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Mercados se toman con calma el voto del Congreso que aprobó juicio político a Dilma y la presidenta queda a un paso de perder el poder Brasil en crisis

Mercados se toman con calma el voto del Congreso que aprobó juicio político a Dilma y la presidenta queda a un paso de perder el poder

El próximo paso del proceso estará en manos del Senado, que a partir del martes iniciará los trámites para decidir si se abre el juicio político contra Rousseff, lo cual puede ser definido en unos veinte días.


Mercados en la región estuvieron moderados en su reacción al voto del congreso brasileño que anoche aprobó emprender un juicio político contra Dilma Rousseff.

La oposición alcanzó en el pleno de la Cámara de Diputados los 342 votos necesarios para que prosiga el proceso contra la presidenta, con lo que el Senado decidirá si inicia un juicio con miras a su destitución.

La bolsa brasileña ha subido casi 30% este año en anticipación a que Rousseff sería forzada a renunciar y en su reemplazo vendría un gobierno con políticas económicas que ayuden a la mayor economía de la región a salir de su crisis. Inversionistas extranjeros miran a Brasil primero y después al resto de la región, por lo que hoy las bolsas regionales y las divisas podrían ver flujos positivos desde Europa y Estados Unidos.

Los promotores del proceso alcanzaron la preceptiva mayoría de dos tercios de los votos cuando aún no se habían pronunciado los 513 diputados y estallaron en algarabía al grito de «Fuera Dilma», en medio de las protestas del oficialismo que respondía «no habrá golpe».

«Cuanta honra me reservó el destino para dar este grito en nombre de todos los brasileños», dijo el diputado Bruno Araújo, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), el anunciar el voto que le garantizó la victoria a la oposición.

En medio del alborozo y las lágrimas de algunos diputados del oficialista Partido de los Trabajadores (PT), la votación continuó en medio del festejo opositor, que se replicaba en las calles de decenas de ciudades del país, en las que el resultado fue seguido por fuegos artificiales y el mismo grito: «Fuera Dilma».

El próximo paso del proceso estará en manos del Senado, que a partir del martes iniciará los trámites para decidir si se abre el juicio político contra Rousseff, lo cual puede ser definido en unos veinte días.

La votación en la Cámara baja estuvo precedida de debates que se celebraron en forma ininterrumpida desde el pasado viernes y en los que la oposición ya había insinuado que contaban con los votos necesarios para aprobar el proceso.

Si el pleno del Senado respalda la posición de la Cámara de Diputados, Rousseff será sometida a un juicio político con fines de destitución y deberá separarse del cargo durante un plazo de 180 días, que será el tiempo que tendrá la Cámara Alta para el proceso.

En ese período, su cargo será ocupado por el vicepresidente Michel Temer, líder del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), que hace dos semanas rompió con el Gobierno y decidió apoyar el proceso con miras a la destitución de Rousseff. EFE

Una tecnocrata sin carisma

Hasta hace unos años, Dilma Rousseff era una tecnócrata de prestigio, con fama de antipática y sin aspiraciones políticas conocidas. Pero llegó a la Presidencia de Brasil y ganó dos veces, aunque en su segundo mandato perdió su base política y ahora está al borde ser desalojada del poder.

A sus 68 años, esta economista de escaso carisma sufrió el mayor varapalo de su vida política, cuando la Cámara Baja decidió por una clara mayoría que el trámite para un juicio político con miras a su destitución avance a la instancia definitiva del Senado.

Si los 81 senadores deciden este martes que debe abrirse el juicio sustentado en unas maniobras fiscales irregulares, será separada del cargo durante 180 días y sustituida por Michel Temer, su vicepresidente, con quien ha pasado en los últimos meses del amor al odio.

Hasta 2010, Dilma Vana Rousseff Linhares nunca se había planteado postular a un cargo electivo y hasta era resistida por el Partido de los Trabajadores (PT), al que sólo se afilió en 1990.

