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Escritor chileno ganador del premio Alfaguara: «veo en Chile una ansiedad muy neoliberal» CULTURA

Escritor chileno ganador del premio Alfaguara: «veo en Chile una ansiedad muy neoliberal»

Marco Fajardo
Por : Marco Fajardo Periodista de ciencia, cultura y medio ambiente de El Mostrador
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Cristian Alarcón (La Unión, 1970), hijo del exilio que ha vivido la mayor parte de su vida en Argentina, se impuso en la versión 2022 por la novela «El tercer paraíso», que presentará en Chile el 13 de octubre. En esta entrevista habla del libro, de su infancia en el sur de Chile, de cómo vino unos días a descansar en 2019 y lo pilló el estallido y también de cómo ve el gobierno de Gabriel Boric. «Evidentemente algo de desconfianza se ha instalado producto de una enorme ansiedad que yo percibo, incluso entre quienes lo pueden haber votado, tanto a Boric como el Apruebo y la Convención. Creo que esa ansiedad es una herencia neoliberal, una herencia de un modo de vivir aquí y ahora con demandas a ser satisfechas en tiempos extraordinarios, como si se tratase de pedirle un crédito al banco para comprarte un carro nuevo, un televisor más grande, para pagar una deuda que ya tenías y refinanciarla. En esa matriz de una vida financiada y refinanciada es muy difícil aterrizar y tener expectativas reales. Quizás son desmesuradas», aventura. También habla del cambio cultural que debe haber en la sociedad más allá del gobierno de turno. «El desprecio profundo por la cultura flaite, el racismo, que no es solamente contra los mapuches, sino contra lo marrón, lo moreno, el machismo que prevalece, más allá de los discursos, la poca deconstrucción de los varones en el proceso de auge de los feminismos, todo eso, no solamente las acciones de un gobierno, conspiran contra la transformación», advierte. En cuanto la plebiscito, dice: «La perspectiva, sea la una o la otra, es la de un proceso que no se va a detener, más allá de lo que decidamos masivamente durante el 4 de septiembre».


Cristian Alarcón (La Unión, 1970) ganó el Premio Alfaguara de novela 2022 por la obra «El tercer paraíso». Aunque nació en Chile, ha desarrollado la mayor parte de su vida en Argentina, donde posee una destacada trayectoria como periodista.

Tras varios libros de no ficción, su más reciente novela lo ha lanzado al estrellato. La obra retoma la tradición latinoamericana de las sagas familiares con un vínculo indisoluble con Chile.

En esta entrevista, cuenta a El Mostrador cómo recibió el galardón, su vínculo con Chile y también su particular visión sobre el proceso que atraviesa nuestro país. A pocos días de lanzar revista Anfibia.cl, la versión chilenísima de la que dirige hace diez años en Argentina, dice que al fin ha vuelto (y esperanzado) a su patria.

El galardón

– ¿Cuáles han sido las repercusiones del premio?

– Es algo que uno no se puede imaginar, por más que se haya presentado con ganas de ganar. Primero que todo, yo no imaginaba que lo podría ganar, porque se trata de una novela que el propio jurado califica como híbrida, la crítica la está considerando como una novela que sale del canon de la tradición de la novela familiar latinoamericana. No es muy típica la estructura de esta novela, la escritura y la propuesta estética para un premio clásico como Alfaguara, de modo que fue una sorpresa.

Luego lo que sucede es que hay una especie de vorágine que se desata con la entrega del premio. Primero con la comunicación del premio, que fue muy intenso ese primer momento. Yo me refugié en el sur de Chile porque tenía unas vacaciones planificadas, me desconecté del mundo, con la familia, los amigos, los primos y las primas, en el paisaje de mi infancia.

