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La Prospectiva, una disciplina para reducir la incertidumbre y consensuar un futuro Opinión

La Prospectiva, una disciplina para reducir la incertidumbre y consensuar un futuro

Héctor Casanueva
Por : Héctor Casanueva Profesor e Investigador del IELAT, Universidad de Alcalá. Ex embajador de Chile en Ginebra ante la OMC y organismos económicos multilaterales y en Montevideo ante la ALADI y el MERCOSUR.
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En el mundo, a raíz de las crisis y la incertidumbre, se ha vuelto a poner en valor la Prospectiva, tanto en los ámbitos académicos y think tanks como en los niveles de decisión política. Así ocurre actualmente en gobiernos y parlamentos de países de diferentes regiones, por ejemplo, en Finlandia, Francia, España, Grecia, Colombia, Costa Rica, Argentina, Uruguay, Canadá, Singapur, Reino Unido. También en la Unión Europea –tanto en la Comisión como en el Parlamento Europeo–, la OCDE, la OMS, la ONU y otras agencias. Se crean unidades de Prospectiva que buscan orientar y apoyar las políticas públicas y la preservación de bienes públicos, con una responsabilidad intergeneracional, mediante la anticipación a las crisis y amenazas, por una parte, y la generación de escenarios posibles para construir el futuro.


“Nuestros padres vivieron con miedo al pasado, y nuestros hijos viven con miedo al futuro”, es un comentario de gran profundidad que escuché en una conferencia magistral sobre Europa en la Universidad de Alcalá. Es la incertidumbre respecto del pasado y del futuro. El miedo al pasado se instala socialmente y en las conciencias de quienes han vivido experiencias colectivas traumáticas, como la guerra y las dictaduras. Es lo que ocurrió con toda una generación en España por largos años después de la Guerra Civil y la dictadura de Franco. Igualmente, después de la Segunda Guerra Mundial en toda Europa, en Japón, en la comunidad judía y otros colectivos, o en Estados Unidos después de Corea y Vietnam. Lo mismo con las generaciones presas del estalinismo y el comunismo soviético, de la Revolución Cultural china, y en el caso de América Latina, después de las dictaduras del Cono Sur y la guerra civil centroamericana.

Las generaciones que han vivido esos traumas sociales directamente, o lo saben por sus padres o abuelos, buscan atenuar las consecuencias de tales experiencias y eliminar la posibilidad de su repetición. Temen que el pasado regrese. Por eso la reconstrucción y el retorno a una normalidad son procesos políticos, morales, pedagógicos, sociales, económicos muy complejos, llenos de temores a los pasos en falso, a los fantasmas y esqueletos en los armarios, hasta lograr una estabilidad mientras el tiempo también haga su parte.

El mundo construido después de las dos guerras mundiales se hizo sobre la base de consensos básicos en Derechos Humanos, multilateralismo económico, acomodos geopolíticos globales, una terrible doctrina derivada de la amenaza nuclear: la destrucción mutua asegurada que suponía un equilibrio del terror, y mucho polvo bajo la alfombra. Así se logró en muchas partes, tanto a escala global como en regiones –por ejemplo, en la Unión Europea– y en países determinados, como Chile o Sudáfrica, una estabilidad política y económica para avanzar en la protección de las personas y en el desarrollo, se crearon instituciones y se llegó a acuerdos de cooperación y una convivencia que han dado frutos, aunque no con el alcance y sostenibilidad necesarios.

El temor al pasado condicionó el presente y todos entramos en esa lógica, por convicción o por acomodo inevitable, y sin estar completamente conformes.

