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Cómo ayudar a las víctimas de la globalización y el libre comercio Columna de Bloomberg

Cómo ayudar a las víctimas de la globalización y el libre comercio

Aun cuando los datos muestran abrumadoramente que la globalización ha representado un beneficio neto para la economía global, no se puede negar que los costos internos han caído desproporcionadamente sobre ciertos sectores de la fuerza laboral. Los puestos fabriles en Estados Unidos descendieron por casi 6 millones de empleos entre 2000 y 2010, causando una serie de trastornos sociales como alcoholismo y drogadicción, depresión y descomposición comunitaria. Entre los penosos costos del declive de la región industrial de Estados Unidos está la revelación de que, tras décadas de ascenso, la expectativa de vida de los estadounidenses blancos ha comenzado a caer, lo cual ha sido ha causado en no poca medida por suicidios y sobredosis.


Si Donald Trump fue consistente respecto a una cosa durante la campaña electoral, fue en su rechazo al consenso prevalente de Washington a favor de la globalización y el libre comercio. Ahora, semanas antes de asumir el cargo, ha prometido abolir el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica en el primer día de su presidencia y ha conseguido que Carrier no mude una fábrica a México. Sus amenazas de campaña de retirarse de la Organización Mundial del Comercio e imponer altos aranceles a China y México ya están causando temblores en la economía global, en medio de temores de una posible guerra comercial.

Aun cuando los datos muestran abrumadoramente que la globalización ha representado un beneficio neto para la economía global, no se puede negar que los costos internos han caído desproporcionadamente sobre ciertos sectores de la fuerza laboral. Los puestos fabriles en Estados Unidos descendieron por casi 6 millones de empleos entre 2000 y 2010, causando una serie de trastornos sociales como alcoholismo y drogadicción, depresión y descomposición comunitaria. Entre los penosos costos del declive de la región industrial de Estados Unidos está la revelación de que, tras décadas de ascenso, la expectativa de vida de los estadounidenses blancos ha comenzado a caer, lo cual ha sido ha causado en no poca medida por suicidios y sobredosis.

Si bien esto ayuda a explicar la victoria de Trump, no ofrece muchas claves acerca de rejuvenecer el corazón industrial del país. De hecho, las pruebas muestran que la liberalización comercial en sí misma no es la principal responsable de tales pérdidas de empleo de Estados Unidos. Según la Oficina de Estadísticas Laborales, menos de 3 por ciento de los despidos masivos de 1996 a 2006 podrían atribuirse a la competencia de importaciones y a las mudanzas de plantas al exterior. Otros estudios muestran que solamente de un octavo a un tercio de la reciente pérdida de empleos fabriles en Estados Unidos puede rastrearse a la liberalización comercial, en tanto el resto se debe a una imparable innovación tecnológica.

Un mejoramiento de las cosas requiere no de mayores aranceles y fronteras más estrechamente cerradas, sino de una serie de políticas que tomen en serio el impacto concentrado que el cambio económico ha tenido en trabajadores desplazados y sus comunidades.

Desde 1947, Estados Unidos ha ayudado a reducir aranceles sobre productos industriales en todo el mundo desde casi 50 por ciento en promedio a menos de 5 por ciento. Pero Washington nunca ha construido un sistema robusto para ayudar a quienes han sido adversamente afectados. Asigna mucho menos a programas de capacitación, búsqueda de empleo y asistencia para mudanza que otros países industrializados y los programas de Estados Unidos están mal concebidos y administrados. Afortunadamente, hay algunos pasos claros que pueden adoptarse para remediar la iniciativa que está diseñada para atender este problema: el programa de Asistencia de Ajuste Comercial.

El programa, dirigido por el Departamento de Trabajo, ofrece US$900 millones cada año en soporte extendido del ingreso, capacitación, ayuda en búsqueda de empleo y otros recursos a trabajadores que han perdido sus empleos como resultado del comercio en el extranjero.

Está plagado de problemas. Quienes reciben la capacitación esperan un promedio de más de siete meses desde el momento que solicitan el seguro por desempleo. La abrumadora mayoría reciben su instrucción en el aula, con menos de 2 por ciento de oportunidades para aprendiz o de capacitación en el empleo. Tradicionalmente, las reglas del programa han desalentado a la gente de trabajar a tiempo parcial mientras se adiestran para una nueva carrera. Y si bien los trabajadores pueden recibir estipendios que los ayuden a mudarse para un empleo, éstos están limitados en US$1.250, y los usan menos de 1 por ciento de los participantes del programa.

