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Otra lección del nuevo coronavirus: investigación de excelencia en todas las áreas del conocimiento Opinión

Otra lección del nuevo coronavirus: investigación de excelencia en todas las áreas del conocimiento

Pablo Astudillo Besnier
Por : Pablo Astudillo Besnier Ingeniero en biotecnología molecular de la Universidad de Chile, Doctor en Ciencias Biológicas, Pontificia Universidad Católica de Chile.
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Parece existir amplio consenso respecto a que esta pandemia conllevará consecuencias económicas y sociales significativas, quizás catastróficas. Con ello, es muy probable que nuestra ciencia (que lleva experimentando varios años de un virtual estancamiento presupuestario) se vea afectada en su desarrollo. Este será un costo inevitable, pero comprensible. Sin embargo, tendremos que mantener presente que la “reconstrucción” de nuestra sociedad luego de la pandemia requerirá, más que nunca, investigación de “excelencia” en todas las áreas del conocimiento. Es el momento de olvidar aquella desafortunada frase que señala que “no podemos ser excelentes en todo”


Imaginemos a un grupo de investigadores e investigadoras, buscando financiamiento para instalar un centro de excelencia internacional en virología, por allá por mediados de la década pasada, en plena discusión de los clústers. O hace unos pocos años, en medio del debate en torno a los “retos para el desarrollo”, o incluso en los tiempos actuales de los “laboratorios naturales”. ¿Cree usted que la propuesta de este grupo habría sido bien recibida?

Quienes nos desarrollamos en el ámbito de la investigación en ciencias biomédicas hemos debido soportar por años la acusación de ser un grupo excesivamente numeroso o “poco pertinente a las necesidades del país”. Según ciertas opiniones, es una lástima que tengamos tantos investigadores en esta área y no en la ingeniería, por ejemplo. Las ciencias biológicas (y, entre ellas, la virología) no encajan completamente dentro de la narrativa de los laboratorios naturales, en la de los retos para el desarrollo (en donde debe competir con una serie de preocupaciones e intereses que parecen más urgentes), ni menos en la de los olvidados clústers.

Es así como la pandemia del COVID-19 sorprende a Chile sin una industria biomédica de nivel mundial, que pueda dar respuestas locales a problemas urgentes (como comparación, una firma cordobesa, que habría recibido fondos de I+D, fabrica ventiladores mecánicos en el propio país; acá solo recién parecemos ponernos en campaña). Ni qué decir sobre la posibilidad de sumarnos a la acelerada investigación de frontera desarrollada en países del “Norte Global”. Lo más probable es que, más allá de algunos esfuerzos heroicos pero aislados, nuevamente tendremos que mirar de lejos (y, por ende, depender de) los esfuerzos colectivos de centros de investigación en países desarrollados.

Estas preocupaciones distan de ser superfluas. Ya vimos en días pasados la controversia provocada por informaciones referentes al aparente deseo de cierto país por obtener la exclusividad de una posible vacuna (algo posteriormente desmentido). O, por ejemplo, ¿cuándo tendremos en Chile los tests ultra-rápidos desarrollados por grandes compañías biomédicas internacionales? El testeo masivo, junto con el seguimiento exhaustivo de casos, parecen ser dos aspectos fundamentales para intentar contener la crisis, por lo que la disponibilidad masiva de tests rápidos será uno de los aspectos que seguramente determinará el éxito de los países que controlen de mejor forma la pandemia. Mención aparte merece la distribución territorial de las capacidades de testeo. En un país en el que a ciertas regiones se las condena a seguir una supuesta vocación ligada a las “singularidades del territorio”, el desafío que impone el COVID-19 demuestra la necesidad de que todas las regiones cuenten con ciertas capacidades técnicas en ciencias biomédicas para responder rápidamente a este tipo de eventos.

La pandemia del COVID-19 también nos encontró con un gobierno con actuaciones que sugieren una preparación científica aún insuficiente como para ofrecer información adecuada y oportuna (aunque debemos demostrar también cierta comprensión y empatía, dado el actual contexto, desde luego). Pareciera ya lejana la anécdota en la cual una autoridad mostró confusión sobre la técnica de PCR (empleada para el diagnóstico del COVID-19). El episodio (que motivó diversos comentarios), aunque tal vez irrelevante en el contexto actual, solo confirma lo que se ha visto en las semanas siguientes, con una comunidad científica solicitando acceso a los datos epidemiológicos y pidiendo ciertas medidas, y autoridades que entregan información ya sea contradictoria (como la recomendación del uso de mascarillas en el transporte público, y al mismo tiempo el mensaje de que estas no son necesarias para personas sanas) o que aún no ha sido verificada de forma definitiva por la ciencia, como la adquisición de inmunidad luego de contraer COVID-19, algo que aún es materia de debate (por ejemplo, véase estas notas: 1; 2; 3). En este sentido, las autoridades del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación podrían jugar un papel más visible y relevante en entregar información oportuna y tranquilidad a una población que se volverá crecientemente más preocupada con el avance de la pandemia.

Se podrá argumentar que la situación de la ciencia en este episodio no es tan crítica; después de todo, varios expertos en virología han dispuesto sus capacidades (escasas aún en términos de infraestructura, en especial si se considera una vez más la importancia del testeo masivo) al servicio de la resolución de la crisis. Sin embargo, lo correcto sería señalar que esta respuesta ocurre a pesar de, y no gracias a, la actual política científica. Los virólogos en este país han subsistido principalmente gracias a proyectos FONDECYT. Solo un centro asociativo de la Iniciativa Milenio se centra, parcialmente, en la investigación en virología.

Por otro lado, parece existir amplio consenso respecto a que esta pandemia conllevará consecuencias económicas y sociales significativas, quizás catastróficas. Con ello, es muy probable que nuestra ciencia (que lleva experimentando varios años de un virtual estancamiento presupuestario) se vea afectada en su desarrollo. Este será un costo inevitable, pero comprensible. Sin embargo, tendremos que mantener presente que la “reconstrucción” de nuestra sociedad luego de la pandemia requerirá, más que nunca, investigación de “excelencia” en todas las áreas del conocimiento. Es el momento de olvidar aquella desafortunada frase que señala que “no podemos ser excelentes en todo”. El país merece y necesita ser excelente en todas las áreas del conocimiento, tanto en un contexto de “normalidad” (si es que algo así existe, desde luego) como en uno de crisis, como la provocada por la actual pandemia, y que exigirá respuestas a desafíos económicos, sociales, culturales, y biomédicos, por cierto. Ya se ha señalado suficientemente que esta crisis sí “se veía venir”, y nuestro país necesita construir capacidades de frontera no solo para testear enfermedades emergentes, sino también para dar respuestas locales y, por qué no, para unirse a los esfuerzos internacionales orientados a encontrar soluciones definitivas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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