Luego de unas décadas emergieron, ya en pleno siglo XXI, a pesar de evidentes avances, las antiguas y nuevas desigualdades, causas adicionales que originan masivas migraciones, el cambio climático, el desempleo estructural, las reivindicaciones culturales y étnicas, la falta de oportunidades para los jóvenes, en el marco de un modelo político y económico y un multilateralismo que ya no responde a los desafíos globales, ni a una veloz transición ecológica, digital y energética, con nuevas amenazas estratégicas y existenciales. Las nuevas generaciones que crecen sin los traumas del pasado, viven en este nuevo entorno, que genera mucha incertidumbre. No temen al pasado sino al futuro, porque el futuro ya no es lo que era. El futuro es a lo menos incierto, debido a la revolución tecnológica y sus efectos económicos, sociales y de seguridad, la amenaza ambiental, la zoonosis, el resurgimiento de la amenaza nuclear y la guerra, el desbordamiento de la Inteligencia Artificial y su invasión a la privacidad y a los neuroderechos.

El temor al futuro condiciona nuestro presente. El miedo al futuro es como el miedo a la libertad, que lleva a enraizarse en el presente inmediato, sin ánimo de arriesgar y construir hacia adelante, con mucha impaciencia y demandas por satisfacer, para las cuales sin embargo no hay una disposición colectiva a abordarlas.

El temor al futuro no parece ser suficiente como para generar los consensos básicos que permitan construirlo, a diferencia del temor al pasado del que ya no nos acordamos. Hay dos efectos, además: en el caso de los países desarrollados, la disminución de la natalidad, o sea, un futuro sin jóvenes. Y en el caso de los países pobres, que crecen demográficamente, generaciones de jóvenes sin futuro.

Para salir de esa trampa del temor y la inacción, y generar escenarios convocantes, la Prospectiva es una disciplina y un conjunto de metodologías, un instrumento, para reducir la incertidumbre y el temor al futuro. Un sistema comprehensivo para estudiar y evaluar las tendencias de manera interdisciplinaria, y crear escenarios futuros entre lo posible, lo inevitable y lo deseable, para anticiparse a las crisis y construir un modelo de desarrollo que anime a la acción y estimule a las nuevas generaciones.

En el mundo, a raíz de las crisis y la incertidumbre, se ha vuelto a poner en valor la Prospectiva, tanto en los ámbitos académicos y think tanks como en los niveles de decisión política. Así ocurre actualmente en gobiernos y parlamentos de países de diferentes regiones, por ejemplo, en Finlandia, Francia, España, Grecia, Colombia, Costa Rica, Argentina, Uruguay, Canadá, Singapur, Reino Unido. También en la Unión Europea –tanto en la Comisión como en el Parlamento Europeo–, la OCDE, la OMS, la ONU y otras agencias. Se crean unidades de Prospectiva que buscan orientar y apoyar las políticas públicas y la preservación de bienes públicos, con una responsabilidad intergeneracional, mediante la anticipación a las crisis y amenazas, por una parte, y la generación de escenarios posibles para construir el futuro. El Consejo Chileno de Prospectiva y Estrategia ha estado trabajando y proponiendo decisiones en este sentido desde su creación en 2014, en diferentes instancias, con ideas concretas, eventos y publicaciones, lo mismo que ha impulsado en el país desde 2007 el grupo de académicos y prospectivistas nucleados en el Nodo Chile del think tank global The Millennium Project.

Recientemente hemos conocido dos buenas noticias en esta dirección, que convergen con iniciativas en marcha en grupos de estudio de alcance nacional y en regiones del país. Una, la presentación de la “Estrategia Nacional de Ciencia y Tecnología, Conocimiento e Innovación para el desarrollo de Chile”, que tiene por finalidad anticiparse a los temas que marcarán al mundo en el largo plazo y para los que Chile debe prepararse desde hoy. Y la otra, es la constitución de la Mesa Temática de Prospectiva de la Comisión de Desafíos del Futuro, del Senado de Chile, que tendrá por misión proponer al Parlamento y al Ejecutivo una institucionalidad de la Prospectiva Estratégica para la gobernanza anticipatoria para Chile.

Es una línea de trabajo que hay que apoyar y sostener. El corto plazo no debe anular la visión de largo plazo, la mirada estratégica y la anticipación. Más bien al contrario, el presente se debe construir desde el futuro.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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