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Opinión: Capitalización de la banca chilena es más débil de lo aconsejable

Manuel Cruzat Valdés
Por : Manuel Cruzat Valdés Economista, Pontificia Universidad Católica de Chile; MBA, Universidad de Chicago.
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La números de la economía chilena son sólidos: PIB de US$ 280.000 millones, con un crecimiento anual promedio entre 4% y 5%, un sector público balanceado que no le debe a nadie en términos netos. Su gasto público, que representa un 23% del pub, no genera déficits.

En términos de su balance exterior, es un país que muestra una posición de inversión casi equilibrada ( US$ 292.000 millones de dólares en activos en el extranjero y los US$ 336.000 millones dólares de los pasivos) y un déficit de cuenta corriente anual de 4% del PIB. Además, los pasivos en moneda extranjera en forma de deuda son de alrededor de US$ 120.000 millones, lo que hace que la exposición de la economía a shocks externos sea más flexible.

Se trata de una economía abierta al mundo. Comercio exterior representa más de la mitad del PIB y las exportaciones de cobre explican la mitad de los US$ 80 mil millones que Chile exporta anualmente. Pero también es una economía que ha estado sufriendo los efectos una concentración exagerada en muchos de sus mercados, con una tendencia a tener menos competencia y a que se creen carteles –a veces en forma natural–. El sector bancario ha sido un ejemplo, con los tres principales bancos privados acaparando el 50% de los préstamos y el 66% de las utilidades del sector, en un país donde los bancos juegan un papel importante en la asignación del crédito –a diferencia de los EE.UU., caso en que los bancos comerciales explican el 17% del total de los créditos del nivel 1–. Desde una perspectiva macroeconómica, su mayor riesgo –y uno muy importante para la economía– se encuentra en su bajo nivel de capitalización. A junio de 2013, los activos bancarios totales ascendían a US$ 293 mil millones, los créditos eran US$ 205 mil millones, los depósitos llegaban a US$ 50 mil millones, depósitos a plazo US$ 129 mil millones y los activos líquidos tocaban US$ 23.500 millones (8% del total), sin ajustes contables de mencionar. Por otro lado, el sector tenía un nivel de capital básico (Tier 1- Basilea) de US$ 30.600 millones y activos ponderados por riesgo equivalentes a US$ 232 mil millones.

A simple vista parecería ser que el sector esta bien capitalizado, pero una razón importante de esta cifra de solvencia al parecer tan sana es que el capital básico (Tier 1) incluye bonos subordinados convertibles, que representan el 30 % del capital básico, y se contabilizan como si fueran capital, que no lo son. Sigue existiendo un mandato normativo que obliga al Banco Central a garantizar depósitos a la vista que es tan amplio  –incluye todos los pasivos a la vista–, que no hay beneficio efectivo en convertir esos bonos subordinados en activos líquidos (además ocurriría demasiado tarde para ser efectivo en caso de crisis), un hecho que por sí mismo debería hacer que estos bonos no califiquen como capital básico bajo los estándares de Basilea.

Las cifras anteriores pueden no ser fáciles de entender, pero en marzo de 2013, la Superintendencia de Bancos e Instituciones Financieras (SBIF), en su informe anual, publicó un resumen de solvencia bancaria de varios países, y Chile aparecía como uno de los menos capitalizados para los años 2011 y 2012, con ratios de solvencia sólo similares a las economías avanzadas, donde ninguna autoridad se atrevería a decir hoy que supervisa un sistema bancario bien capitalizado –todo lo contrario, hay una gran presión para mejorar los niveles de capitalización de la industria–.

Para complicar más las cosas, en abril de 2013, el vicepresidente de la Federal Deposit Insurance Corporation (EEUU) escribió un artículo titulado "Basilea III Capital: Una Ilusión bien intencionada", que sigue la dura crítica que hizo Andrew Haldane, funcionario del Banco de Inglaterra y autor de "El perro y el Frisbee", el año pasado en Jackson Hole, Wyoming, donde dijo que las normas de Basilea fracasaron profundamente cuando eran necesarias durante la crisis de 2008. Señaló que un sistema bancario más capitalizado y bajo ratios de apalancamiento más fuertes y claros, con menos discreción para definirlos y estimarlos –como ocurre actualmente con los parámetros de Basilea–, sería mucho mejor para el bien de la estabilidad financiera de los sistemas bancarios.

El sistema bancario chileno parece estar fuera de tono de estas tendencias correctivas y debería comenzar a prepararse para hacer los aumentos de capital correspondientes. La era de retornos excesivos y bajos niveles de capitalización con la garantía implícita del gobierno se está acabando. La banca es un grupo de presión difícil de enfrentar, pero la salud de la economía no se puede poner en riesgo por su rechazo a aceptar mayores niveles de capitalización y su probable incapacidad para enfrentar una recesión sin la ayuda del Banco Central o del Estado, como la que tuvo en la crisis de 1982, o como la banca norteamericana la tuvo hace 5 años. No necesitamos que más contribuyentes sean puestos injustamente en la línea de riesgo. Lo que sí necesitamos son inversores que se arriesguen sin las garantías y subsidios implícitos o explícitos del Banco Central o del Estado, bajo un escenario de más competitividad y regulación moderna y actualizada.

Manuel Cruzat Valdés

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