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El tango claroscuro de los varios rostros de Menem Opinión

El tango claroscuro de los varios rostros de Menem

Gilberto Aranda B.
Por : Gilberto Aranda B. Profesor titular Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile.
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Durante su primer período presidencial (1989-1995) Menem se dedicó a reducir el Estado y atomizar a los grupos internos del peronismo, aunque concentrado la toma de decisión pública, lo que inspiró el neologismo “democracia delegativa”. Durante toda esa década Menem fue un eximio intérprete de la “política pop”, con frecuentes guiños a la farándula, reemplazando gradualmente los balcones de los populistas clásicos por el foco de las cámaras y el plató del set de televisión. Junto con Fernando Collor de Mello y Alberto Fujimori constituyeron el triunvirato del neopopulismo del fin de siglo


Dicen que cada generación hace lecturas distintas de las circunstancias que les toca vivir o su pasado inmediato. Poca veces esto ha sido más cierto que en la opinión popular argentina acerca del fallecido político Carlos Saúl Menem. Pasó de ser el salvador (con Domingo Cavallo) de la gran crisis estatal (fiscal y de autoridad) y económica (recesión más inflación) de fines de los ochenta en Argentina —por lo cual adelantó en cinco meses el  traspaso de mando con el Presidente Alfonsín— a ser uno de los políticos símbolo del “que se vayan todos” de la Argentina del estallido social de diciembre de 2001. La bronca transandina contra las elites los alcanzaba a todos, especialmente al mandatario que gobernó su país entre 1989 y 1999, apuntado como el gran responsable de otra debacle nacional.

A Menem se le suele caratular como el ícono del neoliberalismo predatorio de fines del siglo XX, lo que, a pesar de ser cierto, requiere ser examinado con mayor detalle a fin de comprender el tipo político híbrido de este controvertido personaje. Desde luego comenzando por destacar que al pertenecer al pluriverso peronista no es fácil ubicarlo en el esquema de “derecha-izquierda” (heredado de la revolución francesa) dado que reduce el análisis a una diada parcialmente explicativa y claramente insuficiente. El peronismo es la identidad política más pregnante de los últimos 75 años en Argentina y no se puede entender sin aludir a su “doble opuesto”: el antiperonismo. La que el periodista Lanata denominó “la grieta” al fondo también es la fractura simbólica entre peronistas y antiperonistas. En el ciclo largo el justicialismo ha representado el arraigo de lo popular —o “zonas bajas” (según Ostiguy 1977)— frente a lo refinado, la prioridad nacional respecto a lo cosmopolita y sobre todo el alineamiento con el Tercer Mundo antes que la subordinación a las potencias hegemónicas. Y si desde estas definiciones el peronismo “tiene mil rostros” (Grimson, 2019), Menem es uno de ellos. Pero aún más, él mismo tuvo más de una cara.

Desde luego el hecho crucial para la vida política del joven provinciano del interior —nacido en La Rioja y con estudios superiores en Córdoba— fue haber conocido en 1951, a sus veintiún años, al general Juan Domingo Perón durante una gira deportiva a Buenos Aires. Quedaría ligado de por vida a su movimiento. Después del golpe de Estado que derrocó a Perón e impuso “la Revolución Libertadora” en 1955, Menem defendió en tribunales a los presos políticos peronistas, hasta que él mismo fue detenido en 1957. Con dichas credenciales se lanzó a la carrera política en 1962 siendo elegido diputado provincial. Durante la década siguiente fue el caudillo indiscutible en La Rioja, de la que fue electo gobernador en 1973. En esa época comenzó su romance con los medios de comunicación, particularmente la televisión local, que explotaría hasta la saciedad en su etapa presidencial. Sin embargo, antes, con el golpe del 24 de marzo de 1976 que estableció a sangre y fuego el “proceso de reorganización nacional”, Menem deambuló en centros de detención durante varios años.

El regreso al  régimen civil encontró a Menem liderando la renovación de la dirigencia nacional peronista para responder a la pregunta ¿será posible un peronismo sin Perón?, dada la fallida carrera presidencial del Ítalo Luder el 83. Cinco años más tarde, Menem ya era un reconocido líder que desde el conurbano porteño agitaba a los segmentos más precarios del Gran Buenos Aires. Su estilo patilludo y directo lo hacía conectar bien con los medios de comunicación de la época, aunque su mayor logro fue disciplinar a su partido tras de sí. Al recibir el bastón de mando en el traspaso presidencial del 89, espetó un bíblico “Argentina levántate y anda”, al cual sumó el spot televisivo en que invitaba a trabajar arremangándose la camisa de cuello y corbata.

