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No fueron 30 pesos, fueron 30 personas Opinión

No fueron 30 pesos, fueron 30 personas

Marta Lagos
Por : Marta Lagos Encuestadora, directora de Latinobarómetro y de MORI Chile.
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No fueron 30 años ni 30 pesos, sino que son apenas 30 personas. No hago distinciones entre las 30 personas de la derecha y las 30 de la izquierda, además de las 30 que denuestan a ambas, situándose afuera como si se tratase de los “buenos”. Cuando pasan dos décadas con tres alternancias en el poder, no es posible identificar con mayor responsabilidad a un grupo u otro. La derecha ha tenido la cancha pavimentada para mantener el statu quo, la oposición a Piñera se equivocó, el diseño de la Nueva Constitución se equivocó, los cambios propuestos por los gobiernos de izquierda fueron lentos y demasiado tímidos. Este Gobierno ha sido ingenuo políticamente, desconociendo la magnitud de la crisis. ¿Y cómo sabemos que se equivocaron? Muy simple: aún no logramos empezar a salir de la crisis, sino más bien seguimos profundizando.


Cuando terminó el Gobierno de Patricio Aylwin (1994), el 25% de los chilenos dijo que estaba mejor que antes. Cuando terminó el primer Gobierno de Sebastián Piñera (2014), el 70% de los chilenos decía que estaba peor que antes.

La confianza en las instituciones democráticas se inaugura con la democracia por encima del 60% y esta cae a niveles cerca del 20% en el año 1996 para nunca volver a recuperarse. No existe la tal “crisis” de confianza en las instituciones, algo que dura más de 20 años no puede ser llamado crisis. Es más bien una enfermedad crónica, un estado de decadencia, pero no una crisis. Desde el punto de vista de la opinión pública, este país comenzó a darse cuenta de que la democracia no le traería lo esperado a partir del segundo Gobierno de la Concertación. Es decir, la luna de miel de la democracia duró solo el Gobierno de Patricio Aylwin.

La democracia semisoberana comienza a instalarse en varios aspectos ya en el Gobierno de Frei Ruiz-Tagle, los chilenos reconocen que la democracia les da garantías cívicas y políticas, pero falla en las garantías sociales. La desafección con la política comienza muy temprano desde 1995, donde el desinterés en la política aumenta a más 60% y luego llega al 89% en 1998.

Ninguno de los males que explotan el 18 de octubre de 2019 eran nuevos, había algunos que habían estado en remojo por largo tiempo, otros eran visibles por la ventana, y los más obvios requerían de anteojeras para no verlos en la calle. Le echaron la culpa al neoliberalismo, al capitalismo, a la democracia, a la dictadura… la lista es larga. Pero en realidad la culpa la tiene un puñado de no más de un par de cientos de personas que tienen y han tenido el poder político, económico y social, y que desde hace mucho tiempo no solo conocen el diagnóstico, sino que saben también cuál es la solución. Cada cual ha creído que “su” solución se podría imponer, llevando a Chile a esta parálisis en que nos encontramos. Hay un egoísmo político con una soberbia que a veces aplasta la esperanza de poder salir de esta crisis.

Los empresarios en primer lugar saben lo que pasa y lo han sabido siempre. También saben lo que hay que hacer. No en vano cientos de empresas han rebajado voluntariamente a 40 horas la semana de trabajo. No en vano otras anunciaron después del estallido que no pagaban menos de $500.000 en ninguna parte de su escalafón… Las empresas no son entes altruistas, y cuando una de ellas hace esas cosas voluntariamente, es porque sabe que no hacerlo tiene más costos que hacerlo. Está también la otra cara del empresariado: nunca olvidaré al dueño de una de las Isapres que me dijo que a ellos no les “convenía” que los chilenos supieran que están enfermos, porque eso hacía aumentar las prestaciones. Ninguna Constitución puede remediar esa mentalidad cavernaria.

La tozudez empresarial es igual a la pataleta política y la infalibilidad social, cada cual cree que solo él tiene la solución correcta. La absurda creencia de que cualquier demanda vestida de “social” es legítima por el solo hecho de provenir de la gente. La historia sí que puede contradecir eso con creces. La Convención Constitucional, para empezar, es una brutal evidencia de la falacia de la representación. Representar intereses minoritarios no es lo mismo que representar a las mayorías, asunto que hoy parece que nadie sabe hacer.

La caída de la participación electoral no requiere ninguna explicación, es quizá el número objetivo que más dibuja el declive de la política. Fue ignorado por la política y termina explotando el 4 de septiembre de 2022. Cualquiera, todos, tenían los datos frente a ellos, otra cosa es que no hayan querido reconocerlos. El error más grande de las sociedades es que tarden demasiado en reconocer lo que ya les sucedió. Las instituciones mueren mucho antes que los actores sociales y políticos, la sociedad, lo reconozcan.