Sin embargo, su antecesor y padrino político, Luiz Inácio Lula da Silva, la impuso como candidata presidencial, le hizo la campaña y la convirtió en la primera mujer elegida para un cargo que, en la historia republicana del país, habían ocupado 35 hombres.

Hija de un comunista búlgaro que emigró a Brasil y se casó en este país, era una perfecta desconocida para la mayoría de los brasileños cuando en enero de 2003 asumió como ministra de Energía en el primer Gobierno de Lula.

Pasó luego a ejercer el cargo de ministra de la Presidencia, se ganó fama de «Dama de Hierro» por su rigor y, gracias al influyente «dedo» de Lula, se convirtió en sucesora del líder más carismático de la historia reciente del país.

Cuando asumió el poder por primera vez, el 1 de enero de 2011, su condición de economista animó a los mercados, pero, en contra de lo que se esperaba, el Brasil de Rousseff perdió el impulso que había convertido al país en la «niña mimada» del mundo de los negocios.

En su primer mandato, el crecimiento económico cayó al 2,7 % en 2011, al 1,0 % en 2012 y se recuperó ligeramente, para llegar al 2,5 % en 2013, pero en el segundo se fue por un barranco, hasta entrar en la recesión más grave de las últimas tres décadas.

En su primer período, fue dura con la corrupción y castigó toda sospecha, al punto de que en su primer año no le tembló el pulso para destituir a siete ministros implicados en turbias maniobras con dinero público.

En junio de 2013 la sorprendieron unas de las mayores protestas de la historia del país, cuando millones de personas tomaron las calles para protestar por los pésimos servicios públicos, justo un año antes de que Brasil acogiera el Mundial de fútbol.

Desde entonces, el país entró en ebullición y la oposición ganó espacios, aunque no pudo impedir la reelección de Rousseff, que se impuso en 2014 por una diferencia de escasos tres puntos, que ya hablaban de la fractura de la sociedad.

Su segundo mandato nació herido por un agravamiento de la crisis económica que se insinuaba y por las corruptelas en Petrobras, que enlodaron a casi todos los partidos oficialistas y desbarataron su base política.

En el último año, el torbellino político la acorraló y la puso al borde de un juicio político por unas maniobras fiscales irregulares que ella niega.

Desde que comenzó el trámite que le puede costar el poder ha gritado a los cuatro vientos que es víctima de un «golpe de Estado» y afirmado que lo enfrentará «hasta el último minuto», igual que hizo contra la dictadura que gobernó el país entre 1964 y 1985.

Alude así a su juventud, cuando por supuestos vínculos con grupos guerrilleros alzados contra la dictadura pasó casi tres años en prisión y sufrió la tortura en su propia carne.

Quien la conoce afirma que fue en las mazmorras del régimen que forjó su recio carácter, que a veces dicen que pasa todo límite.

En Brasilia hay quien sostiene que alguna vez hasta le lanzó un florero por la cabeza, sin puntería, a un ministro en medio de una tensa discusión.

Pese a esa imagen, Rousseff puede ser la abuela más dulce cuando está con alguno de sus dos nietos, o soñar con liberarse de las limitaciones del poder.

Alguna vez que se abrió con periodistas, reveló algunos de sus sueños más reservados y dijo que quisiera poder caminar como una persona anónima o simplemente ir de compras.

También dijo que «adoraría» comprar una Lambretta, para disfrutar de la «sensación de libertad» que ofrece una motocicleta y «sentir el viento» en su rostro.

Ese deseo, reveló, nació cuando se puso «traviesa», burló a su seguridad y, en forma «clandestina», salió de paseo por Brasilia con un ministro en una poderosa Harley-Davidson.

En los últimos meses, a falta de una moto, a primera hora de la mañana se le ha visto paseando en bicicleta por los alrededores de su residencia oficial, como hizo hoy, antes de la votación.

Pero hasta ese ejercicio ha sido objeto de chacota. Las maniobras fiscales que la han dejado al borde de la destitución son conocidas en la jerga política brasileña como «pedaladas». EFE

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