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Oh, los economistas Opinión

Oh, los economistas

Rafael Urriola U.
Por : Rafael Urriola U. Director Área Social Chile 21
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Esa economía y esos economistas conducen a una visión tecnocrática que está muy lejos de representar a toda la economía y menos aún a lo que la población espera de sus economistas. En efecto, los economistas deben sugerir métodos y mecanismos para que aumente la producción. Pero es imprescindible agregar –como condición sine qua non– que esta aumente con una distribución que favorezca a toda la población.


Es cada vez más común que la gente identifique a la economía con ciertos economistas que, a su vez, reúnen características muy particulares. Son los que encabezan las políticas de equilibrio y restricciones fiscales vigentes en el mundo; las políticas de apertura liberalizadoras de los mercados; las políticas de deslocalización de la producción siguiendo a los lugares (regiones, países o enclaves) en que los costos son más bajos, especialmente los de mano de obra y sin regulaciones ambientales.

Eso debe ser entonces la economía, se dice. En realidad, esa es la economía dominante, porque desde el inicio de la disciplina ha habido visiones diferentes de lo que debe hacerse económicamente. Muchos olvidan, por ejemplo, que el propio Marx fue un eximio economista en su época. En efecto, la economía más que un asunto de producción –que es asumido más bien por los ingenieros industriales–, es un problema de distribución. Ninguna de las medidas que proponen “los economistas” dejan de tener impactos sobre la manera en que se distribuye la riqueza de un país.

En definitiva, la idea generalizada de que los economistas están para reducir costos es lo que más ha desprestigiado a la profesión. Sin duda que numerosos economistas podrán incluso defender esta idea “reduccionista” de que el único objetivo de la disciplina es reducir los costos; sin embargo, tal idea está plagada de incongruencias.

Un ejemplo notable lo proporciona la economía aplicada a problemas de salud. Según estudios realizados en Holanda, se verifica que los obesos ocupan más recursos de los sistemas de salud que las personas con pesos normales (según el Indice de Masa Corporal, reconocido mundialmente para estos efectos). Sin embargo, el mismo estudio muestra que a la larga, es decir, al calcular el gasto total en la vida, los obesos gastan menos en salud…. ¡porque mueren antes! Un economista formado en la ortodoxia liberal debiese entonces apoyar que la pandemia de la obesidad progrese en el mundo, porque al Estado le cuestan más los no obesos.

Esta aparente paradoja puede ampliarse con otro ejemplo. Los economistas miden su éxito por el aumento de la producción (en términos nacionales el Producto Interno Bruto, el conocido PIB). Empero, el PIB puede crecer fabricando armas o creando carreteras. Así, en algún momento la carrera armamentista ha sido usada por países para mantener la demanda interna y el empleo.

Adicionalmente, el crecimiento del PIB no da –de por sí– ninguna pista de cómo se distribuye la riqueza en ese país. Así como los jeques árabes vinculados al petróleo se apoderan de una parte muy importante de la riqueza nacional, en Chile, según un estudio de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, el 1% de las personas percibe el 30% de la riqueza nacional. Esto tampoco tendría importancia para los economistas ortodoxos, si el PIB crece.

En consecuencia, esa economía y esos economistas conducen a una visión tecnocrática que está muy lejos de representar a toda la economía y menos aún a lo que la población espera de sus economistas. En efecto, los economistas deben sugerir métodos y mecanismos para que aumente la producción. Pero es imprescindible agregar –como condición sine qua non– que esta aumente con una distribución que favorezca a toda la población. En la teoría, se argumenta que la manera de distribuir es mediante los impuestos que pagan las empresas exitosas, pero hay suficientes antecedentes de que los que más tienen pagan proporciones menores de impuestos, ya sea colocando las utilidades o la propiedad de las empresas en paraísos fiscales o “relocalizando las utilidades”, es decir, pagando precios superiores a los de mercado a empresas ligadas, para reducir los impuestos locales.

En definitiva, hay economistas de todos los pelajes. Lo que debe estar en el centro del interés de las personas –y, por qué no decirlo, de la prensa especializada- es el impacto distributivo que tienen las políticas económicas, porque no hay tal neutralidad en las decisiones de las autoridades económicas. Asimismo, para finalizar, no sería mala idea que los candidatos presidenciales expliciten sus propuestas de política económica sin eludir a qué grupos se pretende favorecer con cada una de ellas.

Hay ejemplos históricos que avalan la necesidad de ser claros: el subsidio a las forestales; la privatización del agua; la creación de las AFP; la ley de pesca; la fallida licitación del litio, entre otras muchas.

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