En general, los acontecimientos sociales y políticos van delante de las ciencias sociales, que en los últimos cien años no han logrado anticipar ninguno de los sucesos que han producido cambios significativos. Marx quizá fue el último que anticipó equivocadamente el advenimiento de una revolución, creyendo en 1850 que la revolución (proceso histórico revolucionario) estaba socavando a la sociedad europea y llevándola hacia el socialismo. Desde Weber hasta Dahrendorf se producen teorías que describen y explican algunos fenómenos de algunas sociedades. Casi desde adentro de un Gobierno, se puede decir que Giddens busca explicar y anticipar qué significa la izquierda después de la caída del Muro.

La tercera vía y la socialdemocracia, sin embargo, no logran sobrevivir el cambio de paradigma que produce la caída del Muro, presentando una alternativa competitiva. Hoy la ausencia de una nueva propuesta de izquierda en el mundo ha dado espacio al surgimiento de nuevas propuestas aparentemente electorales, de ideologías reaccionarias de fascismo, autocracia y populismo, minando la supremacía de la famosa “democracia liberal”. Los datos recogidos por estudios comparados más bien rechazan la idea de que hay una evolución hacia una “democracia liberal”. Ante esos retrocesos, las propuestas de Gabriel Boric y Gustavo Petro surgen como nueva visión de izquierda en América Latina, frente al declive de la izquierda en Europa.

En efecto, los cambios sociales han ocurrido desfasados de las predicciones, el comunismo no sustituyó al capitalismo, sino más bien fue un camino alternativo de desarrollo de sociedades agrarias, preindustrial. La revolución comunista después de la Primera Guerra Mundial sepultó los últimos estertores del feudalismo más que ninguna otra cosa.

Al mismo tiempo la historia nos dice que los sistemas sociales tardan mucho en morir, ninguna revolución es tan significativa para producir un cambio definitivo, y las predicciones sobre los cambios están generalmente sobredimensionadas. Últimamente, la caída del Muro de Berlín une a la Europa vieja y nueva en una sola bajo un solo sistema económico y político, mientras el 11 de septiembre une a Oriente y Occidente en un solo mundo. Popper tenía razón, el capitalismo perverso como lo describió Marx nunca existió, fue una invención de él para justificar su teoría. Dahrendorf lo confirma al afirmar recientemente (en las últimas décadas) que el capitalista es el último marxista.

La revolución del 18 de octubre en Chile se produce por la ausencia de respuesta del sistema político a las demandas que se estaban manifestando al menos desde 1996. Esto se acentúa con el segundo Gobierno de Sebastián Piñera, que gatilla los negativos acumulados, cristalizando las diferencias sociales.

Más del 70% de los chilenos creía que el Gobierno de Piñera era el Gobierno de los empresarios. Uno que profundizó las diferencias sociales en el imaginario colectivo en vez de aplanarlas. El lugar donde se nace, la educación que cada cual tiene, el lugar donde se vive, determinan las oportunidades de los chilenos, al igual que era antes del golpe de Estado, después del golpe de Estado y después de la recuperación de la democracia. En Chile todo cambia para que todo quede igual.

Es casi patético ver año tras año los reportes en los medios de comunicación sobre el rendimiento del sistema escolar, la comprensión lectora y su perfil sociodemográfico, una segregación social que solo el cambio intergeneracional había venido modificando lentamente. Es como si solo le cambiaran la fecha al texto, que permanece. No la democracia, no una distinta distribución del poder político, sino la evolución es lo único que ha producido cambio real de posición de las personas en la sociedad.

En el fondo, el Gobierno de Sebastián Piñera terminó de convencer a los chilenos de que el cambio en Chile sería evolutivo, lento, como había venido sucediendo, que en el poder político y económico no había la voluntad de hacer cambios que rompieran esa evolución. Quizá el acceso masivo a la educación superior acentuó esa creencia, ya que el tener un cartón de educación superior no rompía las barreras de entrada a la igualdad de oportunidades, sino más bien terminaba de confirmarlas. Es decir, que el origen de cada cual pesa y sigue siendo “la” barrera que se desdibuja (con suerte) solo intergeneracionalmente, muy lentamente…

La creación de una clase media baja en la que hoy todavía al 50% no le alcanza para llegar a fin de mes, la disminución de la pobreza, el crecimiento económico de Chile, no fueron sino confirmación de la mala distribución del ingreso y el hecho de que la democracia no cumplía con su cometido principal: producir igualdad ante la ley. La reinauguración de la democracia incorpora a todos a la ciudadanía, pero les entrega la mitad de la soberanía, no toda. Desde 1999, con la campaña de Joaquín Lavín, que se viene prometiendo “cambio”. ¿Acaso no hay que explicar la ausencia de cambios desde 2019 sino más bien desde al menos este milenio?

