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Borgen en clave chilena 1

Borgen en clave chilena

Parece paradójico que Netflix, a través de la serie «Borgen», nos brinde esperanzas de que sí es posible rescatar esa gran zona achurada, liberal y progresista, de convicciones demócratas, no orillada por los extremos políticos furiosos, que hable en modo de buenas políticas públicas más que en clave de izquierdas o derechas, desempolvando a Bobbio, que entienda que es importante no olvidar la historia para no perder el rumbo pero, al mismo tiempo, no caer en un cautiverio de pretéritas añoranzas que nos impidan generar propuestas para nuevas audiencias.


Creo no somos los únicos extasiados con la serie Borgen que Netflix descongeló en su plataforma.

Las oscilaciones en el poder de una joven política (Birgitte Nyborg), líder del partido de “Los Moderados”, que llega a ser Primera Ministra de Dinamarca y que debe batallar con los vericuetos del parlamentarismo danés y los intersticios de traiciones y lealtades propias de la política como en todas partes de mundo.

Alejada de la fantasía del thriller político clásico, Borgen entrega, con dosis importantes de realismo, la lección de que hacer política es “hacer que las cosas pasen”, más allá de las barreras propias y ajenas, más allá de los imposibles del sistema.

La serie nos muestra con crudeza que esos retornos de la vida pública tienen costos. Personales y familiares desde luego, pero también en la continua línea de las propias huestes de un partido o movimiento, donde la fuerza de lealtad o las convicciones no son indemnes a la traición o la agenda personal. Al final del día, la política universal siempre está amenazada por esas miserias.

Sin embargo, el mensaje de Borgen es más alentador que decepcionante, ya que nos transmite una narrativa de que en política se puede ser “moderado” sin ser “insípido”; tener nitidez en el mensaje sin cerrarse a articular diálogos opuestos; se puede sumar diferencias sin sacrificar núcleos esenciales. Nos enseña que siempre se premia construir espacios más allá de los polos que se descuelgan en los extremos.

Y no podemos dejar de pensar en Chile cuando vemos esto.

Parece paradójico que Netflix nos brinde esperanzas de que sí es posible rescatar esa gran zona achurada, liberal y progresista, de convicciones demócratas, no orillada por los extremos políticos furiosos, que hable en modo de buenas políticas públicas más que en clave de izquierdas o derechas, desempolvando a Bobbio, que entienda que es importante no olvidar la historia para no perder el rumbo pero, al mismo tiempo, no caer en un cautiverio de pretéritas añoranzas que nos impidan generar propuestas para nuevas audiencias.

Borgen es también un cálido silbido que nos recuerda cómo debemos entender las lógicas del poder en una escenificación donde la estética de las relaciones personales es tan rigurosa como lo discreto del mobiliario o armónico del vestuario del reparto.

Un poder ejercido desde la solidez de la convicción y al mismo tiempo con la sobriedad del planteamiento.

Una sobriedad que va desde la prescindencia alegórica de escoltas, autos y asesores hasta la espartana forma de convivir en el espacio privado sin caer en la exageración de una sencillez impostada.

Y es que Borgen nos presenta un concepto de elegancia no estridente, sino sereno. Que no tiene que ver con pertenencias o patrimonio, sino con actitudes.

Mención especial al rol de la mujer en la cosa pública. A la resiliente lucha por sus objetivos, a la dignidad en su defensa de fronteras familiares y filiales y al talento femenino para armonizar causas colectivas.

Una serie para verla una y otra vez ojalá en clave local. Porque aún en tiempos de intensidad nacional las mejores respuestas no pueden prescindir de la gran política.

Ni en Dinamarca, ni en Chile, ni en ninguna democracia del mundo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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