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La indignación de los jóvenes, la grave crisis climática y la COP25 que comienza Opinión

La indignación de los jóvenes, la grave crisis climática y la COP25 que comienza

Jaime Hurtubia
Por : Jaime Hurtubia Ex Asesor Principal Política Ambiental, Comisión Desarrollo Sostenible, ONU, Nueva York y Director División de Ecosistemas y Biodiversidad, United Nations Environment Programme (UNEP), Nairobi, Kenia. Email: jaihur7@gmail.com
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Tanto el estallido social como la gravedad de la crisis climática mundial deben hacernos reflexionar. Si los gobiernos no actúan con urgencia, muy probablemente los jóvenes serán víctimas en las próximas décadas de eventos climáticos cada vez más frecuentes y extremos (aumento/descenso de las temperaturas, el estrés hídrico, inundaciones, huracanes, ciclones, extinción de especies, pérdida de la biodiversidad, incendios, aumento del nivel del mar y la pérdida de ecosistemas marinos y terrestres, entre otros). Es decir, marchan hacia un futuro improbable e incierto. Por todo ello, sin lugar a dudas, los jóvenes de todo el mundo tienen abundantes razones para estar agitados e indignados.


¿Qué ha sucedido con el interés del gobierno por detener la crisis climática? No olvidemos que, debido al estallido social sin control, tuvo que ceder a España la sede de la COP25. Lo vivido en las últimas cinco semanas ha sido un gran remezón a las conciencias de todas las autoridades de gobierno y del parlamento. Fue un impacto total de lo improbable. Ninguno de ellos vislumbró con mediana claridad cómo se iba gestando el calentamiento social ni cómo y cuándo iba a estallar. En este marco, es cuando se les escapó la “emergencia climática”, justo cuando venía posicionándose como tema importante en la agenda política, social y científica nacional.

¿Un cisne negro en Chile?

Desde el 18 de octubre, en Chile se experimenta “un cisne negro”, como Taleb (2007) denomina “al impacto de lo altamente improbable”. Un estallido social que nos demuestra que la historia está dominada por lo extremo, lo desconocido y lo muy improbable. (Cabe subrayar que en esta columna al referirnos al calentamiento social, en forma deliberada hemos omitido referirnos a la violencia y a los saqueos por considerarlos elementos propios de actos criminales, ajenos al espíritu de las movilizaciones llevadas a efecto por la juventud chilena con sensibilidad a la acción climática, social y vocación pacífica). Volvamos a lo nuestro.

En estos tiempos de “emergencia climática y social”, las autoridades continúan centrándose en lo conocido y en lo repetido. Desconocen cómo usar un evento social o climático extremo como punto de partida, persisten en desecharlos como excepciones que deben ocultarse, algo que se debe olvidar. Privilegian hablar de violencia, vandalismo. No quieren aceptar, que a pesar de cualquier progreso o crecimiento económico que se obtenga, el futuro será progresivamente menos previsible y aparecerán varios “cisnes negros” que ahora es imposible imaginar. Más allá que, por ahora, la política, la economía y la ciencia local no intente percibirlos.

En la indignación de la juventud movilizada hay una buena dosis de angustia por la ausencia de ese futuro predecible. Viviendo bajo condiciones educativas y de salud injustas, por circunstancias de una obscena desigualdad económica a las que se suma la pobreza y los pésimos servicios en salud, pensiones y salarios de sus padres y abuelos. Les indigna que los adultos (abuelos, padres, profesores, políticos, gobernantes, empresarios) les estemos legando un sistema al cual les horroriza tomar conciencia que tendrán que adscribirse obligatoriamente en los próximos años. No hay otras opciones.

Los jóvenes entrevén que ese sistema será incapaz de darles los beneficios que necesitan, ya que auspicia patrones de producción y consumo que destruyen el medioambiente, que subsiste gracias a un poder que con ignominia se adueña de los recursos de agua, destruye bosques, extingue especies de flora y fauna autóctona, contamina las aguas, los suelos y el aire que respiran millones de chilenos.

Por otro lado, la política nacional juega, manipula y abusa demagógicamente con los riesgos de la crisis. No reconoce que vivimos momentos de “emergencia climática”, ya reconocida oficialmente por todo el continente europeo, que requiere atención urgente y medidas drásticas. El gobierno no asume los riesgos que representan los eventos climáticos extremos (inundaciones, deslizamientos de tierras, elevación del nivel del mar, olas de calor, olas de frío, mega-sequías, incendios forestales, etc.), que muy pronto afectarán a las poblaciones más pobres de Chile. Con desparpajo continúa obligando a pueblos enteros a vivir en zonas de “sacrificio ambiental”, ocasionando daños enormes a la salud y bienestar de niños, adultos y ancianos.