La escenificación populista fue complementada por la articulación de las alas conservadoras y liberales del movimiento peronista (Novaro, 1994). Eran los cimientos de la implementación del ajuste estructural de la economía argentina conforme al dictado del neoliberal “consenso de Washington”. Una avalancha de privatizaciones de empresas públicas acaeció al mismo tiempo que el tradicional proteccionismo argentino era desmantelado. El viejo Estado ampliado fue reemplazado por un aparato estatal recortado, justificándolo en “una gestión eficaz”. Su ministro Cavallo ideó la paridad dólar-peso, abriendo un paréntesis de bonanza económica, aunque poco más de un lustro más tarde sería sólo un espejismo. 

Por si fuera poco, Menem autorizó el envío de dos corbetas y 500 efectivos de la Armada a la Guerra del Golfo Pérsico de 1991, bajo el rimbombante nombre de “operativo Alfil”, testimonio de la alianza con Estados Unidos en un país de lema anticipayo. Era el estreno de la política exterior del “realismo periférico” (Escude, 1992) rebautizada por la prensa como “las relaciones carnales con Estados Unidos”. Los atentados terroristas a la embajada de Israel en Buenos Aires hacia 1992 y a la Asociación Mutual Israelita Argentina en 1994 fueron parte de la respuesta a dicho giro, aunque también significó que Bill Clinton reconociera a Buenos Aires como aliado principal Extra OTAN en 1998. 

Durante su primer período presidencial (1989-1995), Menem se dedicó a reducir el Estado y atomizar a los grupos internos del peronismo, aunque concentrando la toma de decisión pública, lo que inspiró el neologismo “democracia delegativa” (1994, O’Donell).  La reforma a la Constitución en 1994 se hizo efectiva en el Pacto de Olivos con su antagonista político, el líder de la Unión Cívica Radical y expresidente Alfonsín, facilitando el camino a la reelección del menemismo en 1995. Su fama de ser un político de consensos creció al tiempo que buscó acuerdos fronterizos con Chile. Sin embargo ya el 95 apareció el primer nubarrón fiscal después que la economía mayor del Mercosur decretara la depreciación del real, cuadro agravado por la crisis asiática del 98 que hirió al modelo de convertibilidad. 

Durante toda esa década, Menem fue un eximio intérprete de la “política pop”, con frecuentes guiños a la farándula, reemplazando gradualmente los balcones de los populistas clásicos por el foco de las cámaras y el plató del set de televisión. Junto con Fernando Collor de Mello y Alberto Fujimori constituyeron el triunvirato del neopopulismo del fin de siglo, aunque Menem difícilmente puede considerarse un afuerino de la política tradicional como los otros dos. Y paradójicamente aunque la ola rosada que alcanzó el poder en el cambio de centuria estaba en las antípodas de ese tipo de gobierno, algunos líderes de la corriente del socialismo del siglo XXI —Chávez particularmente— tomaron nota del estilo “neo” para ensayar su propia versión: el baño de masas del líder alternado por el manejo del ambiente mediático, la especial atención a los trabajadores informales sobre los sindicatos, más la híperconcentración de poder.

En el 2003, Menem intentó otra aventura política al disputarle la primera vuelta presidencial al entonces delfín de Duhalde, Néstor Kirchner, y aunque logró la primera mayoría no concurrió al balotaje. El levantamiento de diciembre de 2001 había expuesto el profundo malestar social contra las elites políticas y Menem era para muchos un mal nombre político. El viejo líder comprendió que para sobrevivir políticamente debía renunciar al liderazgo nacional. En sus últimos años se reinventó en sus raíces de La Rioja a la que representó en el Senado de la República desde el 2005, con un fallido intento de acceder a la Gobernación Provincial en el 2007, sin olvidar el enfrentamiento de varias causas judiciales por denuncias de corrupción (que comenzaron a fines de su primera administración). Y, aunque antagonizó con el Kirchnerismo, en ocasiones votó a favor de sus detractores en ciertos proyectos de ley. En el 2019 formó parte de la reunificada familia peronista de Alberto Fernández. Otra de las caras de un hombre con más de un rostro político.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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