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Patricio Gross, arquitecto: “¡Pongan +65 y saquen esos letreros de un viejo encorvado con bastón!” PAÍS

Patricio Gross, arquitecto: “¡Pongan +65 y saquen esos letreros de un viejo encorvado con bastón!”


No puede ser que en la zona de estacionamientos para la tercera edad se nos represente con la figura de un viejo encorvado con bastón. Por qué. Si el 75 por ciento de las personas mayores somos autovalentes, capaces, muchas trabajamos, y somos el 20 por ciento de la población, más que los de 15 años. Me provoca indignación esa señalética –alega el arquitecto Patricio Gross (83). 

Correcto y caballeroso como es, reconoce que esta legítima furia se la compartió su amigo Pablo Dittborn, que no es originalmente suya, pero él la convirtió en parte de una causa desde que, junto con la jubilación obligatoria en la Universidad Católica, percibió de manera directa las diversas discriminaciones que padecen las personas mayores en Chile. 

–Es absurdo que la gente tenga que irse para la casa a los 60 años en el caso de las mujeres y a los 65 en el de los hombres. Es un símbolo de cómo la sociedad tira al desván a gente plena de capacidad y talento. Lo del edadismo, la discriminación por edad, es una realidad en Chile, sobre todo con la tercera y la cuarta edad. Cómo puede estar legalizado que te condenen al aburrimiento, al encierro, a ver televisión o acompañar a la señora al Líder pasada cierta edad. Yo tengo varios amigos a los que les pasó eso: jubilaron y el mundo se les redujo a esas actividades. 

Patricio dice que él se siente (“Y hay muchos que sienten lo mismo que yo”) valente, activo en lo cognitivo y en lo físico (“Aunque ahí puede haber algunas fallas más notorias”), y que la edad no lo inhabilita para ser persona y parte activa de la sociedad. “Pero hoy existe eso que se llama edadismo, que es el desprecio por una cierta edad. Por la vejez, en este caso, que es considerada una especie de estado terminal, como sin vuelta, en que lo único que queda es conformarse y dar vuelta la página”.

A él, aunque lo despidieron de la Católica por edad, al poco tiempo, recibió ofertas de otras universidades, así es que no se queja… tanto.

“Hay gente notable, como el doctor Croxatto o como Luis Gastón Soublette, hombre atractivo y muy compinche, a los que la Universidad Católica conserva, pero lo normal es que a los 65 te saquen para afuera. Hoy, en algunas entidades, se valora mucho el que tengas doctorado. En mi época, eso no se exigía, salvo en algunas universidades estadounidenses. Acá no era necesario tener ese título de nobleza, yo fui director de doctorado sin tener doctorado. Pero eso actualmente hace una discriminación fuerte y dolorosa, porque desconoce méritos demostrados durante tantos años. Ese es un desperdicio de experiencia, sabiduría, y, además, es una falta de respeto, y hay gente que por esa actitud de la sociedad, tira la esponja, se deja estar, no hace más cosas y se resigna a vivir en el desván”, sostiene, con su voz firme y educada. 

Existen trabajos, eso sí, donde lo único que la gente quiere es retirarse, porque la norma de la jubilación es pareja, pero los trabajos no lo son.  Hay gente que ya no quiere más trabajo.

-Por supuesto, lo que estamos pidiendo es que no haya discriminación por edad. Pero si tengo 80 años y el trabajo que hago es cargar sacos de 80 kilos, evidentemente lo obvio es que no debo ni puedo seguir trabajando en eso. Es similar a cuando le piden experiencia a un joven. Lo que nos interesa y estamos tratando de llevar al proceso constituyente es que laboralmente no puede haber discriminación por edad, las otras son discriminaciones lógicas naturales, como los ejemplos que puse, no, pero la discriminación sólo por los años no puede ser. Las personas mayores, como me gusta decir, deben tener todos los derechos, igual que los demás.