Luego, a partir de la entrega del premio en una ceremonia en Madrid, el 24 de marzo, comienza una gira que recién termina en el mes de noviembre con la Feria del Libro de Guadalajara, por toda Hispanoamérica. Estuvimos en cuatro ciudades de España durante tres semanas, luego en Colombia en la Feria del Libro, y en el medio en Buenos Aires, que es donde más llegada tiene porque mis libros anteriores en Argentina son una especie de longsellers, se han vendido muchos, hay mucho lector y lectora, y luego vinieron México, Colombia dos veces, Lima, Montevideo, Guatemala, Panamá, y otra vez Colombia. Al fin presentaré la novela en Chile el 13 de octubre. Me da mucha ansiedad, es la más importante de mis presentaciones.

Es muy fuerte para mí venir a Chile, siempre, en estas circunstancias, reflexionando sobre este territorio que tiene todo que ver con «El tercer paraíso». No solamente es el lugar en que transcurre esta historia inspirada en mis ancestros, sino que también es el lugar donde escribí la novela, donde produje sentido, rodeado de ese paisaje austral que a mí me sigue fascinando.

Carrera periodística

– Tu carrera ha sido más como periodista. ¿Cómo ha pesado el tema de la profesión al momento de escribir el libro?

– No ha pesado en el sentido que no ha sido una carga. Al contrario, lo que hice fue soltar amarras respecto al periodismo  y desvincularme de la idea de lo testimonial, de la comprobación de los datos, del respeto absoluto por lo real, no sólo porque reconstruí un paisaje que no existe. Ese pueblo de Daguipulli no es exactamente La Unión, sus calles no son sus calles, su cementerio no es su cementerio. Quizá lo más parecido pueda ser esa aldea campesina de otrora. La aldea campesina de hoy no tiene nada que ver. Antes la aldea campesina  estaba lejos del pueblo, ahora es todo una sola cosa, como ocurre con los alrededores de las ciudades que se juntan a la zona rural.

También es cierto que yo venía muy agotado del ejercicio del oficio de tantos años. Son treinta años de periodismo, y dos libros que llevaron dos investigaciones muy largas, tanto «Si me querés, quereme transa» como «Cuando me muera quiero que me toquen cumbia», con diez años de investigación, de poner el cuerpo en una investigación muy etnográfica, muy antropológica, muy cercana a los protagonistas con sus historias reales.

En este caso, yo abrí las puertas de la lengua materna, conecté con una memoria ancestral, pero me tomé todas las libertades que te puedas imaginar para recrear eso, para co crearlo, para darle nuevas dimensiones, para torcer la realidad construyendo un relato que va de lo contemporáneo al pasado de este jardinero, que intenta hacer crecer sus dalias en las afueras de Buenos Aires, al tiempo que se reconstruye la saga familiar de un campesinado proletario que culmina poco tiempo después del golpe de Pinochet. En ese procedimiento no hay nada de periodismo, y de verdad que fue doloroso, primero desprenderme dela seguridad, del confort que me producía un género que habitaba desde hacía demasiado tiempo.

Al principio una sensación abismal, de caer al vacío sin saber exactamente qué iba a pasar después de que prescindí de todos los detalles que podría haber incorporado en esta historia que tenían que ver con ese cruce de la cordillera en pleno invierno en pandemia, con los personajes que fueron apareciendo los cuatro meses que pasé en el sur el año pasado terminando la novela, y que era uno más fascinante que el otro, y ateniéndome a esta estructura de ficción, esta estructura de novela que fue la que finalmente gobernó la factura de este texto hasta el final.

Origen del libro

– ¿Tu hace tiempo querías escribir una novela? ¿Cuál fue el puntapié?

–  Cuando yo tenía veintipocos años yo entré en Página 12, que era un gran diario en ese momento, un diario de escritores, donde estaban desde Rodrigo Fresán y Juan Forn hasta Osvaldo Soriano y María Moreno. Yo no tenía ningún interés en ser periodista, yo cuando era un adolescente creía que el periodismo era un pasaje temporal, como en el viejo modelo, con el periodismo literario, el periodismo modernista de América Latina del siglo XIX, para poder hacer arte y vincularme de otro modo con la cultura de un modo mucho más lúdico y creativo.

