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Periodista Eduardo Labarca: «En las crisis se ven los grandes estadistas y no a un político al tres y al cuatro como en Chile»

Héctor Cossio López
Por : Héctor Cossio López Editor General de El Mostrador
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El periodista y escritor ha sido testigo privilegiado de una gran parte de los momentos que definieron el siglo XX, desde el final de la Segunda Guerra Mundial cuando era niño, pasando por la revolución cubana, el gobierno de la UP, el golpe, el exilio, y el estallido social en el que nos encontramos hoy. En junio de este año, con la «Rebelión de la chora» -una novela distópica- terminó la trilogía sobre lanzas internacionales. En este libro, el autor de la «Biografía sentimental de Salvador Allende» vaticinó la crisis que hoy atraviesa el país, en el que Chile está sumido en manifestaciones por demandas sociales, incendios, sequía, racionamiento de agua y está minado por la corrupción. Junto a la entrevista, lea un adelanto del libro.


Adelanto del libro «La rebelión de la chora»

En su novela La rebelión de la Chora, publicada por editorial Catalonia antes de los estallidos, Eduardo Labarca se anticipó a las manifestaciones gigantescas, los incendios y saqueos que estamos viviendo. A continuación reproducimos un fragmento del capítulo 41, que transcurre en un Chile del futuro.

Después de forrarse en dólares, euros y francos suizos, Palmenia, la Chora, lanza internacional, se dirige en un Transvip al aeropuerto de Santiago. Ha decidido volar a Milán con Isaías, el guardia de San Damián, para iniciar en Italia una vida “normal” en familia. Los pasajeros del vehículo van silenciosos y el chofer con cuerpo de luchador de sumo despotrica contra los “terroristas” que provocan apagones y contra cada perro “suicida” que se cruza en la carretera, cada chofer “borracho” que los deja atrás, cada “pirata” de Uber a la vista.

—Peor es en Afganistán —lo cortó Isaías.

Alzando los hombros sin entender, el mastodonte encendió la radio de Carabineros que advertía que a las cero horas se iniciaría una huelga indefinida en el aeropuerto, con suspensión de todos los vuelos.

El chofer recorría el dial y Eliot Palomo, veterano corresponsal de guerra, informaba a través de radio La Clave desde el lugar de los hechos con batahola de voces y sonidos de fondo, que un millar de pobladores llegados del sur de la ciudad en buses de la Red requisados a punta de pistola habían invadido el gueto de millonarios de San Damián con la complicidad, según la teniente de Carabineros Melania Toro, de uno de los guardias que había bajado el puente levadizo y dejado el portón abierto llevándose el candado. Varias familias habían alcanzado a escapar en sus helicópteros, y el que transportaba al expresidente Pinares había levantado vuelo con la cabina abollada por las pedradas.

El celular de Palmenia comenzó a vibrar con un mensaje del Ernesto, su hermano rapero, dirigido a su “querida hermana”:

Hoy es el día de nuestra venganza

las manos no nos alcanzan

El video que venía con el texto mostraba que las manos de la muchedumbre llegada a San Damián desde la Santa Estela y otras poblaciones se hacían pocas para cargar televisores LED, computadores, equipos de alta fidelidad, cocinas, microondas, máquinas de nespresso, playstations, jugueras, lámparas, cuadros, cacerolas, cubiertos de plata, copas de cristal, herramientas, licores importados, botellas de vino, teléfonos celulares… En una secuencia, cuatro hombres cargaban una caja de caudales; en otra un poblador bailaba cueca con un frac y su mujer con un traje de baile trasparente; en la que seguía los pobladores se agolpaban en torno a una fogata de muebles ingleses en la que se asaban dos lechones sacados de una cámara de refrigeración. El video mostraba una cama king size con una cubierta bordada de tul celeste sobre la cual cuatro pobladores encuclillados con los pantalones en los tobillos defecaban al ritmo de la voz del Ernesto:

