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Provoste: un “cuadro” de la Concertación, con sus virtudes y defectos Opinión

Provoste: un “cuadro” de la Concertación, con sus virtudes y defectos

Hugo Herrera
Por : Hugo Herrera Abogado (Universidad de Valparaíso), doctor en filosofía (Universidad de Würzburg) y profesor titular en la Facultad de Derecho de la Universidad Diego Portales
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Yasna Provoste tiene un aire a Bachelet, estandarizadamente concertacionista. Su triunfo en las modestas primarias del fin de semana, fue el correlato de una carrera que ha venido siendo recorrida así, por las calzadas menos visibles del país. La disputa entre las tres candidaturas principales –Provoste, Sichel, Boric– puede ser entendida, entonces, como una disputa de las comprensiones. La medianía provinciana de Provoste –el último renuevo de la época de la Concertación– se enfrenta al racionalismo neoliberal de Sichel y a la izquierda académico-frenteamplista de Boric. La disputa claramente no está zanjada. Está por verse la capacidad de Provoste de plantear con nitidez un cauce, un proyecto nacional articulado y argumentativamente justificado.


Provoste tiene un aire a Bachelet, en la vestimenta, su retórica estandarizadamente concertacionista, mezclada con burocracia. Provoste es “cuadro” de la Concertación, con sus virtudes y defectos. Entre los segundos se cuenta a esta altura el desgaste de las décadas, la pérdida de la mística de los inicios, las cuentas no aclaradas con la corrupción. Entre las virtudes, sin embargo, constan la capacidad de trabajo en equipo, de convivencia de oficina y almuerzo de camaradería; la lealtad con un proyecto que la sobrepasa, casi como una visión cósmica; la idea de la República como una noción a la vez numinosa y ritualmente definida, un colectivo con el que hay que ser deferente; la cercanía mesocrática con la gente, el barrio de la vida y el paisaje.

En este caso, es el paisaje de una ciudad sin historia, cuya entidad está atada en modo decisivo al viento y la tierra. Nada ha ocurrido en Vallenar-Ballenar-Ballenary, salvo su fundación. Cierto, nada si se considera el asunto desde la gran historia de efemérides, reformas y batallas. Pero en los capítulos de la microhistoria, de la cotidianeidad de los barrios, del roce entre los vecinos y vecinas, los viejos de la plaza, los almaceneros, las tardes deportivas, las pandillas en las bicicletas, los olores de la calle de una ciudad provinciana, entonces el caserío al que Ambrosio O’Higgins convirtiese en villa es uno de los lugares fundamentales de la historia patria.

Algo similar, en algún sentido, puede decirse de Playa Ancha, donde Provoste cursó la universidad. Poco o nada ha pasado en términos de efemérides (aunque allí se encuentren probablemente dos de los sitios de mayor recuento de efemérides: el estadio y la Escuela Naval). Playa Ancha es, sin embargo, un enclave dentro de ese enclave intenso y doloroso en la geografía nacional que es Valparaíso. La punta donde el viento lo despeja casi todo, donde los horizontes se vuelven amplios con facilidad, en tantas esquinas, y la frescura del Pacífico impone una extraña conexión con los elementos.

Del paisaje y las instituciones laterales pero porfiadas de la República, viene Provoste. Su modesto triunfo en las primarias del fin de semana fue el correlato de una carrera que ha venido siendo recorrida así, por las calzadas menos visibles, por lo que hemos sido capaces de construir como país en sus ciudades menos conspicuas y en los cuadros medios de los partidos. Nada especialmente sobresaliente.

No estamos aquí con la muchachada de barrio alto, la juventud dorada y ocurrente de las universidades santiaguinas de excelencia, donde estudiar ya abre mundos porque simplemente se afianzan redes de contactos apalancadas en sede oligárquica. Las tramas que se podían conformar en la Concertación de la “5ª costa” y la Democracia Cristiana Universitaria de Valparaíso, no son el ambiente de donde surgió la Falange, el MAPU, el Movimiento Gremial o el Frente Amplio. Allá en el Puerto el asunto fue más modesto, menos glamoroso. Hay, sin embargo, algo que brinda el paisanismo, incluido el viento, el contacto plural de una diversidad cotidiana de clases, también con el vago de la esquina y los parroquianos del club social del cerro, el trato con el árbol viejo de la plaza semiabandonada, las edificaciones descuidadas y las urbanizaciones de mediados del siglo pasado, de ese país que se soñaba cultural y de clase media, dotado de una entidad más mística que elocuente, más profunda que brillante, más sobria también.

