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El arte y la estética preceden a lo social y lo político CULTURA|OPINIÓN

El arte y la estética preceden a lo social y lo político

Samuel Toro
Por : Samuel Toro Licenciado en Arte. Doctor en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, UV.
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Lo interesante sobre nuestro principio estético vinculado al arte, es que este sería primero, por ende anterior, y “motor” de todo conocimiento, acto social y principios políticos. En este sentido, nuestra búsqueda de inicio no son las cosas del mundo, los logros en o a través de él, sino el principio de lo desconocido. Cito el texto del artista Barnett Newman, The First Man Was an Artist, de  1947: “El mito llegó antes de la caza. El propósito del primer discurso del hombre fue un discurso a lo incognoscible. Su comportamiento tuvo su origen en su naturaleza artística”. También menciona, al comienzo del mismo texto, “Lo humano en el lenguaje es literatura, no comunicación”, donde el primer discurso no fue una solicitud de algo, sino un grito de poder y debilidad a la vez. En este sentido, el primer discurso es ligado a lo poético antes que a lo utilitario, “ La mano del hombre trazó el palo a través del barro para hacer una línea antes de aprender a lanzar el palo como una jabalina”.


Existe una interesante reflexión (que lamentablemente se da muy poco) en torno a lo social y su relación con lo estético. Me explico: la preocupación y ocupación de importancia que se da desde hace, al menos, 200 años (en occidente) con respecto a los análisis de lo social y su puesta a prueba en lo “real”, en general se han basado en las relaciones de nuestro mundo -y sus urgencias- con medidas de cálculo sobre el acontecer de los fenómenos y las situaciones que acontecen en el mundo y en los diferentes territorios y contextos que particularizan lo cultural y social. En la política que se ha dado, desde ese tiempo, y la gran mayoría de los estudios sociales, no es relevante la pregunta -y su posible aplicación- de lo estético y su incidencia en todo el pensamiento y el accionar en el mundo.

El principio de este tema es inspirado a partir del interesante seminario que se encuentra realizando el doctor Iván Trujillo organizado por el Doctorado en Estudios Interdisciplinarios y el Departamento de Filosofía de la Universidad de Valparaíso. A pesar de que, a partir de autores como Lyotard, Nancy y las “discusiones” que establecen, principalmente, con Kant y Hegel sobre lo sublime,  la violencia de la imaginación, la crisis ontológica de lo estético y la muerte o término del arte, lo cierto es que en esta columna me centraré en las posturas de uno de los autores que se ha tratado tangencialmente en el seminario: Barnett Newman. Este artista -de mediados del siglo XX- plantea lo sublime como parte del principio de lo estético, mencionando que el principio de lo que entendemos como arte es consustancial a nuestra “naturaleza”, o a nuestra especie.

Lo interesante de esto es sobre nuestro principio estético vinculado al arte, el cual sería primero, por ende anterior, y “motor” de todo conocimiento, acto social y principios políticos. En este sentido, nuestra búsqueda de inicio no son las cosas del mundo, los logros en o a través de él, sino el principio de lo desconocido. Cito de su texto «The First Man Was an Artist,» de  1947: “El mito llegó antes de la caza. El propósito del primer discurso del hombre fue un discurso a lo incognoscible. Su comportamiento tuvo su origen en su naturaleza artística”. También menciona, al comienzo del mismo texto, “Lo humano en el lenguaje es literatura, no comunicación”, donde el primer discurso no fue una solicitud de algo, sino un grito de poder y debilidad a la vez. En este sentido, el primer discurso es ligado a lo poético antes que a lo utilitario, “ La mano del hombre trazó el palo a través del barro para hacer una línea antes de aprender a lanzar el palo como una jabalina”.

Contrario a la antropología clásica, Newman nos dice que el intento de moldear lo incognoscible, o sea dios, es anterior a las construcciones cerámicas, pues esta última ya es producto de la civilización, en cambio el acto artístico, que derivaría en lo estético, es el inicio, por lo tanto el principio de lo que somos y que, por naturaleza, buscamos, nos demos cuenta o no en nuestro tiempo. Cuando menciono lo último, sobre el darnos cuenta o no del principio “motor” de nuestros actos -que sería la búsqueda estética de lo desconocido- me refiero a nuestra relación con las urgencias vitales y sociales: las ocupaciones y preocupaciones sobre el alimentarse, por ende valorizar el trabajo, las búsquedas de la justicia y bienestar común, por ende valorizar la política, la búsqueda del experimento y exploración del cosmos, por ende valorizar el conocimiento.

En estas importantes búsquedas que nos aquejan habríamos perdido nuestro propio sentido de la “búsqueda de las cosas”, “atrapados” por las necesidades, la exploración y combinaciones técnicas de las cosas, y la identificación con estas cosas apoyadas en el trabajo día a día que nos hace configurar una identidad que sentimos, obviamente, como propia, es decir, en términos psicoanalíticos, construimos un “Yo” y movilizamos nuestro cuerpo en la vida afirmados en él. Creamos una narrativa de nosotros mismos a partir de lo conocido y creemos aprender “lo nuevo”, lo cual, también, se constituye a partir de la multiplicidad de combinaciones de lo conocido. Incluso las posturas posestructuralistas (o quizá de lleno posmodernas) en el intento de “develamiento” de los símbolos y signos a través del lenguaje como forma de encontrar algún tipo de revelación de la verdad, olvidan, o descartan, lo poético, aun cuando esto sea “manifestado” a través del uso técnico del lenguaje, pero siendo su principio (y aquí la aporía a la vez) la desvinculación con el aprendizaje lingüístico, y en el caso de otras manifestaciones artísticas, la desvinculación con la técnica (tekné) reconocible, para, a través de ella, intentar esbozar lo impresentable, lo inenarrable.

Esta perspectiva de intentar encontrarse y vivir en el mundo no es algo fácil obviamente, pues despojarse de las seguridades de lo reconocible genera temor, e incluso terror a perder lo “propio”; las propiedades de la identidad que sustentan las bases que alejan el riesgo de la desaparición y la nada. 

Con estas posiciones sobre la invitación a lo desconocido no estoy descartando, obviamente, la importancia de tener que trabajar para sobrevivir, o vivir políticamente para ejercer cambios sociales. Lo que planteo es que la identificación con el trabajo y lo político (también el conocimiento) es lo que nos ha tocado como necesidad (y muchas veces urgente). La desventura del mundo, en este sentido, sería que al identificarnos con ello se pierde, gradualmente, ese principio primero y “natural” que menciona Newman. Tal vez, de acuerdo a un aterrizaje histórico y coyuntural, el hecho de considerar, al menos, esto como un ejercicio, podría ser una potente herramienta de cierto reparto sensible en la construcción de nuevos pactos de convivencia, nuevas reglas de valorización y nuevas perspectivas de enfoque de la importancia del descubrimiento de posibles nuevas realidades que puedan ser llevadas a la práctica. Si bien no es el logro completo del principio estético que he planteado, al menos despertaría nuestro potencial creativo hacia todas las actividades de la vida que nos competan y/o que estemos obligados. Puede ser un buen momento para fortalecer, desde lo educativo, las disciplinas ya existentes que intentan esto: la filosofía, la ciencia experimental y el arte. 

 

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