Cagar cagar cagar

valientes pobladores

pujar y pujar

que nuestra mierda decore

esta cama de las señoras y señores

que siempre nos han cagado

que hoy arrancan asustados

porque cagamos nuestros porotos con longaniza

con completos y con pizzas

en su colcha y sus almohadas

que viva esta buena cagada

se la tienen bien ganada

además de una meada…

cagar cagar cagar…

La voz de la reportera Myong Choi, conocida por su melena negra, ojos rasgados y pómulos salientes, irrumpía con la noticia de que habiéndose marchado los saqueadores de San Damián de regreso a sus poblaciones con los buses cargados hasta el techo, al condominio de superlujo semidestruido se dirigía una caravana de ochenta camiones provenientes de Til Til. La periodista, hija de los coreanos de La Estrella de Pyongyang, tienda de la calle Patronato, transmitía desde un camión en marcha.

—Esta reportera —decía— viene desde Til Til en la cabina del camión que navega a la cabeza de esta flota de combate, piloteado por el alcalde Darío Goicoechea. Transmitimos en pleno movimiento y en este instante en que las mansiones de San Damián asoman a la vista, ofrezco el micrófono al alcalde de Til Til, cuyos ojos brillan de emoción tras el manubrio al acercarse a la meta. Alcalde Goicoechea, para radio ADN, ¿qué se propone usted, qué persiguen con esta expedición? “Gracias, Myong, por venir con nosotros corriendo los riesgos de una verdadera periodista, a diferencia de sus colegas que reportean por teléfono desde un escritorio. Los auditores y auditoras deben saber que hoy los tiltilanos traemos de vuela a Las Condes las basuras y podredumbres enviadas por esta y otras comunas que han estado envenenando a nuestros niños y niñas desde el siglo pasado. Cargamos mil quinientas toneladas de residuos provenientes de San Damián y otros barrios de ricos y de las plantas industriales de la región Metropolitana que han sido vertidos en nuestra querida comuna. Veinte mil personas de escasos recursos habitan en Til Til condenadas al sacrificio, a vivir junto a millones de toneladas de basuras domésticas, purines de las chancheras, algas en descomposición, relaves mineros, partículas de carbón, mármol y cemento, y como guinda de la torta, hasta la semana pasada en que la Corte Suprema los liberó a todos, hemos recibido los excrementos de los militares asesinos que sobrevivían en el presidio de lujo de Punta Peuco. Olores sofocantes, metales pesados, nubes cancerígenas envenenan a los tiltilanos desde el momento en que el óvulo es fecundado en el vientre de la madre hasta el día de su muerte. Por eso estamos aquí”.

Myong describía la llegada de los enormes vehículos a la meta y el espectáculo que ofrecían sus tolvas al elevarse y vaciar las inmundicias en las calles y parques de San Damián y en los jardines, quinchos y piscinas de las mansiones que hasta esta mañana, antes del saqueo, habitaba con su familia el propio Joaquín Cubillos, dueño de los “rellenos sanitarios” de Til Til.

Al arribar al aeropuerto, el Transvip consiguió sortear las barricadas y los grupos de manifestantes que agitaban lienzos y banderas. En una última información radial, el fornido conductor y los viajeros se enteraron de que fuerzas especiales de Carabineros habían asaltado la carpa de las madres de los niños intoxicados de Quintero y Puchuncaví, de los que veintidós ya habían muerto. Los policías habían rescatado en camilla a la ministra del Medio Ambiente que permanecía secuestrada, y una ambulancia de la Clínica Las Condes se la había llevado. La radio señalaba que al cabo de cinco días respirando el mismo aire y bebiendo la misma agua que los niños de la escuela, la ministra lucía un forúnculo purulento en la mejilla izquierda, había perdido todas las pestañas y parecía haber envejecido veinte años.

En el terminal imperaba el caos. Los huelguistas coreaban consignas contra los dueños de las líneas aéreas y contra la Presidenta, y los pasajeros protestaban a gritos por la cancelación de sus vuelos a causa de la huelga. Frente a una ventanilla de Latam los exaltados conversaban a puñetazos.

Palmenia e Isaías observaron ansiosamente la pizarra de SALIDAS que marcaría sus destinos.

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