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El derrame de la biodiversidad hacia las urbes: la rebelión silvestre gatillada por un virus Opinión

El derrame de la biodiversidad hacia las urbes: la rebelión silvestre gatillada por un virus

Claudio C. Ramírez
Por : Claudio C. Ramírez octor en Ecología, Universidad de Chile Licenciado en Biología, PUC Académico Instituto de Ciencias Biológicas, Universidad de Talca
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En la frontera biodiversidad/asentamiento humano no solo hay tensión, sino que también hay incertidumbre. Esto es más crítico en nuestro país. La biología de miles de especies que están en las áreas silvestres es, en general, desconocida. Conocer la naturaleza de los ciclos de vida, los modos de reproducción, la dinámica de sus poblaciones, las interacciones ecológicas y sus determinantes, la diversidad genética, requieren de estudios científicos rigurosos y de largo plazo. El año 2007 un grupo de investigadores chinos alertó sobre la presencia de un gran depósito de virus similares al SARS-CoV en animales silvestres, que, junto con la cultura de comer mamíferos exóticos en el sur de China, constituía una bomba de tiempo para la salud humana. Sin embargo, esa alerta fue ignorada y ahora estamos viviendo las consecuencias. En Chile tenemos un doble desafío, ser capaces de generar alertas como esa y que estas no se ignoren. Como van las cosas, el derrame de diversas especies hacia las urbes chilenas, es también una bomba de tiempo.


En los tiempos del coronavirus vemos cómo diversos organismos se han desplazado a áreas urbanas. Pavos silvestres en las calles de California, jabalíes en las plazas de Barcelona, zorros en los barrios de Bogotá, cientos de monos hambrientos en calles de Tailandia. Hasta un puma en las calles de nuestro Ñuñoa en Chile. La fauna parece derramarse (fenómeno ecológico conocido como spillover) hacia los espacios urbanizados.

Más allá de lo anecdótico que esto podría perecer, la pandemia del coronavirus se ha transformado en un experimento natural, pues la cuarentena ha relajado la fuerza que mantiene la separación física entre los asentamientos humanos y la vida silvestre. En algunos casos estos organismos han perdido fuentes de alimento antes provistas por turistas. De cualquier manera, con la actividad humana reducida, ellos están cruzando la frontera que su biología no les permite distinguir. No sería extraño que esté sucediendo exactamente lo mismos con poblaciones de artrópodos y otros organismos menos conspicuos. Quizá algunas especies terminen adaptándose a la vida en la ciudad, y tal vez les cueste volver a sus reducidos hábitats. Posiblemente encuentren mejores refugios en los ambientes humanos o bien alimentos con mejor retorno nutritivo.

Pero lo que el fenómeno del que somos testigos está verdaderamente revelando, es la tensión que existe entre la biodiversidad y el modo de vida del ser humano. En el último siglo hemos expulsado de sus tierras y aguas a gran parte de la vida silvestre. Para muchos de nosotros son una externalidad, están fuera de nuestras vidas, los hemos exiliado. No solo eso, cada día los acorralamos más. Hemos reducido las abundancias y lo que se conoce como ámbito de hogar, que es el área en que desarrollan su biología. De hecho, en mamíferos la densidad poblacional es inversa al tamaño del ámbito de hogar, lo que implica mayor presión por traspasar la frontera.

Muchas especies no vivieron para hacerse presente en esta rebelión silvestre de la que somos espectadores. Muchas especies simplemente no alcanzaron los tamaños poblacionales mínimos que asegurasen su permanencia. Ya se extinguieron. No pudieron encontrar otros nichos ecológicos para diferenciarse y sobrevivir. Otras que ya conocemos bien (roedores, hormigas, termitas, moscas, etc.) han logrado antes colonizar los asentamientos humanos con éxito y permanecer asociados al ser humano y su entorno. Algunas de estas irrumpen como plagas agrícolas o vectores de enfermedades, causando daño económico y muertes.

En la frontera biodiversidad/asentamiento humano no solo hay tensión, sino que también hay incertidumbre. Esto es más crítico en nuestro país. La biología de miles de especies que están en las áreas silvestres es, en general, desconocida. Conocer la naturaleza de los ciclos de vida, los modos de reproducción, la dinámica de sus poblaciones, las interacciones ecológicas y sus determinantes, la diversidad genética, requieren de estudios científicos rigurosos y de largo plazo.

Según el último informe de la International Union for Conservation of Nature (IUCN), las áreas silvestres protegidas en el mundo bordean el 15% del área terrestre. En Chile, las áreas silvestres protegidas ascienden al 20% del territorio nacional. No es menor. Es más, la zona centro-sur de Chile es reconocida como un hot-spot de biodiversidad. Pero ¿es esto algo positivo? ¿qué porcentaje de esa biodiversidad está en tensión con los asentamientos humanos? ¿qué especies constituyen un posible riesgo para la salud humana? ¿qué especies nos proveen beneficios directos o indirectos? No tenemos respuesta para estas preguntas. Y parece que no las tendremos por un buen tiempo.

Mucho de ello tiene que ver con el escaso apoyo a los estudios de biodiversidad que existe en Chile. Por muchos años Fondecyt, el principal fondo de financiamiento de la ciencia y tecnología en Chile, expresamente no apoyó investigaciones relacionadas con catálogos taxonómicos, estudios descriptivos de flora y fauna locales, pues se consideraban que eran meras recopilaciones que no generaban conocimiento. Ello castró en gran medida la renovación de los científicos dedicados a describir la biodiversidad chilena, base para comprender la ecología de las especies silvestres. Hoy existen poquísimos taxónomos, y pocos expertos en biodiversidad. Se están extinguiendo como el sujeto de estudio.

Si no dedicamos recursos públicos y privados para estudiar con detalle esa biodiversidad, no sabremos cuánto de ella nos puede beneficiar para generar innovación biotecnológica, o cuánto de ella es una amenaza para la salud humana. A esto hay que agregar la degradación de los hábitats naturales, que en Chile es pan de cada día. Ello no solo reduce la biodiversidad, sino que aumenta la presión de las especies sobrevivientes por traspasar la frontera biodiversidad/asentamiento humano.

El año 2007 un grupo de investigadores chinos alertó sobre la presencia de un gran depósito de virus similares al SARS-CoV en animales silvestres, que, junto con la cultura de comer mamíferos exóticos en el sur de China, constituía una bomba de tiempo para la salud humana. Sin embargo, esa alerta fue ignorada y ahora estamos viviendo las consecuencias. En Chile tenemos un doble desafío, ser capaces de generar alertas como esa y que estas no se ignoren. Como van las cosas, el derrame de diversas especies hacia las urbes chilenas, es también una bomba de tiempo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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