienes o servicios a partir de un enfoque de solidaridad de beneficio mutuo y ahorro.

El “Green New Deal” (Trato Nuevo Verde) de la congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez, es otra fórmula que busca reducir las emisiones de carbono a cero en 10 años, potenciando la industria de las economías renovables: «Lo que estamos tratando de hacer es una transición de nuestras infraestructuras para cambiar de combustibles fósiles sucios a energías renovables y limpias» (El País, 08/02/2019).

Existen además las economías o iniciativas de transición, principalmente localistas pero con vocación global, que empezaron a principios de este siglo en Inglaterra y que se están extendiendo rápidamente en zonas  llamadas “Territorios en Transición”, de forma local con una gran concienciación ante el cambio climático. Existen más de 800 territorios o comunidades entre Europa y EE.UU. que han iniciado acciones de forma colectiva para vivir sin petróleo y con los recursos existentes en su territorio. En Chile existen también conjuntos de cooperativas y empresas asociativas (Bien Común) que funcionan con metodologías similares y que entre 2014-2015 exportaron productos y bienes por varios millones de dólares, además de miles de otras a “Human level” en el mundo, en el que la satisfacción de las necesidades humanas y la preservación de los ecosistemas forman conceptualmente una compatibilidad sostenible (una simbiosis).

Por muy buena que sean medidas como la de Francia de prohibir a los supermercados tirar o destruir los alimentos que no vendan, ya que por ley deben donarlos (lavanguardia.com, 08/02/2016), ellas ya no sirven para satisfacer el hambre que los 821 millones de seres humanos padecían el 2017 (ello sin hablar de la malnutrición y sus efectos), de acuerdo a un informe de la FAO 2018.

El problema en este tema no es por la falta de alimentos, sino su mala distribución y acceso, situación que puede verse aún más afectada si colapsan los ecosistemas por falta o exceso de agua o de temperaturas extremas. Lo mismo ocurre con otras tantas alternativas, como “Beyond Meat”, la “primera hamburguesa hecha a base de plantas del mundo que se ve, se cocina y sabe como una fresca hamburguesa de carne”, dice la publicidad, y que podrían reemplazar a los más de mil millones y medio de vacas y sus gases contaminantes (metano y otros) que influyen en el efecto invernadero (vidasostenible.org).

El tema del cambio climático requiere de medidas globales y de fondo si consideramos, por ejemplo, que casi el 92% de la población del mundo vive en zonas donde la contaminación supera los niveles permitidos, sobre todo la que se genera por la emisión de gases de efecto invernadero o, como se concluyó en la cumbre de Marrakech, que las emisiones de gases llegarán a las 14.000 toneladas para el año 2030, una cifra que dificulta cualquier solución que se quiera implementar (ACNUR 2017). Todas sirven pero no solucionan el problema.

El sustituir el PIB va en esta línea más de fondo. Validado desde la II Guerra como única vara de medir el éxito (por ejemplo, Arthur Okun, asesor de J.F. Kennedy, decía que por 3 puntos de incremento del PIB el empleo crecía 1 punto) y la capacidad de resolver problemas, no es un debate nuevo: el ex Primer Ministro David Cameron introdujo un sistema para evaluar anualmente el bienestar, Sarkozy encargó en 2009 un informe sobre el asunto, el Reino de Bután, que lo tiene como su objetivo esencial, y Finlandia que lo práctica a través de ser el país más feliz del mundo con su trilogía de igualdad, seguridad y medioambiente (elpais.com, 14/03/2018).

Sin embargo, lo nuevo es que es la primera vez que un país (Nueva Zelanda) organiza todo su presupuesto en torno a esta idea del bienestar humano (red de seguridad humana) y se prepara para los efectos del cambio climático (la primera ministra Ardern hace poco anunció que su país debe estar preparado para acoger a refugiados de las islas aledañas afectadas –elcomercio.pe, 15/11/2017).

Vivimos en un momento histórico en donde la llamada nave espacial Tierra de Kenneth Boulding, presenta desafíos sin precedentes. Con el modelo económico vigente de extracción, producción y consumo insaciable, en una nave espacial con límites, el crecimiento ya no puede ser infinito sin atentar contra la vida misma. Como dice almarterramagna.org, entonces, “habrá que aproximarse a una economía conceptual y real de dimensiones sociales y ecológicamente regenerativa. Nunca antes, la población mundial, el calentamiento global, el consumo de energía y materias primas, habían supuesto una adversidad de futuro como ahora. Nuestra nave espacial Tierra está entrando en situación de colapso, de seguridad para la humanidad”.

Lo bueno es que se ha alcanzado una preocupación creciente de países y medios de comunicación, a una humanidad «cada vez más consciente y movilizada» (ahí esta la niña sueca Greta Thunberg y su valiente campaña por el medio ambiente) y se cuenta con instrumentos internacionales como los acuerdos de Escazú. Este último, por ejemplo, en su primer articulado (objetivo) dice: “Garantizar la implementación plena y efectiva en América Latina y el Caribe de los derechos de acceso a la información ambiental, participación pública en los procesos de toma de decisiones ambientales y acceso a la justicia en asuntos ambientales, así como la creación y el fortalecimiento de las capacidades y la cooperación, contribuyendo a la protección del derecho de cada persona, de las generaciones presentes y futuras, a vivir en un medio ambiente sano y al desarrollo sostenible”.

Lo malo es que el tiempo se nos acaba y países relevantes no les dan la urgencia y profundidad necesaria a los cambios requeridos y menos las consideraciones multilaterales cooperativas necesarias para su solución, especialmente las dos potencias que han debilitado el sistema en su conjunto con su disputa por la hegemonía mundial.

China es el país que más contamina. Su ascenso pacífico se basa en el crecimiento económico, vive de las exportaciones y por ello el tamaño de su industria ha terminado por convertirse en un peligro para el planeta, a pesar de que hace importantes esfuerzos. Las cinco provincias en las que se concentra dicha industria emiten más dióxido de carbono que cualquier otro país del mundo.

En segundo lugar está Estados Unidos, la gran potencia comercial e industrial del mundo, cuya reconversión ha sido muy lenta. Pese a que lidera varias de las iniciativas más importantes para frenar el cambio climático, sus aportes han sido siempre insuficientes, más aún ahora que su propio Presidente lo niega. Los niveles de contaminación son tales que no solo se sitúan en las grandes metrópolis, sino que lentamente se han desplazado a ciertas zonas rurales (ACNUR 2017).

Ojalá la COP25 de Chile permita avanzar sustancialmente en los compromisos adquiridos en el Acuerdo de París, para evitar el calentamiento global en 2 grados pronosticado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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