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El futuro del acero chileno Opinión

El futuro del acero chileno

Si la CAP se hubiera mantenido en el sector estatal, además de preocuparse de la rentabilidad del negocio minero, como principal conglomerado industrial de Chile, habría podido servir de impulsora de nuevas industrias que forzosamente nuestro país deberá emprender. Una unidad de la CAP debiera haberse dedicado a promover la automatización de la gran minería desarrollando robótica y vehículos autónomos. También habría tenido la oportunidad de desarrollar y producir un automóvil eléctrico económico, para el cual hay un creciente mercado interno. En fin, existirían muchas oportunidades para cumplir un rol social y de desarrollo industrial y diversificar su actual dependencia del precio del mineral de hierro.


En una extrañamente sincera entrevista, el Sr. Fernando Reitich, nuevo Presidente de la CAP, reconoce que ante la indiferencia de las autoridades se está poniendo en duda la continuidad de la principal planta de acero chilena. En un par de semanas las acciones CAP bajaron de $8.000 a $5.000, es decir, casi 40%.

El Sr. Reitich declara: “Esta acción va a valer mucha plata en el largo plazo”. Pero a los mercados no les gustan los largos plazos. Siguen a Keynes: “En el largo plazo todos estaremos muertos…”.

La planta de Huachipato está llena de recuerdos e ilusiones. Cuando se inició el proyecto en 1948 se contrató su diseño y construcción a una de las más prestigiosas empresas de ingeniería norteamericanas: Koppers. Tuve ocasión de trabajar en la planta como estudiante en práctica cuando se hacía la fundación del primer alto horno y el proyecto estaba lleno de equipo y técnicos norteamericanos. La iniciativa de la planta CAP fue decisión de la Corfo y pareció que al tomarla se decidía el camino de Chile a ser una potencia industrial.

Originalmente la planta se proyectó para solo 200.000 toneladas de acero al año. Solamente algunos años más tarde se proyectó un segundo alto horno y se pensó aumentar su producción a 500.000 toneladas anuales. Durante el gobierno de la UP y Salvador Allende, la empresa estatal emprendió un plan de ampliación que la haría alcanzar 1 millón de toneladas anuales y formar un gran conglomerado en que CAP participaría como socio mayoritario en las empresas que elaboraban sus productos, principalmente Inchalam, CINTAC, Aceros Andes, Electro metalúrgica y algunas grandes Maestranzas y fundiciones. El golpe paralizó ese proyecto y la empresa fue privatizada.

El proceso de privatización de la CAP también fue poco transparente. Cuando asumió el Gobierno electo de Patricio Aylwin, hubo un ofrecimiento de compensar a Corfo con un millón de dólares por el valor vergonzoso en que se hizo la transferencia al sector privado. ¿Qué pasó con ese ofrecimiento compensatorio a Corfo? Es todavía hoy un misterio.

Durante algunos años la producción se mantuvo poco diversificada: acero en barras para la construcción, acero laminado en frío para las diferentes manufacturas, bolas de acero especial para la molienda de minerales y lingotes de acero o fierro fundido para las fundiciones que proveen a la minería y a la industria en general.

La parte minera asociada con los japoneses, exportando pellets concentrados de hierro, tomó preponderancia en las ventas. Algunas líneas de productos para la industria nacional se fueron discontinuando: fierro galvanizado en planchas para techos y hojalata para la industria conservera dejaron de producirse.

La CAP sobrevivió sin diversificarse y siguió la gran corriente desindustrializadora que dominó a la economía chilena desde el golpe hasta el presente: de un 25% del PIB, se redujo al 10% actual y bajando. La sobretasa solicitada al Gobierno, como protección del acero en barras, solo fue concedida con un 9,8%.

En otra entrevista, el Sr. Reitich declara: lo primero es mantener el core business –la producción del hierro– y agrega: “Diversificación minera: opciones desde molibdeno al litio”. O sea, adaptándose al proceso de desindustrialización, se concentrarán más en la minería.

Si la CAP se hubiera mantenido en el sector estatal, además de preocuparse de la rentabilidad del negocio minero, como principal conglomerado industrial de Chile, habría podido servir de impulsora de nuevas industrias que forzosamente nuestro país deberá emprender. Una unidad de la CAP debiera haberse dedicado a promover la automatización de la gran minería desarrollando robótica y vehículos autónomos. También habría tenido la oportunidad de desarrollar y producir un automóvil eléctrico económico, para el cual hay un creciente mercado interno. En fin, existirían muchas oportunidades para cumplir un rol social y de desarrollo industrial y diversificar su actual dependencia del precio del mineral de hierro.

¿Habrá que esperar que la planta de acero de la CAP paralice su operación para que la rescate el Estado chileno y le devuelva su objetivo original de servir de base a la industria nacional?

Ernesto Benado

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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