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Piñera, Trump y la ministra Opinión

Piñera, Trump y la ministra

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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Lo que viene de aquí en adelante es muy incierto. Mientras los argentinos empiezan a salir de sus casas luego de una larga cuarentena total, Chile parece recién empezar a entrar a la peor fase de la crisis, con la sensación que la estrategia seguida por el Gobierno no fue la correcta. El Presidente aseguró hace unas semanas que todo chileno o chilena que necesite un respirador o una cama hospitalaria la tendrá. Dios quiera que esté en lo cierto y la promesa se pueda cumplir. Hoy nuestra capacidad de atención de UCI está a punto de entrar al colapso y es a partir de ese momento que la gente se empezará a morir más rápido. Así de dramático.


Ni un buen guionista de series de misterio y trama política, podría imaginar un capítulo con un giro tan brusco como inesperado. Hace poco más de un mes, el Gobierno se vanagloriaba –de manera anticipada– de su “exitosa” estrategia para combatir la pandemia. Al ministro de Salud, un vespertino –el 15 de abril– lo apodaba “Súper Mañalich” en la portada y en su interior destacaba “nuevos contagios bajan en el país: las razones de Mañalich para celebrar”. Por su parte, el Presidente Sebastián Piñera lanzaba la “nueva normalidad”, llamando a los funcionarios públicos a retomar sus funciones habituales en 48 horas y a los malls a abrir sus puertas. Parecía que la profecía del titular de la cartera de Salud se cumplía: el virus se había vuelto «buena persona» en un solo lugar del mundo. Aquí.

Hoy el panorama, lamentablemente, ha cambiado de manera radical. La “normalidad” se ve cada vez más lejana, el llamado “Plan Retorno Seguro” se convirtió en realidad para muy pocas actividades e industrias, desde hace unos días tenemos a casi 5 millones de chilenos y chilenas confinados y las cifras de contagios diarios aumentan de manera alarmante, luego que las dos semanas previas se estuviera anunciando la llegada inminente del “aplanamiento de la curva”. ¿Por qué entonces La Moneda se adelantó tanto en dar por concluida la fase más compleja, incluso antes de alcanzar el peak? ¿Un error estratégico o simplemente fue la ansiedad del Presidente por recuperar el apoyo perdido durante el estallido social?

Lo cierto es que la Sociedad Chilena de Infectología tuvo, hace unos días, una fuerte controversia con Jaime Mañalich por la estrategia que estaba llevando a cabo la autoridad sanitaria y el Instituto Milenio Fundamento de los Datos (IMFD) se retiró de la mesa de Datos COVID-19 tras manifestar una diferencia significativa con el Gobierno. Según el Instituto y de acuerdo a sus estimaciones, el número de contagiados podía estar triplicado. Por tanto, el relato técnico que sustentó La Moneda el primer mes comenzaba a sufrir cuestionamientos desde la misma comunidad científica.

Aunque el argumento del Gobierno, de que parte del aumento de casos se explica por el mayor testeo, no es la única razón para entender lo que estamos viviendo. Recordemos que la estrategia inicial contempló como definición que no se aplicaría una cuarentena nacional, como casi todos los países de Latinoamérica. La opción, según Mañalich, era innecesaria –como también el uso de mascarillas– porque afectaría otros ámbitos de la vida cotidiana. Piñera agregó que nuestro país estaba mejor preparado que el resto de las naciones del continente. Tampoco se quisieron aceptar los insistentes ofrecimientos de los alcaldes para colaborar activamente. Con una soberbia provocadora, se continuó diciendo que teníamos la mejor salud del planeta y que Chile era una excepción. Como cuando el Presidente habló del “oasis” unos días antes del 18/0.

