Publicidad
Antofagasta: ciudad espejo del país Opinión

Antofagasta: ciudad espejo del país

Cristián Zamorano Guzmán
Por : Cristián Zamorano Guzmán Analista y doctor en Ciencias Políticas.
Ver Más


Si consideramos toda la zona Norte de Chile, fundamental y decisiva para toda la economía del país, podemos observar que existe una sola gran ciudad: Antofagasta, capital de la región minera, donde se administra el aérea de donde proviene más del 15% de la producción mundial de cobre ¿En qué se traduce eso para esa ciudad de Chile? Mucho flujo de dinero, pero poca inversión efectiva en lo real y en dirección del interés general. Nadie se pelea por ir a vivir a Antofagasta. El “way of life” antofagastino atrae a muy pocos.. ¿Y por qué pasa aquello?¿Por culpa de los políticos en general y de los locales en particular?, ¿pero, a fin de cuentas, por quienes votan por ellos…?

Antofagasta es una ciudad atípica en el detalle pero quizás encarna la muestra de un botón de un sistema que en realidad, a pesar de las apariencias, sigue con numerosas de sus vicisitudes, inclusive después del 18-O y del cambio que eso suponía. Hoy salen a la palestra a nivel nacional los acontecimientos que involucran al actual alcalde de esa ciudad, Jonathan Velásquez, sospechado de haber utilizado fondos públicos para fines personales. Esto ocurre poco meses después de la ruidosa fuga y, luego, detención de la ex alcaldesa de Antofagasta, Karen Rojo, en Holanda. Hoy, como recordó en su twitter el ex fiscal Carlos Gajardo, los dos últimos Alcaldes de Antofagasta son acusados de algo parecido. Hay como aires de déjà vu. Podríamos entrar en los detalles de las agravantes en el caso de Jonathan Velásquez —quien por lo demás puede “lucirse” de una “no gestión” dantesca— lo que sin duda puede culminar en una acusación de notable abandono de deberes si eso lo decide liderar uno de los concejales, Luis Aguilera, que ya lideró, en el mandato anterior, esa misma acción en el Tribunal Electoral Regional por el caso de Karen Rojo. Una acusación que conoció éxito. Sin embargo, es útil indicar que el caso de Jonathan Velásquez igualmente se puede integrar en una dinámica más amplia y que puede interesar un poco más al lector que se encuentra fuera de la Perla del Norte.

En las elecciones pasadas vimos aparecer, a lo largo del país, un gran número de candidatos independientes, Jonathan Velásquez siendo uno de estos. La gran mayoría, para no decir la cuasi totalidad, de esos independientes prometían una guerra sin cuartel en contra de la inoperancia de los “políticos”, acompañando sus discursos de ataques, anunciando catástrofes apocalípticas si esto seguía así, a veces difundiendo fake news, haciéndose los portavoces oficiales de un descontento general. Sin titubear un ápice, ofrecieron solucionar fácilmente todos los problemas y necesidades reales o por imaginar, y sobre todo, para algunos, asegurándose de no participar en  los debates que podían ponerlos en dificultad. En otras palabras, una cierta forma de populismos se instalaba en la vida política nacional. Y se instaló.

Estos populistas del siglo XXI, sin bandera política claramente definida o exhibida, suelen ser tremendamente egoístas, bastante o muy narcisistas, aparecen rodeados de personas que los veneran y que le hacen creer ciegamente en ellos, en sus prédicas y/o actuaciones, que les aplauden todas las “gracias” y juran que nunca verán en sus actos algún atisbo de falsedad o maldad. Obviamente, les encanta utilizar las redes sociales (rrss); porque es un medio directo, masivo y barato; para hacer ver y dejar plasmadas sus fobias y tirrias sobre los demás; sin embargo y paradójicamente,, suelen tener la piel muy fina cuando alguien se atreve a devolverles su misma “medicina”.

Como es sabido y dicho de forma coloquial, las rrss “aguantan todo”; se pueden hacer circular falsas noticias, todo tipo de rumores, uno puede ser el más valiente, honesto, también se puede denostar a todo el mundo, se puede prometer un universo de maravillas a construir en tan solo algunos días. Se puede tranquilamente comprometer continuamente, a cada hora, a trabajar sin descanso en favor de los más pobres y vulnerables, así se van conquistando el descontento,  las frustraciones y se atrae como un imán a todos aquellos que albergan algún resentimiento. Y sabemos que no son pocos.

A pesar de equivocadas actuaciones y peores resultados, muchos populistas mantienen un importante grado de popularidad entre sus adeptos, quienes están enceguecidos por circunscritos y pequeños logros, que, si bien pueden aportar algo, no compensan ni hacen olvidar los errores en otras aéreas que si tienen una trascendencia fundamental.

Sus cohortes más próximas, son incapaces de decirles la verdad o comentar los errores cometidos, por grandes y patentes que estos sean, porque órganicamente con este actuar, se aplica poco profesionalismo. También se viven constantes cambios de actitud, de rumbo y de preceptos a seguir; característica que, con mucha frecuencia,  se justifica por una pretendida persecución para lógicamente luego caer en una victimización. Cuando observamos detenidamente el comportamiento de ciertos populistas, podemos concluir o pretender, encontrar aspectos “bordeline” en el actuar cotidiano de estos líderes, ya que están en una constante negación de la realidad, en el conspiracionismo del cual dicen ser víctimas, en la persecución que viven día a día por no pertenecer, supuestamente, en un inicio, al mundo político.

Hay una cierta unanimidad en entender que el mayor auge de los populismos actuales se debe en gran parte a la podredumbre y/o a las malas prácticas de muchos dirigentes “clásicos” de la política “tradicional”, que a pesar de desempeñarse en un sistema neoliberal supuestamente eficiente, estas ultimas décadas, dieron muestra de una cierta ineptitud técnica-administrativa en los últimos años, cuando se pedían cambios. También denotaron una gran mediocridad política, tanto en el aspecto programático como en las personas que tenían a su cargo la realización de esos programas. Habría que agregar la corrupción en muchos de los estamentos del Estado, que fueron carcomiendo la tan necesaria “ética” en la cuestión pública. Esa que es esencial en su praxis. Hoy, ¿podemos decir que esto ha cambiado en Antofagasta? ¿Que esto ha cambiado en Chile?  Cuando tanto se hablaba, y aún se promociona, la tan necesaria profundización de la descentralización, cuando los gobernadores regionales electos piden a grito la eliminación definitiva de los delegados presidenciales, vemos, conjuntamente a aquello, la peor ejecución de los presupuestos regionales de las últimas décadas. La peor. En Antofagasta, el Gobernador regional Ricardo Díaz actual (ex candidato independiente patrocinado por el PRO), al día 30 de septiembre 2022, es decir cerrando el año, había ejecutado el 30,25% de éste. Es decir, en Antofagasta, pareciera que no hay por dónde salvarse. Y, lo peor, es que aparentemente esa sensación no solo se vive en Antofagasta. Y eso que Antofagasta, “nunca ha sido (todo) Chile”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias