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Como si las brujas de Macbeth nos hubiesen profetizado: “Vivirán empantanados entre un modelo que perdió su legitimidad y discursos alternativos que no generarán suficiente credibilidad” Opinión

Como si las brujas de Macbeth nos hubiesen profetizado: “Vivirán empantanados entre un modelo que perdió su legitimidad y discursos alternativos que no generarán suficiente credibilidad”

José Gabriel Palma
Por : José Gabriel Palma Profesor de la Facultad de Economía de la Universidad de Cambridge y de la Universidad de Santiago
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Desde una perspectiva darwiniana, hoy estamos atrapados en instituciones y sistemas que no son más que fósiles vivientes. Apenas se ofrece un salario mediano que no alcanza para sacar a una familia de cuatro de la pobreza (como decía Voltaire, la comodidad de los ricos depende de la abundancia de pobres). Y que la mitad de los nuevos jubilados de AFP en 2018 reciban menos de un quinto de un salario mínimo (y se les amenaza que si retiran el 10% para comprar comida, van a jubilar con un sexto). Mientras tanto, a otros privilegiados se les siguen regalando nuestras rentas siderales de los recursos naturales.


En una columna publicada ayer en El Mercurio Inversiones, junto con ver el detalle de la nueva propuesta del Gobierno, analicé varios elementos de la contingencia actual. El primero es que estamos frente una decisión macroeconómica típica. Existe un megaproblema (la pandemia hace estragos), y para aliviar eso hay distintas alternativas, como el retiro del 10%, y la nueva “Red de Protección Social”.

De eso se trata la macroeconomía: para resolver un problema hay que crear otro, ojalá menos complicado.  Hay que analizar las consecuencias de las alternativas y escoger la menos mala. Sin embargo, se tiende a analizar cada una por separado, y la regla es que se hace en forma superficial. Hay excepciones, pero la norma es que aquellos que critican el retiro del 10% lo tienden a hacer prediciendo cataclismos. Pero tanto se ha gritado «¡lobo, lobo!», que ya nadie las toma en cuenta. Lo fundamental de la propuesta del Gobierno es que cualquier precio es poco cuando se trata de salvar a las AFP. Esto es lo que le da un mal nombre a las Ciencias Económicas –su continuo aprovechamiento para defender intereses específicos–.

Lo segundo es que el Gobierno y la derecha asumen, a diferencia de Adam Smith –para quien las personas no solo son racionales, sino también perfectamente capaces de saber lo que les conviene–, que la mayoría de las personas son incapaces de comprender siquiera cuáles son sus propios intereses; y que están dispuestas a seguir a cualquiera que los embruja –como niños siguiendo al Flautista de Hamelín–.  Para Smith, en cambio, la esencia de la revolución ideológica liberal es que las personas no necesitan de un rey o reina, ni de una Iglesia para que les digan lo que deben hacer.

Lo que los “libremercadistas” no se dan ni cuenta es que de tener razón, y la gente necesitase de tutores como ellos, los mercados serían altamente ineficientes, contradiciendo el corazón de su ideología… Para ellos, el derecho al “free to choose” es entre Coca-Cola o Pepsi-Cola; pero si se trata de sus decisiones financieras críticas, solo sus tutores saben lo que les conviene. Buchanan entendía mejor lo que estaba en oferta en el neo-liberalismo que Friedman o Hayek.

Lo tercero es sobre el meollo de la herejía neo-liberal ―el “neo” en el neo-liberal–. Para poder construir una sociedad tan desigual hay que distorsionar los mercados en favor de unos pocos vía la reducción artificial de la diversidad. Se crea en dictadura un tipo muy específico de fondo de pensión y se lo hace obligatorio ―excepto para quienes lo impusieron–. Y con el retorno a la democracia se pone todo tipo de barreras al cambio, y se rechazan de plano propuestas mínimas de reforma. No debería sorprender si un sistema así comience a caerse por su propio peso, y en forma desordenada.

Como nos informa El Mostrador, un insider de las AFP se lamenta tardíamente: “Estuvimos por años ignorando lo obvio y ahora estamos cosechando lo que sembramos”. Ya no tiene sentido tratar de cerrar la puerta del establo-AFP, pues el caballo ya se arrancó.

El problema de fondo es que hay muy pocas formas en las que se puede construir un modelo con tan poca entropía. Requiere de “leyes de amarre” y que la gente se acostumbre a ellas como si fuesen naturales; y si estas comienzan a fallar, se intenta reforzarlas con la camisa de fuerza del TPP-11. Si no fuese por el estallido social, el TPP-11 estaría vigente, y el proyecto del retiro del 10% sería tan caro por todas las compensaciones a que tendrían derecho las AFP, que sería imposible sacarlo adelante por mucho apoyo que tuviese. También los bancos ahora tendrían derecho a compensación por la competencia “desleal” de los nuevos créditos blandos del Gobierno. No debería sorprender que tantos añoren que se resucite el TPP-11…

El Estado “subsidiario” ha quedado en evidencia. No solo ya paga un tercio de las pensiones “privadas” (un subsidio para que las AFP puedan seguir pagando pensiones de hambre), sino que también ahora “están ejerciendo un lobby brutal que más parecen emisarios de las AFP que gobernantes”.

Desde una perspectiva Darwiniana, hoy estamos atrapados en instituciones y sistemas que no son más que fósiles vivientes. Éstos apenas son capaces de ofrecer un salario mediano que no alcanza para sacar a una familia de cuatro de la pobreza (como decía Voltaire, la comodidad de los ricos depende de la abundancia de pobres); y la mitad de los nuevos jubilados de AFPs en 2018 recibieron menos de un quinto de un salario mínimo (y a los futuros jubilados se les amenaza que si ahora retiran el 10% para comprar comida, van a tener que jubilar con un sexto…). Mientras tanto, a otros privilegiados se les siguen regalando nuestras rentas siderales de los recursos naturales, las cuales podrían pagar el costo fiscal de toda la pandemia.

Vamos camino a lo que Hirschman llama “el efecto rebote”. Si se insiste con instituciones y políticas con fechas de vencimiento caducadas, estas se transforman en contraproducentes, generando tal reacción en contra, que se crean las condiciones para “un efecto rebote”. Esto es, para que cuando venga el cambio, se busque mecánicamente justo lo contrario. Nos hemos ido multiplicando lo anterior por menos 1. Siempre pegados en el pasado. De certezas absolutas en certezas absolutas, sin las inevitables e incómodas, pero muy creativas, incertidumbres del cambio.

Y así estamos empantanados entre un modelo que perdió su legitimidad y alternativas que aún no generan suficiente credibilidad. ¿Qué tal si el Gobierno, siendo consistente con su pretendida ideología liberal, en lo inmediato al menos le da a la gente la opción de escoger, según le convenga, entre las alternativas que se ofrecen para aliviar el desastre actual?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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