Yo me acuerdo de mí mismo, sentado detrás de una computadora 286, de esas viejas, de las primeras que hubo, en la redacción de Página 12, escondido detrás de la pantalla como hacía Soriano en el diario La Opinión en los 70, que muchos cuentan que él se escondía detrás de la máquina de escribir porque en realidad estaba haciendo su novela. Yo estaba escribiendo una novelita juvenil, donde contaba mis primeros escarceos amorosos con varones, en esa ciudad misteriosa, fascinante, impúdica y provocadora que era Buenos Aires de los años 90. Después me atrapó el periodismo. Yo soy bastante fácil de convencer. Me fascinó mucho más que la literatura de ficción, y la abandoné, y nunca la pude recuperar (la novela), porque aquella computadora 286 no existe más, y eso fue simplemente como una práctica que habré hecho.

No imaginé a lo largo de estos 30 años que me iba a sentar a escribir una novela. Esto me tomó por asalto, y tuvo que ver con la noción que me dio mi acercamiento al arte en los últimos cuatro, cinco años, que comencé a experimentar con la performance. Es decir, con tomar los materiales de la realidad, cruzarlos con la música, con el teatro, con las luces, con el sonido, con el arte en general. Esa experiencia me marcó y me llevó a otro lugar. De pronto uno se siente con unos materiales nuevos, que atraviesan lo más sensible de lo propio, pero que empiezan a configurarse en el papel o la pantalla de la computadora con un estilo, con un tono que es mucho más poderoso que la idea de dar cuenta de lo real.

Yo supe que no quería entrevistar a ningún miembro de mi familia, supe que no quería entrevistar a mi madre, supe que no quería entrevistar a mi padre, que iría a los archivos que existían en el Centro Cultural La Unión. La Unión tiene uno de los archivos más profusos después del Archivo Nacional. Dicen que es el más grande digitalizado, porque fue un pueblo, una ciudad, llena de diarios, increíblemente pequeña, pero también llena de periódicos. Encontré algunas cosas allí, pero simplemente fue un modo de alimentar mi imaginación. Lo mismo que la resistencia a trabajar con el testimonio tenía que ver con no atenerme tampoco al compromiso que genera el diálogo con el otro, cuando uno va en busca de estas historias marginales, subalternas, de profundidad y sufrimiento. Yo no quería generar esa expectativa en los protagonistas que inspiran esta novela. Por lo tanto, si bien a algunos les pedí pequeños recuerdos que me regalaron, en la mayoría de los casos no hice una reconstrucción. Podríamos decir en realidad se trata de una deconstrucción de una historia familiar.

Chile y el libro

– En ese sentido, ¿cuánto podríamos decir hay de Chile en el libro?

– De Chile, absolutamente todo. Es un regreso pospuesto por más de cuarenta años. Es un modo sutil y respetuoso de volver a mis orígenes. Es una manera de comprometerme con el Chile actual. Circular como un escritor de ficción con una historia que desnuda las heridas abiertas, que no son exactamente las políticas conocidas del daño que produjo la dictadura, sino unas heridas mucho más masivas, que fueron más cotidianas entre la mayoría de las chilenas y chilenos de los sectores populares, que provienen de la más profunda violencia, que en algunos casos la han reproducido sobre sus seres queridos, amados, sin la conciencia del horror, con una naturalización preocupante de aquello que, si bien constituía una cultura, un modo de estar en la tierra, también producía daño, y lo ha producido, y sigue produciéndolo.

