Publicidad

Opinión: Una reforma hecha a medida de los más ricos


Resulta sorprendente constatar que los políticos viven en una burbuja, y que aun cuando se esfuercen por ayudar a los más pobres, terminan siempre beneficiando a los más ricos. Será porque no conocen cómo funciona en verdad el sistema, o porque es tanto el resentimiento acumulado, que en vez de elaborar estrategias inteligentes ad hoc a sus objetivos, se enredan en la minucia, que terminan pagando inexorablemente los más pobres.

El diagnóstico es acertado e irrefutable, puesto que Chile es un país dividido en dos realidades radicalmente distintas, y efectivamente mientras unos pocos, como decía Juan Cristobal Guarello, no sólo nacen al lado de la meta, sino que además hacen ostentación de ello, otros, los más, ven desde lejos la riqueza, sintiéndose desplazados y discriminados.

El Estado no ha cumplido la función integradora, ni arbitrado las medidas para que los que nacen muy atrás de la partida se acerquen, ni ha logrado tampoco que los que están cerca de la meta, al menos, corran respetando las reglas.

Se ha limitado a cobrar un peaje por el juego, y distribuirlo en formas más o menos razonable entre quienes, los que dirigen, entienden que corren con desventajas. Las reglas sin embargo son peculiares, pues para correr todos deben pagar. No importa el orden de partida. Tampoco la ayuda que tengan. Si juegan, pagan.

Como el juego es injusto, y siempre ganan los que parten adelante, se corre el riesgo de que, los que siempre pierden, se rebelen y dejen de jugar. Al menos hasta que cambien las reglas y puedan ellos también ganar o acercarse aunque sea un poquito a la meta.

Como todos quieren jugar, y no quieren correr el riesgo, deben consensuar un cambio, que convenza a quienes se están rebelando y quieren dejar de jugar.

El árbitro que ahora fue designado por el grupo de los perdedores, tiene el poder de hacer cambios. No muchos, porque, si los hace, los que siempre ganan pueden decidir cambiarse de cancha y dejar el juego sólo a los que siempre pierden. En un escenario así, ni siquiera hay ganadores, y por lo tanto quedan pocas ganas de jugar.

El problema es que a este árbitro, con el afán de satisfacer a su grupo, le importa poco colocarles vallas a los que vayan adelante para que al menos les cueste llegar. No consideran ni tampoco ponderan que esas vallas quedan en la cancha y contra ellas se tropezaran los que lo eligieron. El juego terminará a tropezones, y con una carrera en la que no querrán participar competidores de otras carreras, que están acostumbrados a ganar sin tanta tranca. Sin esos competidores, el árbitro dejará de ganar lo que ingresa por entrada y que se gasta en preparar al grupo que lo eligió. Raya para la suma, las vallas deben colocarse en el lugar preciso. Mientras más cerca de la meta, mejor, porque eso implica afectar menos a los que vienen detrás, a los que en todo caso les es muy difícil llegar a ese lugar. Más cerca de la partida, en cambio, más afecta a los que parten detrás.

Todo esto, a propósito de la reforma de Bachelet. Sus objetivos loables. Su propósito excelente. Las vallas mal puestas. Están tan a la entrada que sólo afectarán a los que parten de atrás; a los que llegan delante, poco o nada.

Me explico y ahora con ejemplos prácticos. ¿Quiénes, pregunto, son los que menos tienen para asesorarse?. La respuesta es obvia, los más chicos. ¿Si a los más chicos les enredamos la aplicación del sistema, en qué se traduce ese enredo?, en que tendrán que pagar más para asesorarse. Más a los contadores, y más riesgo de equivocarse. Ocurre que la reforma en vez de simplificar el sistema lo enreda.

Obliga a llevar cuatro registros que deberán convivir por un buen tiempo con el FUT. ¿La administración de esos registros, la hará el dueño del negocio o el contador? Si es el contador, ¿lo hará por el mismo dinero de antes o por más dinero?, y ese más dinero, ¿quién lo paga, el Estado o el empresario chico? Luego pregunto: ¿quién tiene mayor morosidad, el empresario chico o el grande? Obviamente que el chico, el grande es el que impone sus condiciones; si es el Pyme o microempresario, ¿cómo se ve que deba pagar por una utilidad que no ha recibido?. Mal, muy mal, porque le afectará la caja y el endeudamiento. ¿Quién gana?: los bancos. ¿Quiénes son los que más han ganado?: los bancos. Se obliga a las S.A. abiertas a retener un 10% sobre la utilidad devengada. Los chicos felices, no somos accionistas, dicen. Respuesta equivocada, lo son a través de las AFP. Ahora van a perder el crédito que nunca les han devuelto, más un 10% que se calcula no sobre el dividendo recibido, sino sobre la utilidad devengada. ¿Quién pierde?: el personaje que anda de a pie, en metro y que confía en que algún día se quedará en la casa, regando las plantas, jugando con los amigos o viendo televisión. Lo hará, pero con una menor pensión. ¿Por culpa de quién?: de una reforma que quiso ayudarlo, pero que terminó por ayudar adivinen a quién: los bancos, pues si las empresas tienen menos caja, deberán endeudarse, ¿y con quién? con los bancos, las financieras o el retail. ¿Quién compra los artículos que necesita para su negocio en supermercados o negocios afines? ¿La gran empresa que recurre al fabricante o el pequeño local que se surte con el supermercado de la región? Adivinen la respuesta.

