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A 30 años de su derrumbe: el muro, un amor fatal Opinión

A 30 años de su derrumbe: el muro, un amor fatal

El muro tenía que derrumbarse un día. Los socialismos reales de la Guerra Fría de partido único, terminaron conculcando las libertades fundamentales del ser humano. Derivaron en Estados policiales que reprimieron el pensamiento disidente mediante la prisión, la tortura y el crimen. Lloré su muerte frente al televisor en Chile, pero también fueron lágrimas de alegría por la reunificación al fin de dos pueblos hermanos.


Cuando conocí el muro me pareció insignificante. Nevaba en Berlín Occidental. La Navidad estaba cerca. Sankt Nikolaus. El gris de la ciudad, el frío y las torres de vigilancia de los Vopos de la Volkspolizei por el este, daban a la ciudad un ambiente expectante y misterioso. Hasta hoy recuerdo esa imagen de 1975, cuando arribé a mi largo destierro. Toqué el muro con mis manos. Áspero. Pensé: fácil treparlo y saltar.

Aprendí que el muro era espías, fuga y muerte. Separación brutal de un pueblo. Pero me atrajo. Aprendí a quererlo. Extraño. Era esa línea que en horas separó para siempre el calor de los abrazos de quienes quedaron por este y el oeste. Ventanas clausuradas que quedaron en el borde de la línea divisoria. Nunca más aquel kommt gut nach Hause, de un hermano a su hermana, de un hijo a su madre, de una viuda de la guerra a otra viuda. Los alemanes despedían a sus visitantes deseándole un que llegues bien a casa, abriendo y cerrando una mano levantada, y no agitándola de un lado a otro como conocíamos en Chile.

Sí, era tan extraño que yo me fuese enamorando de aquel muro en el que se derramó tanta sangre. Los que buscaron cruzar al oeste desde el este, huyendo porque les dolía en los huesos la ausencia de los suyos separados por la muralla. O porque no soportaron a los rusos controlando toda su vida en los primeros años de construcción de la República Democrática Alemana. O porque no aceptaron la restricción de sus libertades impuesta por el Estado socialista.

Por eso ocurrió el levantamiento del 17 de junio de 1953 a partir de una huelga de obreros, que luego se generalizó. La represión de los tanques rusos y los Vopos dejaron sobre cien muertos.

Lo amé porque quizás fue el muro el que siempre resguardó mis ansias de regreso a Chile. Para que no se volaran. Quizás porque veló mis noches, cuando soñaba con aquel barco que anclaba en el puerto de Valparaíso y veía mis cerros iluminados. ¡Que amor tan desgraciado!

El muro me reveló una fuerte urgencia. Un peligro latente. Una muralla que transformaba en anormal la normalidad y el orden de la Alemania Federal. Urgencia y misterio que remplazaban la necesidad nostálgica de los temblores, los cortes de la energía eléctrica, los temporales y barriales de invierno de Chile.

Los asaltos a bancos y atentados de la guerrilla urbana en Berlín Occidental de los años setenta, la mítica Baader Meinhof, conformaban el cuadro perfecto en la emoción de vivir la emergencia.

Por el este y el oeste, Berlín era la marca helada de traiciones y  lealtades en un mundo de agentes y dobles espías que hacían la vida berlinesa aún más maravillosa en la inseguridad.

Y así fue como el Berlín del muro por el oeste se hizo mi segundo hogar, y Alemania, la federal, mi segunda patria. Lo sigue siendo hoy unificada.

Cada vez que durante mi destierro volví al Berlín del muro desde otro lugar de Europa, me sentí contento de regresar.

Cuando el tren se acercaba a la estación del Zoo, entonces la principal, sacaba la cabeza por la ventana para sentir el aire berlinés.

El muro me faltó inmensamente cuando en 1993 regresé a Berlín, siete años después de mi retorno definitivo a Chile en dictadura, como siempre lo añoré. Y todavía me falta. Lo guardo en fotografías que tomé.

Las miro a veces. ¡Qué amor fatal! Es que nunca lo pude mirar desde lo político, debiendo hacerlo un ser tan político como soy. Que me perdonen por esta violencia los que lo odiaron con tanta razón. Parte de mi corazón quedó pegado a esa muralla y se fue con su muerte.

Pero le fui leal, como se es en el amor verdadero. Lloré su muerte frente al televisor en Chile, pero también fueron lágrimas de alegría por la reunificación al fin de dos pueblos hermanos.

El muro tenía que derrumbarse un día. Los socialismos reales de la Guerra Fría de partido único, terminaron conculcando las libertades fundamentales del ser humano. Derivaron en Estados policiales que reprimieron el pensamiento disidente mediante la prisión, la tortura y el crimen.

El día de marzo de 1986 en que me despedí de Berlín oeste para regresar a Chile, hacía frío y llovía. Fue la última despedida, después de aquella transitoria de 1984. Entonces me fui junto al muro, y con una piedra afilada escribí: Danke Deutschland…Danke Berlin…y firmé con mi número de pasaporte de refugiado 0080846. ¿Quién guardará hoy ese pedazo de mi vida?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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