Y el exitismo se apoderó del relato de La Moneda. Faltó la prudencia que ameritaba una crisis sanitaria de alcances desconocidos para Chile, más aún cuando los primeros casos llegaban a mediados de febrero –pese a que el caso O (cero) se registró el 3 de marzo– en pleno verano, estando por delante otoño e invierno, épocas en que, además del frío, el SARS-CoV-2 comenzaría a circular junto a otros virus, especialmente la influenza. Sin duda, un factor clave ha sido la dupla Piñera-Mañalich, quienes tomaron el manejo de la crisis, dejando en segundo plano al resto de los ministros políticos en los que el Mandatario parece no tener confianza, lo que ha quedado de manifiesto con el regreso esta semana de Rodrigo Ubilla como asesor de Piñera.

La promesa de alcanzar la meseta o el peak a fines de abril o comienzos de mayo se fue “reprogramando” a diario y, pese a que la incertidumbre iba creciendo junto a las desesperadas peticiones de alcaldes por cerrar la RM y algunas ciudades como Antofagasta o Mejillones, el Ejecutivo siguió con su vuelta a la normalidad sin escuchar al Colmed, a la Sociedad de Infectología y, menosm a los jefes comunales. La Moneda se la jugó por instalar un mensaje de crisis económica que incluso llevó al Presidente a sugerir que el plebiscito podía reprogramarse bajo ese argumento. Hoy se ha perdido la sensación de “control” que hace un mes proyectaba el Ejecutivo. También parece que la estrategia inicial de no cuarentenas masivas quedó en el pasado. ¿Perdimos entonces dos meses?

Estas dos semanas, en que las cifras se dispararon, se ha notado la confusión y falta de manejo político en la conducción de la crisis. Mañalich ha vuelto a pelearse con quien se le cruce en el camino y el Presidente a cometer errores no forzados a diario. De más estuvo anunciar, de manera coloquial, que Donald Trump lo había llamado para “felicitarlo” y ofrecerle ayuda, cuando está siendo duramente cuestionado en EE.UU. y luego que prohibiera a 3M exportar insumos médicos a Latinoamérica. De más estuvo nombrar a una ministra que es la antítesis de las mujeres que marcharon el 8M, además de ser sobrina nieta del dictador. Una provocación torpe que incluso golpeó a RN. De más estuvo traer de vuelta como asesores a Chadwick y Ubilla, porque esto le quita el piso a Blumel en un momento crítico.

Un punto especial para Gonzalo Blumel, que pese al poco peso que tiene frente a Mañalich a la hora de las decisiones, está haciendo un esfuerzo importante por lograr un acuerdo con la oposición –otra semana en la UCI– que permita un pacto para enfrentar el tiempo pospandemia, que no solo tendrá un deterioro catastrófico en lo económico, sino que de seguro enfrentará un nuevo estallido social que puede poner otra vez en peligro a la clase política –sin distinción– y las instituciones que han logrado un respiro transitorio como Carabineros o la propia Iglesia católica, que ha brillado por su ausencia en un momento tan complejo para la población.

Lo que viene de aquí en adelante es muy incierto. Mientras los argentinos empiezan a salir de sus casas luego de una larga cuarentena total, Chile parece recién empezar a entrar a la peor fase de la crisis, con la sensación que la estrategia seguida por el Gobierno no fue la correcta, al menos en lo referente al confinamiento extensivo. Obviamente no se puede desmerecer lo hecho en otros ámbitos, pero sí es un hecho que el discurso, el relato debe cambiar. Es imposible lograr un gran acuerdo nacional cuando la autoridad se atribuye un éxito prematuro y culpa a los ciudadanos por hacer fiestas –unos pocos irresponsables– o salir a la calle para trabajar. No somos Suecia ni tenemos la disciplina japonesa, ni tampoco un Estado protector que nos permita quedarnos en casa y poder seguir pagando las cuentas o los alimentos.

El Presidente aseguró hace unas semanas que todo chileno o chilena que necesite un respirador o una cama hospitalaria la tendrá. Dios quiera que esté en lo cierto y la promesa se pueda cumplir. Hoy nuestra capacidad de atención de UCI está a punto de entrar al colapso y es a partir de ese momento que la gente se empezará a morir más rápido. Así de dramático. Reitero, ojalá que no hayamos perdido dos meses valiosos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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