Patricio Gross fue dos veces presidente del Colegio de Arquitectos, tiene muchos amigos y redes –no en vano, la canción que eligió para resumir su vida en el programa “Piensa en Grandes” es “Un millón de amigos”, de Roberto Carlos–, y sigue lleno de pega, aunque no siempre remunerada. Una de estas últimas es la organización de un grupo que, como nos cuenta, busca incidir sobre los flamantes constituyentes para que en Chile “no se discrimine por edad”. 

-¿Qué es lo peor de ser mayor? 

Lo peor es la compasión. No es que sea mala la compasión, lo malo es cuando se limita a eso. Yo  distingo la preocupación existencial básica de la social y política. Creo que en el país hay muchas iniciativas loables orientadas a los adultos mayores, pero suelen ser desde el asistencialismo, no desde lo político, desde lo estructural. Se ayuda a las personas vulnerables, lo que es muy necesario, pero no se piensa en los mayores que estamos vigentes y tenemos mucho que aportar. Todas estas reflexiones se me fueron juntando y decidí organizar un grupo para incidir en lo político. 

El arquitecto partió por sus amigos, su grupo de siempre, sus condiscípulos del Colegio Alemán. Explica: “Armé un grupo con mis ex compañeros, con los que teníamos habitualmente un almuerzo mensual desde que egresamos, en 1955. Después armé un chat, pero no fue muy exitoso; algunos no estaban dispuestos a filosofar sobre estos temas y prefieren compartir cuentos, leseras, cadenas. Finalmente, logré que dos o tres personas me acompañaran en esta idea. Gente como Mario Letelier, ingeniero de la USACH, y Jorge Rencoret, ingeniero, y Gonzalo Grebe. Ellos han sido de inestimable ayuda en este grupo semilla que buscar reflexionar e incidir en la política para el adulto mayor”, cuenta, entusiasmado. 

Para el arquitecto, Senama; la Primera Dama, Cecilia Morel; Conecta Mayor, “que le regala celulares a las personas mayores en pobreza”, son iniciativas asistenciales importantes, pero muy distintas a las que él imagina. 

– ¿Qué es lo que quieres hacer, Patricio? 

–Lograr ser oídos, ser considerados, tener voz. Esto se me ocurrió pensando en los Consejos de Ancianos de sociedades antiguas, de culturas como la japonesa o, sin ir más lejos, de la pascuense, donde los mayores tienen una autoridad más bien moral, se les oye porque existen valores que preservar, participan de cuestiones trascendentes, importantes. Acá, en el fondo, la mirada sobre nosotros, las personas mayores es completamente asistencial. Y está bien, porque hay necesidades: pobreza, soledad, aislamiento, necesidad de capacitación, como la brecha digital, donde los viejos están pidiendo que alguien les enseñe a manejarse con la tecnología, y es necesario que así sea, pero yo hablo de un reconocimiento mucho más trascendente. De otro tipo de consideración. 

Monje benedictino

La pandemia no le afectó y se sabe afortunado. Tiene recursos, una casa cómoda en un barrio ideal de Santiago, donde se cumple aquello “de la ciudad de los 15 minutos, que inventaron los franceses, y es de lo que más se habla en términos urbanísticos y de calidad de vida en París por estos días”. 

–Explícanos…

–La frase es muy buena y pega: dice que una ciudad debe ofrecer a sus habitantes acceso a todos los servicios básicos a no más de 15 minutos caminando. Quizás sea muy exagerado, pero para la mayoría de los santiaguinos, en especial para los que viven en las comunas más alejadas del centro, eso es un sueño que parece imposible.  Las personas que deben andar dos horas en locomoción colectiva para llegar a su trabajo ni siquiera se imaginan algo así: que el consultorio, el hospital, el trabajo, la escuela, la farmacia, el supermercado, la biblioteca, todo, queden a un cuarto de hora a pie, es desarrollo, pero sabemos que la nuestra es una ciudad muy desigual y segregada. Y no es inclusiva, tampoco. Hoy, un concepto muy en boga, es el de la accesibilidad total para las personas con discapacidad, para las personas mayores, para guaguas en coche. Tampoco está muy desarrollado en Chile, como tampoco lo está el cohousing, que es el que haya convivencia intergeneracional en los barrios y condominios, que jóvenes y mayores convivan y se ayuden mutuamente. 

