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La indignación por la economía no explica el auge del populismo

La indignación por la economía no explica el auge del populismo

Puede que los políticos tarden años en asimilar el significado de las fuerzas económicas y políticas que se están desarrollando en la actualidad, para no hablar de exponer un argumento a favor de la globalización que consiga un apoyo generalizado. Algunas medidas de globalización financiera y comercial confirman que la integración que ha sacado a cientos de millones de la pobreza en países en desarrollo se está resquebrajando.


2016 ha sido el año de individuos como Bill Heinzelman, un jubilado de Wisconsin, o Lucien Durand, agricultor del sureste de Francia.

Ellos forman parte de una ola populista que ha barrido Occidente en 2016, sorprendiendo a las firmas de sondeos y a los inversores con la intensidad de un sentimiento a favor del fin del status quo político. La idea generalizada entre analistas de elecciones y políticos del establishment es que la indignación por haber quedado excluidos del fenómeno de la globalización llevó a los británicos a decidir marcharse de la Unión Europea y a los estadounidenses a votar por Donald Trump.

Sin embargo, el sentimiento de haber sido abandonados por la economía mundial sólo explica en parte las inquietudes de los habitantes del Medio Oeste de Estados Unidos o de Grecia, donde un gobierno populista anti-austeridad lleva casi dos años en el poder. Hay un descontento profundo con la gestión de los gobiernos, que los programas de estímulo fiscal, los aranceles a las importaciones o la bonanza bursátil no van a conseguir aliviar pronto.

La tasa de desempleo donde vive Heinzelman es del 3,2 por ciento, el nivel más bajo desde el año 2000. Su queja se centra en los inmigrantes sin papeles, por lo que este propietario jubilado de un pequeño negocio apoyó a Trump. Por su parte, Durand, cuyo negocio agrícola familiar se encuentra entre Lyon y los Alpes, una región moderadamente próspera, dice que los burócratas de Bruselas «totalmente desconectados del mundo real» han afianzado su lealtad hacia el Frente Nacional francés, el partido anti-euro liderado por Marine Le Pen que podría alzarse con el poder en el primer semestre de 2017.

“Ya sean virtuales o de verdad, la realidad es que vamos a ver un mundo con más muros», dice Ian Bremer, presidente de Eurasia Group, una consultora de riesgo con sede en Nueva York.

Como resultado, puede que los políticos tarden años en asimilar el significado de las fuerzas económicas y políticas que se están desarrollando en la actualidad, para no hablar de exponer un argumento a favor de la globalización que consiga un apoyo generalizado.

Algunas medidas de globalización financiera y comercial confirman que la integración que ha sacado a cientos de millones de la pobreza en países en desarrollo se está resquebrajando. El volumen de crédito bancario internacional ha disminuido desde la crisis financiera, según datos publicados por el Banco de Pagos Internacionales de Basilea, Suiza. Por su parte, la emisión de bonos internacionales está estancada.

Y si bien el volumen de comercio de bienes y servicios fue casi el doble en 2015 respecto al nivel de 2005, el crecimiento se ha desacelerado hasta casi frenarse. La ratio de comercio de mercancías respecto a la producción mundial se desplomó en 2015 y, en la actualidad, se encuentra en casi el mismo nivel de 2005, según datos de la Organización Mundial del Comercio.

«El comercio mundial se está deslizando a un territorio cada vez más oscuro», según Raoul Leering, director de análisis de comercio internacional de ING Bank en Ámsterdam. Citando datos de la Oficina Holandesa para el Análisis de la Política Económica, Leering dice que el volumen de comercio mundial “sufrió un duro golpe » en octubre de 2016 y se dirige al peor año desde 2009.

Adéntrese en el corazón industrial de Estados Unidos y conocerá a mucha gente que culpa a una competencia internacional desleal de sus problemas. “Es horrible. Es difícil encontrar un trabajo, y los que hay no pagan suficiente”, dijo Jeff Mansfield, un partidario de Trump de 39 años de Youngstown, Ohio, que trabaja para una empresa que vende suscripciones de televisión vía satélite. “Es vivir mes a mes”.

Sin embargo, sería un error explicar el sentimiento anti-establishment simplemente en términos económicos. Los sondeos a pie de urna muestran que Hillary Clinton superó a Trump entre los votantes que consideraban la economía su principal preocupación. Trump fue elegido por los que están preocupados por la seguridad nacional y la inmigración. En Europa, la inmigración puede ser una fuente de tensión más importante que el comercio. La llegada de refugiados de una Siria desgarrada por la guerra ha suscitado delicados debates sobre la identidad y la cultura. La primera ministra británica, Theresa May, tiene previsto formalizar el proceso para una retirada de la Unión Europea en el primer trimestre del próximo año y se centrará en recuperar el control sobre la inmigración.

“No hay nada inevitable respecto a la globalización”, dice Jeff Colgan, profesor de ciencias políticas de Brown University en Providence, Rhode Island. “La élite cosmopolita de muchos países no ha hecho un buen trabajo al defender retóricamente los beneficios de la globalización y estamos viendo un cuestionamiento de ello”.

Incluso el Fondo Monetario Internacional, para algunos el partidario más ferviente de la globalización, ha reconocido que el sistema podría estar favoreciendo demasiado a aquellos que ostentan riqueza y poder. En una entrevista en la sede de Bloomberg este mismo mes, la directora del FMI, Christine Lagarde, dijo que el mundo tiene que “caminar hacia una globalización con una imagen distinta y que no excluya a la gente a su paso”.

No obstante, si la élite mundial concentra sus energías en encontrar parches económicos, podría resultarle difícil aplicarlos. Casi la única certeza de un movimiento populista es que tiende a seguir su curso y no siempre de una forma que deja satisfechos a sus partidarios. La causa -y la fuente de las soluciones- del populismo radica en lo que el experto en ciencias políticas griego Yannis Stavrakakis denomina una “crisis de representación”.

En otras palabras, lo que importa de verdad es el abismo entre los votantes y los gobiernos.

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