El voto de los británicos a favor de abandonar la UE es diferente a cualquier otro acontecimiento de la época moderna. Los inversores no se imaginaron que la mayoría de los votantes optara por un resultado que iba a ser sin precedentes en su impacto inmediato y devastador sobre la libra esterlina. El alcance de este error de juicio, derivado de una combinación de complacencia y expresión de deseos, se reveló en cuestión de minutos.
Hace 22 años este mes, los Estados Unidos se preparaban para el combate. El programa de expansión de armas nucleares de Corea del Norte obligaba al Presidente Bill Clinton a disponer refuerzos. El gobierno buscaba los votos del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para imponer penalidades económicas al gobierno de Pyongyang, que en repetidas ocasiones denunció las sanciones como una “declaración de guerra”. Cualquier inversor podía ver lo que se venía, ¿no es cierto?
Entonces, ¿cómo es que los mercados anticiparon correctamente que eso no conduciría a una guerra? ¿cómo se previeron los resultados del referéndum sobre la soberanía de Quebec de 1995, y la crisis del euro del 2010, la crisis del techo de la deuda en los Estados Unidos en el 2011, la votación sobre independencia de Escocia en el 2014 y la crisis de la deuda griega del 2015? O, si todo eso fue tan fácil, ¿cómo es que los mercados no lograron discernir la probabilidad de que Gran Bretaña votara la semana pasada a favor de abandonar la UE?
Esta vez fue diferente. A diferencia de sus autoridades, fueron muchos más los votantes que demostraron tener demasiado orgullo como para ser racionales. Una hora después de cerradas las urnas el jueves, la libra había subido de 1,48 a 1,50, de acuerdo con la expectativa generalizada de que los británicos aceptarían el consenso de los primeros ministros, presidentes, ministros de finanzas, líderes empresariales y economistas, tanto a nivel nacional e internacional, y votarían a favor de permanecer en la UE. Esperaban que el Reino Unido apoyara este resultado porque era el mejor para el país. Ese fue su error.
Cuando se vio que los votos a favor de “salirse” superaban los de “permanecer”, los mercados tambalearon y acabaron con miles de millones de libras, según los datos compilados por Bloomberg. Un vuelco como éste confirma la sorpresa de los inversores. La libra esterlina tuvo una caída record del 8,05 por ciento, tocando su nivel más bajo en 31 años.
El episodio de Corea del Norte es uno de entre las decenas de acontecimientos tumultuosos de los últimos 35 años en los que los mercados lograron calcular las probabilidades de que los gobiernos democráticos encontraran la forma de estabilizar. El Índice KOSPI de Seúl se desplomó antes de que el Presidente Clinton intensificara las preparaciones militares el 16 de junio y se recuperó días antes de que se llegara a un acuerdo diplomático, logrando mejores resultados que el resto de Asia, en 1994. Medido en dólares estadounidenses, el retorno de Corea del Sur fue aún mayor, lo que reflejó la solidez del won frente a las otras monedas.
La misma presciencia (o racionalidad) se demostró durante la crisis griega el año pasado. Las dudas acerca de la viabilidad de la UE, el euro y Grecia habían persistido desde la crisis financiera del 2007-2008. El euro había caído un 13 por ciento frente al dólar durante los primeros cinco meses de 2010, y se generalizaron las predicciones de que los 16 países que compartían el euro estaban destinados a fracasar como entidad económica y de que la ruptura era inevitable. Para mayo de 2012, el bono de referencia griego a 10 años estaba pagando el equivalente a 30 centavos de dólar en medio de pronósticos de que el gobierno entraría en cesación de pagos.
Los mercados, que no son ideológicos sino que brindan una referencia diaria del valor relativo, no creyeron eso. El euro ganó 9,4 por ciento en la segunda mitad de 2010 y avanzó otro 11,9 por ciento hasta el 2015, cuando 19 países lo aceptaron como su reserva nacional de valor. El año pasado, cuando otro gobierno griego aparecía de nuevo en los titulares supuestamente al borde del default y a punto de abandonar el euro, el inversor George Soros dijo que Grecia se iba a la ruina. Durante este tiempo el rendimiento sobre el bono griego de referencia nunca llegó a acercarse a la baja del 30 por ciento registrada en el 2012, fluctuando en cambio entre un 7 y un 18 por ciento. La deuda griega, protegida por la moneda compartida por Europa, resultó la mejor inversión a nivel mundial a partir de julio y hasta fines de 2015, según indican los datos de Bloomberg.
Los mercados tienden a la racionalidad, aun cuando las autoridades electas sean las que amenazan con acciones precipitadas. A lo largo de julio 2011, el Congreso estadounidense, de mayoría republicana, se negó a elevar el techo de la deuda de los Estados Unidos, poniendo al país al borde de la cesación de pagos. Los inversores estaban en lo correcto al asumir que los legisladores no cumplirían con su amenaza; el rendimiento se redujo de 2,65 a 2,56 por ciento ese mes antes de caer a 2,34 por ciento un año más tarde. A partir de junio del 2011, los inversores obtuvieron un retorno total del 18,7 por ciento en valores del Tesoro estadounidense, cuando la deuda soberana mundial daba 7,1 por ciento, los bonos alemanes 1,8 por ciento y los bonos de empresas con grado de inversión un 14.3 por ciento. Los mercados no interpretaron diferente el referéndum de Quebec de 1995 y el de Escocia, y anticiparon resultados que fueron racionales.
Pero el voto de los británicos a favor de abandonar la UE es diferente a cualquier otro acontecimiento de la época moderna. Los inversores no se imaginaron que la mayoría de los votantes optara por un resultado que iba a ser sin precedentes en su impacto inmediato y devastador sobre la libra esterlina. El alcance de este error de juicio, derivado de una combinación de complacencia y expresión de deseos, se reveló en cuestión de minutos. Mientras que la libra esterlina sufría su mayor caída en un solo día desde 1980, el 24 de junio, la pérdida del 8,05 por ciento casi duplicaba la del 16 de septiembre de 1992, en el así llamado Miércoles Negro, cuando el gobierno conservador se vio forzado a retirar la libra del Mecanismo Cambiario Europeo, frente a una ola especulativa encabezada por Soros. El castigo a la libra tras la votación del jueves fue más del doble que en cualquiera de las ocho peores jornadas desde 1981, y su retroceso de casi 13 por ciento en menos de una semana superó cualquier debacle anterior de la moneda, según datos compilados por Bloomberg.
La decisión de los británicos y la crisis de Corea son como dos hitos, separados por dos décadas durante las cuales los mercados financieros mostraron ser de lo más confiables como indicadores. Cuando se abrieron las urnas el jueves, la libra era el reflejo de la confianza en que el Reino Unido decidiría permanecer dentro de la UE. La moneda estaba segunda entre 31 divisas muy negociadas este año y su volatilidad era la que más había disminuido frente a todas las monedas, después de haber sido la más volátil una semana atrás, según datos de Bloomberg.
Los inversores todavía están en estado de shock. El capitalismo y el libre comercio, indisolublemente ligados a la democracia como herramientas para encarar los retos del siglo 21, globalización, urbanización y cambio climático, están bajo asedio en Europa, el centro desde el cual el comercio y los mercados internacionales han iluminado al mundo. Las palabras del Ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, Sir Edward Grey, pronunciadas hace más de un siglo, en medio de la Primera Guerra Mundial, se aplican perfectamente en el día de hoy: “Las lámparas se apagan por toda Europa, puede que no volvamos a verlas encendidas en nuestra vida”.
Matt Winkler
Editor Adjunto y Fundador de Bloomberg News
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