La violencia que sigue aumentando y que seguirá aumentando es la consecuencia de la violencia en la forma de desarrollo que ha tenido Chile. El mundo entero aplaude cómo Chile ha crecido económicamente, y los chilenos saben que esa nueva riqueza se ha quedado entre unos pocos. Esa es quizá la fuente que más violenta el comportamiento de los chilenos. De poco sirve un indicador como el Gini –que puede “certificar” una disminución de la desigualdad– que claramente no mide lo que vive la gente, sino números que no pesan en el imaginario colectivo (si el político aún no sabe que el comportamiento no se rige por los hechos objetivos sino por las percepciones, entonces sí estamos en serios problemas).

Además de la violencia económica, está la violencia política, aquella que deriva del hecho de que los partidos políticos no han sido capaces de (“re”)presentar las verdaderas demandas y se han ido achicando en su capacidad de interpretar a la gente. La generación que hizo la transición cometió su mayor error al ser incapaz de producir nuevas generaciones de relevo, dar tiraje a la chimenea; así, el sistema de partidos políticos se anquilosa y atomiza. Eso no ha terminado aún, sigue su proceso de atomización, indicando que aún les queda mucho camino a los partidos para intentar recuperar la confianza de la ciudadanía. La crisis del financiamiento ilegal de la política que echaron debajo de la alfombra fue sin duda la confirmación de todas las sospechas sobre el abuso del poder político que nadie ha abordado aún –y que la nueva Constitución (NC) rechazada ni siquiera abordaba–.

Pero no digo nada nuevo, todo eso se sabe. La nueva Constitución, se suponía, podía venir a remediar todo lo anterior. ¿Pero podía la NC remediarlo? Los hechos han comprobado, después del 4 de septiembre, que el problema sigue siendo un puñado de personas que no se deciden a hacer lo que hay que hacer. Los chilenos rechazaron la política, rechazaron el puñado de personas, rechazaron con sospecha una NC que no era tan evidente que podía cambiar las cosas para la mayoría. Esa propuesta rechazada parecía más bien aquella de un grupo nuevo, distinto del habitual, que proponía cambios que no fueron identificados como cambios para todos, sino que para algunos. Es decir, más de lo mismo. Para algunos, no todos.

Estamos en el fondo de la crisis política, social y económica que nadie ha podido solucionar y las más de las veces, al abrir el diario, da la sensación de que este pequeño grupo de un centenar de personas que pueden y deben solucionarla no ha topado fondo aún para empezar a recuperarnos.

Este 18 de octubre, y todo lo que se dice de él, es sólo una evidencia más de que estamos frente a una elite que lo usa como fetiche para decir que, lejos de ser la consecuencia, esa es la causa de los males. Mientras la discusión sea sobre la Primera Línea, sobre quienes (no) denuestan la violencia, habrá violencia. Impresionante cómo un puñado de personas que tiran piedras (y balas) pueden tener a un país en vilo y a una clase política también. Impresiona cómo aquello ha destruido la legitimidad de la autoridad política y la del Estado. Estamos viviendo sin referentes válidos, sin autoridad legítima. Todo “depende” de dónde te ubicas.

No fueron 30 años ni 30 pesos, sino que son apenas 30 personas. No hago distinciones entre las 30 personas de la derecha y las 30 de la izquierda, además de las 30 que denuestan a ambas, situándose afuera como si se tratase de los “buenos”. Cuando pasan dos décadas con tres alternancias en el poder, no es posible identificar con mayor responsabilidad a un grupo u otro. La derecha ha tenido la cancha pavimentada para mantener el statu quo, la oposición a Piñera se equivocó, el diseño de la Nueva Constitución se equivocó, los cambios propuestos por los gobiernos de izquierda fueron lentos y demasiado tímidos. Este Gobierno ha sido ingenuo políticamente, desconociendo la magnitud de la crisis. ¿Y cómo sabemos que se equivocaron? Muy simple: aún no logramos empezar a salir de la crisis, sino más bien seguimos profundizando. La nueva élite de jóvenes que toman el poder era una promesa para salir de este nudo en que nos encontramos. Su sola llegada al poder es evidencia del fracaso del sistema de partidos que hizo la transición.

Mucho más importante que una nueva Constitución en este momento, es que las 30 personas se sienten a una mesa y nos digan a nosotros los chilenos que somos nosotros más importantes que ellos, no sus ideologías, ni sus intereses, ni sus futuros personales. No basta con que lo digan unos pocos, algunos, este país no saldrá de esta crisis si no se sientan todos a una mesa y definen un mínimo para el destino en común. Después que eso suceda, podemos redactar una Constitución Política que haga sentido para todos (de más está decir que una mesa como esta haría bajar el precio del dólar, la inflación…).

Mientras tanto, daríamos las gracias a cada uno que tenga poder, y que con humildad no crean que tienen las soluciones solitos, sin los otros.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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