No sorprende que casi dos tercios de los participantes del programa terminen trabajando en un campo que no era aquel en el cual recibieron la nueva capacitación. Y un reciente estudio encargado por el Departamento de Trabajo mostró que el programa, en el mejor de los casos, ha tenido un impacto ínfimo en las perspectivas de empleo de los trabajadores en el curso del tiempo, e incluso un impacto negativo en sus salarios. Cuando The New York Times recientemente le preguntó al presidente de un sindicato siderúrgico de Illinois acerca del programa federal de ajuste comercial, la respuesta de éste fue una mirada de desdén.

Ahora compárese esto con la experiencia de trabajadores extranjeros. Un análisis que estudió las políticas del mercado laboral en otros 20 países reveló que sus programas de capacitación de trabajadores y búsqueda de empleo tuvieron éxito en reducir el desempleo, y lo hicieron de una manera efectiva en cuanto a costos. Los programas más exitosos, como los de Dinamarca, Alemania y Suiza, tienden a tener una cantidad de características similares: inducen enérgicamente a anotarse en programas de adiestramiento, en algunos casos haciéndolo obligatorio para recibir otros beneficios. Articulan modalidades flexibles con la industria para trabajadores, incluso oportunidades para aprendices y de capacitación de corto plazo. Y subsidian oportunidades de tiempo parcial para los trabajadores, para mantenerlos en la fuerza laboral y para que conserven sus aptitudes laborales mientras buscan nuevas oportunidades.

Reformar el programa de asistencia comercial según estas pautas sería solamente el primer paso. A continuación, se lo debería expandir para cubrir a todos los trabajadores desplazados, sin importar la razón por la cual perdieron sus empleos.

En 2011, la Oficina de Rendición de Cuentas del Gobierno identificó un alocado mosaico de 47 programas federales diferentes de empleo y capacitación, casi todos superponiéndose de una forma u otra.

Sin embargo, en general, aquellos que se considere que han perdido sus empleos a raíz del comercio extranjero reciben un paquete mucho más amplio y garantizado de ingreso y apoyo de capacitación que aquellos desplazados por razones no comerciales.

El resultado: el sistema es susceptible a acusaciones persistentes de arbitrariedad e incluso de manipulación política en decisiones de elegibilidad, y ayuda solamente a una pequeña fracción de quienes fueron despedidos.

Sí, expandir el programa a todos los trabajadores costará dinero. Pero Estados Unidos gasta menos de su producto interno bruto en programas de empleo y capacitación de trabajadores que casi todos sus pares. En 2014, los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos gastaron alrededor de 0,53 por ciento del PIB en tales programas activos de mercado laboral. En Estados Unidos, la cifra fue de 0,11 por ciento, un mínimo de 30 años. Sin embargo, un reciente análisis estimó que Estados Unidos podría reducir la tasa de desempleo por 1 por ciento si invirtiera US$43.700 millones adicionales cada año en programas de capacitación, una mera fracción de los cientos de miles de millones de dólares que están bajo consideración en el paquete de nueva infraestructura nacional de Trump.

A la larga, por supuesto, incluso los mejores programas de nueva capacitación de trabajadores pueden solamente ser un componente más de un programa integral para forjar las aptitudes y elasticidad del trabajador estadounidense del futuro. Tras décadas de crecimiento de logros educativos en Estados Unidos en los tres primeros trimestres del siglo XX, las tasas de graduación de escuela secundaria y universidad se han estancado, una tendencia que los expertos han vinculado directamente con la creciente desigualdad económica en nuestro país. Restaurar nuestro sistema educativo a su preeminencia global, incluso un nuevo énfasis en el aprendizaje vocacional y flexible a lo largo de la vida, será clave.

Pero en el corto plazo, si Donald Trump verdaderamente pretende que Estados Unidos vuelva a ser un gran país, debería comprender que revertir la marea del libre comercio y la tecnología no es posible. La mejor manera de avanzar es explotar los beneficios de la globalización a la vez que atender las necesidades legítimas de quienes han pagado el mayor precio.

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o Bloomberg LP y sus dueños.

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