Entonces esa novela es ese regreso de modo que Chile está, aún cuando hablo de ese container, de un escritor relativamente moderno, sofisticado, gay, con un hijo, al que cría con mucho amor, y con  esta aventura botánica que decide emprender en su conexión extraordinaria con la naturaleza, aún en esas flores crecidas a dos mil quinientos kilómetros de Daguipulli, Chile está presente, porque en definitiva aquel jardín que construye ese personaje en las afueras de una capital, una megalópolis como Buenos Aires, son los mismos bulbos que sembró su ancestra (sic), son las mismas flores que crecieron en aquel cementerio y es la misma belleza que se buscaba en aquel espanto, ahora en el espanto de la pandemia, ante el aislamiento, ante la soledad, ante la idea de finitud, ante la conciencia de la muerte, ante la inminencia de una tragedia colectiva como la que vivimos toda la humanidad el año pasado.

Relación con Chile

– ¿Cuál ha sido tu vínculo con Chile? Porque saliste de Chile siendo un niño. Nunca volviste a vivir en Chile.

– No, pero me inventé muchas excusas para venir. Primero nuestros padres nos traían cada verano, y a veces en los inviernos y a veces en las primaveras, el 18 de septiembre. Mucha fiesta, mucha empanada, mucho vino, mucho cordero, mucho ñachi. Me acuerdo de niño, ese sabor, ¿no?, metálico, de la sangre del cordero, para comer, porque era parte del ritual alrededor de un cerezo, con el animal bramando, y después entregando la sangre en una fuente a la abuela o la mujer más grande de la casa que la mecía, buscando un pulso perfecto para permitir que cuajara la sangre, con el preparado de cilantro y cosas de la huerta y ají. El vino blanco que tomábamos, porque los niños también tomábamos un sorbo para el ñachi… fueron decenas de veces las que regresamos. En plena dictadura era un viaje duro, porque cada vez que veníamos en invierno había una cantidad de nieve… en ese tiempo la ruta era una ruta barrosa. Recuerdo paredes de nieve alrededor del auto, y choques, y se volvía todo muy oscuro, teníamos miedo que nos comiera el león, que llegara el puma en la noche.

Y después hubo años en que yo tuve que resolver esto a nivel personal y más sicoanalítico y dije, es imposible Chile para mí, porque para alguien que ya tempranamente se asumía bisexual y luego se asumía gay este país era difícil, era agresivo, y daba miedo, daba miedo. El tiempo pasó, Chile cambió, las nuevas generaciones trajeron nuevos aires, mataron a (Daniel) Zamudio (en 2012), se sancionó el crimen, socialmente, parcialmente, pero sí hubo una sanción relativa de esa violencia homofóbica. Emergieron los feminismos.

Estamos en esta modernidad tardía que nos ofrece nuevos escenarios y nuevas agendas, y yo me siento muy cómodo en este Chile. No tengo más miedo. He dejado de tener ese miedo y soy un esperanzado. No ha sido fácil, pero (el regreso) ha sido voluntario para un libro que nunca terminé sobre guerrilleros del MIR, vine 18 veces. Y también venía con esa excusa y después me daba cuenta, imaginate, yo venía en auto desde Buenos Aires. Cuando murió el abuelo salimos  de Buenos Aires un 25 de diciembre, hicimos en dos días el viaje, sin dudar, no compramos pasajes en avión. Por suerte los funerales son largos, los velorios duran tres días, así que llegamos horas antes del entierro. En un momento me di cuenta que yo estaba buscando todas las excusas posibles para regresar, y que no me atrevía a decírmelo, que con tanto sicoanálisis encima todavía me costaba asumir que había un pendiente.

Y Martín Caparrós lo dijo en la entrega del premio en Madrid, hizo una pregunta que en realidad fue una lectura, dijo que creía yo había pasado toda mi vida tratando de demostrar que yo era argentino para en realidad ocultar que todo lo que quería era ser chileno. Había escrito un libro de pibes chorros («Cuando me muera quiero que me toquen cumbia», 2003),  y un libro sobre narcos peruanos en Buenos Aires (“Si me querés, quereme transa», 2010) y otro libro de crónicas de viajes («Un mar de castillos peronistas», 2013), en la búsqueda de una identidad argentina, para ser visto como un igual, cuando en realidad el destino me iba a llevar inexorablemente a Chile. Hoy te diría que me siento un orgulloso híbrido binacional, pero también transnacional. Me siento mucho más trans que bi (risas).