Probablemente aquí radique la principal fortaleza de Provoste. Su partido, la DC, no es el de los ochenta o noventa. Sus dirigentes están probablemente lejos de un Frei Montalva, un Aylwin, un Pérez Zujovic, un Tomic o un Leighton en sus momentos de esplendor. Sus juventudes serán poco más que algunos funcionarios dispersos. No se aprecia la raigambre firme en las universidades de excelencia. Las primarias de la UC-ex-Concertación fueron paupérrimas, por dejar de lado el expediente de disputas enconadas, aunque menores o muy menores, que las acompañaron. La ideología de la candidatura no alcanza el brillo de los desarrollistas de la Patria Joven, tampoco su masividad.

Sin embargo, Provoste es vástago de aquello que –no siempre con mucho cuidado– fueron dejando sobre el país décadas acumuladas de políticas públicas, no todas las cuales andaban tan descabelladas en su poder civilizatorio y articulador. Se aplomaban también, por factores inmemoriales, porque fueron matizadas y enriquecidas por el paisaje y también por la consciencia telúrica, sobresaliente de las clases gobernantes coloniales y proto-republicanas.

No es tan malo eso que, visto condescendientemente desde el barrio acomodado de Santiago, puede sonar a mediocridad, mediocridad impura, mestiza o mulata, mediocridad plebeya y provinciana. Es allí, en esa cercanía de pueblo y ciudad pequeña o media, en la cortesía del funcionario medio, en el aplanar veredas con olores a parque y jardín, en aquel contactarse con los elementos y la naturaleza irremediablemente mezclada de nuestras calles de pueblo y nuestros cuerpos, de las instituciones y ritos municipales, escolares, religiosos y bomberiles, que radica una de las fuentes de la salida a la crisis honda, epocal, del Bicentenario en la que nos hallamos.

La crisis que nos afecta es crisis hermenéutica o comprensiva. Es también, eminentemente, por distanciamiento de las élites y sus discursos respecto de la realidad del pueblo en su territorio: del pueblo abandonado de la abandonada región, cultural, social, sanitaria, económicamente preterida; del pueblo que se hacina en una capital nacional poluta, segregada, destructiva en sus agotadoras jornadas de transporte, lacerada por el narcotráfico y un urbanismo descuidado, la codicia de las inmobiliarias.

Décadas permeó al país un discurso economicista, el último de los “grandes relatos”, de las “planificaciones globales” del siglo XX; uno que, además de abstracto, es decisivamente inhumano, cuyas consecuencias las pagan día a día quienes deben trabajar bajo la vigilancia de los expertos en administración administradores de empresas y “maestros” en administraciones de empresas, esbirros inconscientes de balances y bonos. Ese es el pensamiento que todavía prevalece en la candidatura de la derecha. Y ni el posible blanqueamiento con el CEP y el IES, ni un documento presuntamente ideológico, logran todavía sacarle esa impronta economicista (remito a los artículos que publiqué recientemente en El Mostrador: “El IES, el CEP y Sichel” y “Friedman retocado”.

Al frente, en la candidatura del joven Boric, las cosas están también disputadas. No debe olvidarse que el frenteamplista va con el PC, con una Camila Vallejo que elogia al sanguinario Lenin, con un Jadue que quería someter la prensa a un consejo-mordaza. El Frente Amplio es un gran y elogiable esfuerzo por darle cauce institucional a un movimiento popular y universitario. Junto con su raigambre territorial y concreta, sin embargo, se halla todavía afectado por un discurso abstracto que pesa en su mochila (en la mochila de Jackson): el discurso de desplazamiento completo del mercado en áreas fundamentales de la vida social, idealmente en todas, y de una fe llamativa en la deliberación pública en asamblea, inconsciente respecto de los propios límites de la deliberación pública (remito al cap. V de mi libro Razón bruta revolucionaria (descargable AQUÍ). Boric ha dado pruebas de independencia y hasta coraje, se ha dispuesto en momentos relevantes a dejar de lado las abstracciones en aras de la viabilidad del país.

La disputa entre las tres candidaturas principales –Provoste, Sichel, Boric– puede ser entendida, entonces, también, como una disputa de las comprensiones. La medianía provinciana, el último renuevo de la época de la Concertación, se enfrenta al racionalismo neoliberal y a la izquierda académico-frenteamplista.

Todo eso en la época de la crisis, del desajuste más profundo en décadas, quizás en un siglo, entre la situación del pueblo en su territorio y las élites y sus discursos; entre las honduras de lo pulsional popular y telúrico, y el intento por brindarle expresión racional. La disputa claramente no está zanjada. Pues, por un lado, en las candidaturas de Boric y Sichel, junto al doctrinarismo –respectivamente moralizante y economicista–, podrían adquirir fuerza actitudes hermenéuticas más atentas a lo concreto; por otro lado, está por verse la capacidad de Provoste de, además de llamados de sentido común a la honda sencillez, plantear con nitidez un cauce, un proyecto nacional articulado y argumentativamente justificado.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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