Pues bien, ese personaje ahora deberá gravar con un 40% todas las compras que pasan de 1 UTM, esto es, algo más que 40.000. ¿A quién afecta?: a los locales chicos de barrios, a los restaurantes de pueblos, a las oficinas de profesionales que se proveen en negocios afines. Raya para la suma, nuevamente quien resulta perjudicado, el chico. Es que ahora podrán depreciar en forma instantánea, compran y llevan a gasto. Pregunto: ¿los chicos tienen caja para comprar, o sólo les alcanza para ir a un leasing? Si es lo segundo, significa que no son dueños y, por lo tanto, no podrán depreciar. ¿Qué ocurrirá?: Lo vaticino, los Bancos y los leasing les dirán ok, yo les vendo el activo, para que lo deprecien, pero como tengo más riesgo, el interés sube. ¿Quién pierde?: El PyME. Se suprime el beneficio del ingreso no renta para personas naturales, dueñas de más de un bien raíz. ¿Afecta eso a los grandes, que tienen inmobiliarias dueñas de varios cientos de departamentos y metros cuadrados? No. Se elimina el crédito de las contribuciones para las inmobiliarias, ¿en qué se traducirá?: en una mayor renta de arriendo. ¿Quién arrienda?: los que no tienen casa propia, y los locatarios del comercio, que venden a los que consumen, que son precisamente los chicos. ¿Qué va ocurrir?: un mayor precio. ¿Quién paga?: el más chico. Se aumenta el impuesto de timbre, ¿quién se endeuda?, el que no tiene. ¿Quién paga el alza?: el más chico y las PyMES. Se incluyen cláusulas antielusivas y se sanciona al asesor. ¿Quién paga mejor asesoría?: el que más tiene. ¿Podrá asesorarse el PyME si el asesor le va cobrar más, por el riesgo? La respuesta ES NO. ¿Quién seguirá entonces orientándose?: la respuesta obvia: el más grande. ¿Quién gana?: el más grande.

¿Qué proponemos?: algo obvio: Que las empresas que ganan más paguen más. Como las personas. ¿Qué más?, que el FUT, que se usa como mecanismo elusivo, se ajuste. Se corrija, pero se conserve, como lo que se supone es, esto es, una herramienta para el ahorro.

¿Quién gana con esto?: el chico. ¿Por qué?: porque pagará menos. Menos PPM. Menos impuesto. Mayor caja para sus negocios. ¿Quién pierde?: el más grande: Tiene más utilidad, paga más. Si hace trampas, se sanciona. Si quieren con la cárcel. Da lo mismo. El evasor debe ir preso. Pero no debe confundirse con el que orienta para que el empresario elija lo que más le conviene.

La historia sirve y mucho, si los cambios no se hacen bien, quien paga no es el diputado o senador de turno, que son aves de paso. Quien paga es el pueblo, mismo que siempre ha soportado los impuestos. En Grecia los que pagaban no eran los ricos sino que los metecos (extranjeros). Lo mismo pasaba en Roma, donde quienes pagaban eran o los pueblos sometidos, que soportaban el vectigal (suerte de compensación por el cultivo de las tierras del Estado), o toda la comunidad que pagaba el centessima rerum venalium (1% sobre valor intercambiado). En la Edad Media ni el clero ni la nobleza pagaban impuestos. La clase social que pagaba era el pueblo. Sólo en 1788, el Tercer Estado (pueblo) se atrevió a desafiar al gobierno monárquico, que había apoyado al clero y la nobleza, e impulsó la aprobación de una medida que otorgaba únicamente a la Asamblea Nacional el poder de legislar en materia fiscal.

Esta decisión que motivó el denominado Juramento del Juego de la Pelota, fue el antecedente inmediato de la Revolución Francesa, por cuanto a la reacción del rey de movilizar su ejército a París y Versalles, siguió la insurrección del pueblo (Toma de la Bastilla). Sólo con esa presión, menos de un mes después, el clero y la nobleza renunciaron a sus privilegios (exenciones tributarias). Sin embargo, tras la revolución, los "notables" que querían defender, con el apoyo del ejército, los intereses de una burguesía salida de la Revolución, promovieron a Napoleón, quien después de hacerse paulatinamente de todo el poder, reforzó a la burguesía, otorgándole beneficios tributarios. Lo anterior, que importó el triunfo de la burguesía y preparó el camino para la expansión del capitalismo, constituye el marco en que se desenvuelve la imposición en los Estados contemporáneos.

Christián Aste, Abogado, Presidente Comisión Tributaria CNC

Publicidad

Tendencias