Además, el actual impacto altamente improbable que nos afectó también nos dejó una seria advertencia: La salida a la crisis climática no se conseguirá únicamente vía transición energética o más cultura medioambiental y nuevos estilos de vida, sino que se va a conseguir acompañada de fuertes estallidos sociales, ya que los nuevos patrones de producción y consumo, los cambios en los estilos de vida y la disrupción tecnológica que se requieren, producirán inevitablemente ganadores y perdedores. De esta manera, la crisis climática se va a fundir y/o confundir con otros conflictos económicos, sociales, financieros y políticos.

Nuevos datos sobre la grave situación de la crisis climática

Esta semana, hemos recibido dos Informes que nos confirman la gravedad de la crisis climática mundial con la cual es necesario que nuestro país y gobierno se vuelvan a reencontrar. Ambos documentos se han preparado para apoyar los debates y las deliberaciones de la COP25, aquella que no pudimos hospedar, que comienza este lunes 2 de diciembre en Madrid.

Uno se publicó el pasado lunes 25 de noviembre, es de la Organización Meteorológica Mundial (OMM, titulado “Informe Anual de Concentración de Gases Efecto Invernadero (GEI)” (consultar: public.wmo.int) en él se confirma que el dióxido de carbono (CO2), metano (CH4) y óxido nitroso (N2O), alcanzaron en 2018 un nuevo record histórico. El otro se publicó al día siguiente por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEPy se titula “Informe sobre la Brecha de Emisiones (Emissions Gap Report)”. En él se destaca que para frenar el cambio climático las emisiones globales de gases de efecto invernadero deben reducirse 7,6% cada año entre 2020 y 2030 para que el mundo logre frenar el calentamiento global en 1,5 °C este siglo (consultar: unenvironment.org). ¿Qué país sera capaz de alcanzar esta meta a partir del próximo año? Seguro que ninguno. Así de mal están las cosas.

La situación no puede ser más grave, ya que de continuar como estamos, incluso implementando los débiles compromisos voluntarios, las llamadas Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC, por su sigla en inglés) del Acuerdo de París, las temperaturas aumentarán 3,2 °C a fines de siglo, lo que provocaría impactos climáticos destructivos y de amplio alcance. Para evitar este escenario y lograr el objetivo de 1,5 °C, los compromisos de reducción de emisiones deben quintuplicarse. Ni más ni menos. Pero ¿qué es lo que realmente están haciendo los países al respecto? Muy poco, casi nada. Revisemos los informes.

En ambos informes se señala que los gobiernos no están respetando los compromisos adoptados en el Acuerdo de París. En vez de reducir las emisiones de CO2, éstas siguen aumentando. Con tamaña irresponsabilidad, los gobiernos están rompiendo los compromisos asumidos y la causa está relacionada por la enorme y ciega dependencia de su economía con la quema de combustibles fósiles. A pesar de las muchas advertencias de los científicos del clima, los gobiernos y las empresas persisten en el uso creciente del carbón, el gas natural y el petróleo. Una situación claramente insostenible.

El Informe de la OMM señala que la concentración promedio de CO2 alcanzó en 2018 las 407,8 partes por millón (ppm), lo que supone casi un 47% más que el nivel preindustrial (en 1750, cuando la concentración era de 278 ppm). La luz roja al cambio climático eran 400 ppm, pero ya en el promedio global ha sido superada. Esto significa que es muy posible que en algunos lugares, los más golpeados por los desastres climáticos, se haya incluso superado lo 415, 410 o 450 ppm en algunas semanas o días nefastos. Por otra parte, el metano atmosférico alcanzó las 1.869 partes por mil millones (ppb) en 2018, casi un 159% más que el nivel preindustrial. Y en el caso del óxido nitroso su concentración atmosférica fue de 331,1 ppb, un 23% más que en 1750. Estos son los resultados de las mediciones de más de 100 estaciones de monitoreo permanente ubicadas en distintos lugares del planeta.