-O sea, las ciudades chilenas son poco inclusivas con los mayores.

-Pocazo, pocazo inclusivas y muy desiguales. La desigualdad que existe dentro de las distintas ciudades del país es tremenda. No sólo para los adultos mayores, también para los niños, las mujeres, las personas con discapacidad. Por ejemplo, un adulto mayor echa mucho de menos bancos, al adulto mayor le molestan la gradas, ojalá hubiera más rampas, a un adulto mayor le preocupa que haya sombra, le preocupa que las veredas sean anchas para que no lo pasen a llevar, tener accesibilidad cercana a lugares de esparcimiento, como parques, o a los centros de abastecimiento de productos. Hay tanta necesidad insatisfecha.

Gross es un vecino activo y, ya dijimos, afortunado. Un día que hablamos estaba organizando vía el chat de su vecindario un almuerzo de despedida para una trabajadora de casa particular muy querida en el barrio, y le faltaban guitarras, para el número musical que estaban preparando. “Ahora estoy tapado de guitarras; me han mandado de todos lados”, nos contó, risueño. 

Cuenta que la pandemia le ha impedido ir a su casa en la playa. “Es medio limitante para mis actividades irme para allá, además, a esta edad, siempre está el miedo de que te pueda pasar algo: que te venga una pataleta, que te caigas en las escalinatas, que te quiebres y te tengan que sacar con helicóptero, como les ha pasado a varios amigos. Así es que no me he movido de mi casa en Las Condes y el encierro ha sido muy revelador para mí. Mi casa está llena de cosas, porque tengo que reconocer que soy muy cachivachero. Cuando partió todo, me dije: ´En un mes, arreglaré todo este desorden´. Pero lo que he hecho es leer y escribir mucho. Yo mantengo una secretaria, que me transcribe los apuntes y estoy con al menos tres libros en desarrollo”. 

El que nos parece más atractivo es la reedición del libro que cuenta la historia del Monasterio Benedictino de Las Condes, construido por los monjes arquitectos Martín Correa y Gabriel Guarda, con la participación de un joven y recién egresado arquitecto llamado Patricio Gross. “Ese libro se agotó y no existen ejemplares disponibles, así es que lo estoy reeditando, con fotografías y en color, en una versión mucho más lúcida que la primera, que era muy modesta. Nos hemos demorado más de lo pensado, porque la filantropía en Chile se ha puesto muy apretada y aún nos falta un millón de pesos para sacar el libro adelante, pero estamos casi, casi”. 

Cuesta imaginarse a este señor alto, canoso, buen mozo, de voz gruesa, en su primer gran encargo profesional, allá por los años 60, instalado en una celda de los monjes benedictinos, “trabajando con una regla T”, durante tres años, para sacar adelante lo que hoy está declarado Monumento Nacional y es reconocido como uno de los principales edificios de arquitectura moderna en Chile: el Monasterio de los Benedictinos, que es visita obligada para los amantes de la arquitectura y de arte.   

–Correa y Guarda eran 10 años mayores que yo y me invitaron a colaborar con ellos con la condición de que me fuera a vivir al monasterio. Viví tres años de lunes a viernes en una celda de monje… –recuerda.  

–¿Y no se te pegó el espíritu santo? 

–No, ya en esa época pololeaba con quien hoy sigue siendo mi mujer, Pilar Ossa, la madre de mis 5 hijos y la abuela de mis 17 nietos –responde el arquitecto, experto en patrimonio, que alega con elegancia y estilo por los derechos de las personas grandes. 

De lograr instalar el Consejo de Ancianos, nos imaginamos una de sus primeras medidas.

“Sacar la señalética del viejo encorvado con bastón y poner simplemente un signo más y el número 65. Así: +65”. 

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