También soy un poco colombiano, estuve casado, enamorado doce años de un colombiano y he tenido muchos novios colombianos, no sé por qué  me gustan tanto los colombianos. Quizás porque son demasiado lindos, interesantes, porque me enamoré del Carnaval de Barranquilla,  he estado en cinco carnavales. Creo que a Chile a esta altura ya vine como 54 veces en mi vida, y a Colombia 26. Por mi relación con la Fundación Gabriel García Márquez, fui alumno y luego maestro de la Fundación Gabo, y he tenido un vínculo de amistad profundo con algunos autores también.

México ha sido también otro lugar de cierta residencia, tengo un vínculo amoroso con alguien de allá hace ya 18 años, y he viajado dos o tres veces por año. Me he pasado la vida viajando por América Latina, y me siento profundamente latinoamericano, y eso me da un orgullo enorme, porque la novela es una novela chilena, pero te juro que también tiene sentido en las alturas de  las montañas de Medellín y tiene sentido en la sierra mexicana. Hay algo de este relato que sí, honra una tradición latinoamericana, de sagas familiares, que hablan de lo difícil y lo maravilloso que es habitar este continente pleno de desigualdades e injusticias.

El Estallido

– ¿Dónde estabas el 18 de octubre de 2019? ¿Cómo viviste la revuelta, el proceso constituyente y la elección de Gabriel Boric?

– Estaba en Santiago de Chile. Yo lo viví como un castigo en ese momento, porque no entendía nada. Yo soy whorkahólico y lucho contra eso. Tengo una manía por lo que hago, lo amo, me encanta lo que hago, y trabajo con un equipo de treinta personas, a estas alturas somos un montón en Cronos Lab, que es nuestro laboratorio de medios, y siempre he estado haciendo un libro. A esas alturas todavía creía que iba a terminar el libro de los guerrilleros. Entonces siempre he tenido trabajo demás, porque como es tan difícil este oficio nuestro de hacer libros,  uno lo hace en su tiempo libre, entonces trabaja el doble, es doble pega. Nadie te paga por ser un intelectual en América Latina, un creador, un artista, es muy difícil. Hay que vivir de algo. Yo he vivido del periodismo. Entonces estaba muy cansado. Yo me conozco bastante bien, he tenido picos de estrés en algunos momentos de mi vida, con lo cual yo conozco muy bien mi cuerpo, creo conocerlo, y soy muy obediente cuando me avisa que tengo que parar. Me había empezado un dolor de cabeza que registro muy sensiblemente, un clavo que me empieza a taladrar, y ese dolor no podía combatirlo.

Me dije, me voy a la playa, con mi amiga la Barbarita, mi amiga exiliada que vive acá, tiene una casa en el mar, allá en un pueblo hippie de la costa. Y entonces dije, Barbarita, voy para allá, pasa a buscarme al aeropuerto y nos vamos. Entonces llegué ese viernes y me dijo, uy, es que está muy difícil llegar. Yo esperé, me tomé una cerveza en el aeropuerto, tardó un montón. Cuando llegó, me dijo, «está la zorra, está la cagá».  Yo dije, ¿tanto así?, no puede ser. Demoramos horas en llegar a Providencia y nos fuimos a comer a un restorán francés muy majo, y cuando llegamos la gente tocaba un poco la olla en el semáforo, y cuando se ponía en rojo, la gente ocupaba la calle, y cuando se ponía en verde, dejaba que los autos pasaran. Yo dije, pero estos chilenos son el colmo, son ingleses, son suecos, son nórdicos. ¿Cómo se comportan a este nivel? Fuimos a cenar, conversamos, actualizamos nuestras vidas, salimos  y estaba toda la avenida Providencia llena de barricadas, de hogueras, los pacos repartían con los lanzaguas por todos lados, y todo había cambiado, en pocas horas.