Como lo hemos señalado antes, el problema no es sólo que la concentración de los GEI continúe aumentando, sino que en los últimos años su ascenso se ha acelerado y cada vez aumenta a un ritmo mayor. El crecimiento anual registrado en 2018 en la mayoría de las estaciones supera al promedio de la décadas anteriores. Y esto no es todo. En forma simultánea a este aumento de los GEI, el planeta cada año continúa eslabonando récords de sobrecalentamiento. Nótese que 2018 fue el año más cálido registrado desde que hay mediciones fiables, que se iniciaron en 1850. Los otros tres son 2015, 2016 y 2017. Este año 2019, que está a punto de terminar, con seguridad va a figurar entre los más cálidos.

Por otra parte, el informe del UNEP nos indica que en 2020 todos los países deben aumentar sustancialmente la ambición en sus NDCs y dar seguimiento a las políticas y estrategias para implementarlas. Hay soluciones disponibles para hacer posible el cumplimiento de los objetivos acordados en París, pero no se están implementando a la velocidad requerida ni a una escala suficiente. El informe se focaliza en cómo la transición energética y el potencial de eficiencia en el uso de materiales pueden contribuir a cerrar la brecha de emisiones.

También subraya que las emisiones de gases de efecto invernadero han aumentado 1,5% anual durante la última década. En 2018, alcanzaron un récord de 55,3 gigatoneladas de CO2 equivalente, incluyendo los cambios en el uso del suelo, como la deforestación. Para limitar este aumento del sobrecalentamiento, se requieren 15 gigatoneladas de CO2 equivalente menos para la meta de 2 °C, y 32 gigatoneladas de CO2 equivalente menos para la meta de 1,5°C. En ello, radica que se necesiten urgentemente recortes en las emisiones de 7,6% anual entre 2020 y 2030 para cumplir con el objetivo de 1,5 °C y de 2,7% anual para el objetivo de 2 °C. Nuestro país está aún muy lejos de alcanzar este tipo de recortes.

La COP25, aquella que no pudimos hospedar y que comienza el lunes

Los jóvenes tampoco parecen confiar en los foros intergubernamentales, ni en las COPs, ni en los gobiernos ni en el Acuerdo de París. Greta y el movimiento mundial de La Juventud por el Clima, son buenos ejemplos de ello. Y es entendible que así sea, ya que a pesar de los numerosos informes del Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) presentados a las COPs pasadas exigiendo la reducción urgente de emisiones, no se avanza. El triste resultado es que los gobiernos no cumplen. Más aún, mienten. Trump confirmó que en 2020 abandona definitivamente el Acuerdo de París. Otros le podrían seguir.

El Acuerdo de París estableció que, al no ser suficientes las NDC como planes de recorte de los países para evitar que las emisiones sigan creciendo, los Estados deben revisarlos al alza. La primera revisión se debe emprender en el 2020, en la COP26 en Glasgow, Reino Unido. Y en la COP25, se espera que más países se comprometan a hacerlo. De momento, sólo se ha conseguido que 68 países de 196 se comprometan a revisar al alza sus planes de recorte. Es de esperar que en la cumbre de Madrid se sumen más Estados. Pero, la verdad, aún no se hace nada que sea cercanamente suficiente para detener la crisis climática mundial.

Por esa razón, es muy probable que ocurran en Madrid masivas manifestaciones de la juventud protestando ante la COP25 por la enorme falla de los gobiernos para cumplir con los compromisos adoptados en el marco del Acuerdo de París. Ahora es evidente que a la vista del continuo aumento de la concentración de los GEI en la atmósfera como lo señalan los Informes de la OMM y UNEP, las proyecciones del Acuerdo de París son nefastas. Tampoco hay señales de una desaceleración. De hecho, los planes de los países firmantes del Acuerdo de París, apuntan a que las emisiones continuarán aumentando hasta 2030. Hay oídos sordos al pedido para que reduzcan sus emisiones. Con esta realidad chocarán las masivas reuniones de los jóvenes en Madrid junto a las ONGs de acción climática colaterales a la COP. Igualmente afectará a los debates y las negociaciones propias de la COP25.

Por último, señalemos que tanto el estallido social como la gravedad de la crisis climática mundial deben hacernos reflexionar. Si los gobiernos no actúan con urgencia, muy probablemente los jóvenes serán víctimas en las próximas décadas de eventos climáticos cada vez más frecuentes y extremos (aumento/descenso de las temperaturas, el estrés hídrico, inundaciones, huracanes, ciclones, extinción de especies, pérdida de la biodiversidad, incendios, aumento del nivel del mar y la pérdida de ecosistemas marinos y terrestres, entre otros). Es decir, marchan hacia un futuro improbable e incierto. Por todo ello, sin lugar a dudas, los jóvenes de todo el mundo tienen abundantes razones para estar agitados e indignados.

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