Al día siguiente, tenía a mi socio y a todos mis editores diciéndome «qué bueno que estás en Chile, tenés que escribir». Yo les decía, por favor, yo vine a descansar (risas). Le dije a Bárbara, vamos igual a la playa, esto va a pasar, negándolo todo. Cuando cruzamos los peajes de la ruta a la playa estaban prendidos fuego. Ardían. Llegamos a la playa y lo único que pudimos hacer fue escuchar la radio, ver la televisión, seguir las redes sociales. Estuvimos esa noche, y a la mañana siguiente dijimos, es absurdo, volvamos a la ciudad, esto es así, ya no va a parar. Y ahí participé de esas manifestaciones, acompañando sobre todo a mis amigos de toda la vida, muy emocionado por lo que estaba pasando, así que me puse a trabajar y escribí una crónica que se llama «La revolución de los cabros», que salió en la revista Anfibia.  Me pasé todos los próximos días trabajando.

El gobierno de Boric

– ¿Cuáles son tus expectativas con el gobierno de Boric?

– Es muy difícil desde afuera tener una imagen, porque uno no sabe exactamente qué creer sobre las encuestas. Por las impresiones de los colegas que más respeto, no son todas creíbles, pero tampoco hacen una diferencia tan impresionante con la realidad. Evidentemente algo de desconfianza se ha instalado producto de una enorme ansiedad que yo percibo, incluso entre quienes lo pueden haber votado, tanto a Boric como el Apruebo y la Convención.

Creo que esa ansiedad es una herencia neoliberal, una herencia de un modo de vivir aquí y ahora con demandas a ser satisfechas en tiempos extraordinarios, como si se tratase de pedirle un crédito al banco para comprarte un carro nuevo, un televisor más grande, para pagar una deuda que ya tenías y refinanciarla. En esa matriz de una vida financiada y refinanciada es muy difícil aterrizar y tener expectativas reales. Quizás son desmesuradas. El sueño de la política, también la épica que le han puesto los propios ex estudiantes revolucionarios y actuales funcionarios, conspira contra esa idea.

Me preocupa la ausencia de una política comunicacional inteligente, me preocupa el desprecio naif que veo por las estrategias de marketing digital que, si no se asumen, conducen evidentemente a la derrota ante la eficiencia imparable de las derechas que saben qué hacen con eso desde siempre. Por la épica y la narrativa de la velocidad no se llega a procesar el nivel de complejidad de la demanda de un pueblo que obviamente tiene expectativas enormes. que pueden no ser satisfechas.

Igual no sé cómo se puede como se puede tranquilizar a la gente que la ha pasado mal, con esta desigualdad que promueve un capitalismo neoliberal que ha conocido Chile como ningún otro país de América Latina, cómo se calma esa ansiedad y cómo se construye una paciencia política que permita una reconstrucción y una deconstrucción de una sociedad que necesita múltiples cambios, no solamente los económicos, sino también los vinculados a las demandas más evidentes, como un nuevo sistema jubilatorio, una reforma en el sistema de salud, una reforma impositiva, las grandes reformas que requiere el país.

No soy político, no soy un analista político, pero sí he viajado muchos por nuestros países y tengo un profundo amor por los sectores populares y por lo que expresan. A veces pienso que nos cuesta muchísimo, incluso desde las progresías más inteligentes, incluso desde los más bienintencionados pensamientos de corrección política, centro izquierda, podemos llamarlo de muchos modos, cuando leemos las necesidades y los sueños de los sectores populares.

El desprecio profundo por la cultura flaite, el racismo, que no es solamente contra los mapuches, sino contra lo marrón, lo moreno, el machismo que prevalece, más allá de los discursos, la poca deconstrucción de los varones en el proceso de auge de los feminismos, todo eso, no solamente las acciones de un gobierno, conspiran contra la transformación. Va a haber que construir esa paciencia, entre todes (sic), para poder darle el sostén  a un proceso que, evidentemente, es complejo.

Creo que Boric lo ha dicho más de una vez, es lento, creo que tiene un lema, «las transformaciones son grandes, por eso vamos despacio», una cosa así. Pero bueno, también la política está hecha de suspicacias y de picardías, a veces de unas inteligencias más frías y otras más emocionales, y este es un movimiento político muy joven, que se debe todavía la construcción de una identidad. Se juega todo junto en el mismo momento, en un escenario de retracción económica mundial, con una pandemia que aún está presente y nos dice todos los días, ojo que puedo volver, y con una guerra que ha cambiado las lógicas políticas de todo el mundo, con lo cual la complejidad es la que habita nuestras existencias ante la incertidumbre.

Por eso también mi viaje a la literatura. Estoy pidiendo «gancho», como dicen en la mancha, que es ese juego de tocarse y quedarse, estoy en un momento de conciencia plena, política. Me parece un escenario impresionante para poder ejercer este periodismo narrativo, con ambición de interpretación, de encontrar claves que posibiliten la discusión pública. Veo acá también una cierta falta de espacios de discusión más profunda, incluso en aquellos esclarecidos, periodistas, artistas, activistas, de los grandes temas. No estoy viendo escenarios donde esas discusiones se pueden dar, me encantaría construirlos. Y me invita Chile a participar de la escena pública, y apenas comienzo con la publicación de mi novela.

– Finalmente, ¿qué opinas del plebiscito?

– Podemos decir que un acontecimiento político planificado, con estrategias múltiples para llegar a un determinado cometido  como la elección de hoy, definirá para siempre el destino de una sociedad, de un país, de una nación. Es cierto que es el acontecimiento político más importante, quizás, desde que retornó la democracia, pero creer que su resultado signa nuestras vidas, como marcan las existencias de las sociedades los verdaderos acontecimientos que transforman la realidad, quizás sea un error.

La Revolución Francesa ocurrió porque hubo una gota que rebalsó el vaso y fue el aumento del pan. Existen acontecimientos no planificados que son los que definen los destinos de las sociedades. Nada se va a volver a comparar jamás con aquel aumento del boleto del Metro que produjo los primeros estertores de una revuelta popular que nos trajo hasta aquí. Y en el medio la sociedad eligió a un presidente de 35 años, llamado Gabriel Boric, que armó un gabinete de jóvenes que marca un rumbo, que no se va a torcer de manera fundamental por la elección del plebiscito.

La perspectiva, sea la una o la otra, es la de un proceso que no se va a detener, más allá de lo que decidamos masivamente durante el 4 de septiembre. El festejo o la tristeza de quienes apoyamos el Apruebo, de quienes consideramos que es necesaria esta Constitución para profundizar, para concretar, para volver reales las transformaciones necesarias, o el llanto que nos pueda producir una derrota, nos van a marcar a fuego, como nos han marcado los acontecimientos políticos. Pero no tenemos que tener miedo.

Creo que la manifestación del jueves ha sido de una contundencia, de una mística tan masiva, tan impresionantemente real, tan descomunalmente real, que nos estamos acercando al momento decisivo con un aprendizaje de esos que no se olvidan. Un aprendizaje en el cuerpo, en los cuerpos. En nuestros cuerpos, la democracia es otra cosa. Y seguiremos aprendiendo. No quiero temer el resultado, quiero confiar, quiero ser no sólo optimista, quiero seguir esperanzado. Me niego a elucubrar un resultado negativo, y aún si pudiese imaginar tal cosa, no quiero sentirme derrotado.

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