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Ouh là là, Piketty


Thomas Piketty acaba de rechazar  las insignias de la Legión de Honor de la República de Francia.

Me golpea. Porque admiro a Piketty y a la Legión de Honor.

Aunque él aclara que no es un rechazo al gobierno del Presidente Hollande, la noticia fue un portazo de Año Nuevo para el anuncio formal con que el 1 de enero se daba la primicia de los nominados del 2015.

La distinción al académico e investigador, propuesta por la señora Secretaria de Estado para la Enseñanza y la Investigación, constituye el más serio reconocimiento oficial de Francia, que se suma a una popularidad y éxito que Piketty está recibiendo en diferentes partes del mundo.

Pero, “…Ouh là là” , insistió Piketty  el 4 de enero, “… en todas las ceremonias (de la Legión de Honor) a las cuales he podido asistir… me he dicho siempre… no tengo ganas de eso para mí”… “es una concepción anticuada del Estado decidir quién es el grupito de ciudadanos honorables, cuyos méritos resplandecientes deben ser reconocidos”… ”es una concepción del Estado que me parece totalmente anticuada”. Y punto.

Puso en tensión dos bienes que seguimos admirando. La admiración hacia su brillante calidad de luchador contra las injusticias del sistema desregulado de libre mercado y el aprecio centenario que existe a la institucionalidad republicana que premia el mérito ciudadano. Napoleón  la creó con un sentido revolucionario. Reconocer el patriotismo de los que no van a la guerra. El entonces Primer Cónsul Bonaparte consideró inaceptable reducir el otorgamiento de las condecoraciones solamente a los militares y estableció en 1802 la Legión de Honor como la mayor distinción de Francia para “recompensar la bravura militar y el mérito civil”. Por este mérito civil de ciudadanos, este 2015 se le dio el grado de Gran Oficial a la doctora en Física Claudine Hermann; al doctor Alain Mérieux, luchador contra las enfermedades infecciosas; a la soprano Mady Mesplé, y la Gran Cruz para el veterano de la Resistencia Jean-Louis Crémieux, entre otros. Pero sin Piketty. Él está en su total derecho y bien ganado.

Un millón y medio de ejemplares vendidos de su libro contra las desigualdades y la concentración del capital. Estrella del debate de la economía en USA. “Marx 2.0”, según Time. Recibido en la Casa Blanca. Traducido a varios idiomas, con una edición en español lanzada en noviembre. Si bien, según Le Monde-Magazine (junio 2015), Piketty no sería “profeta en su tierra”, él mismo lo desmiente señalando que proporcionalmente su libro es más vendido en Francia que en USA. Y su designación para la Legión de Honor agrega el aprecio del Estado francés a la labor de Piketty, valorándolo en su expresión máxima.

Conversar con él en su oficina en París es un privilegio. Me impacta la sencillez de su espacio en el barrio 14º en París. Guardo silencio. Me limito casi a tomar notas.

Lo escucho y me emociona ver que en la conversación se expresa con la misma simpleza con que se esfuerza en su libro para hacernos entender los misterios de la economía con palabras directas en materias por las que hemos dedicado una vida marcados por el significado profundo de las palabras Justicia, Libertad, Democracia.

Ahora escribo sin pretensiones reflexivas de interpretarlo. Que hable él por sí mismo. Transcribo de mi cuaderno: “Hay que democratizar el saber económico”, me explica. “Hay que reabrir las preguntas… establecer más transparencia democrática sobre las utilidades… establecer control con instituciones sólidas. Hay que evitar reparticiones extremas”.

La escena no puedo  asociarla a la definición de  “rock-star de la economía”, como lo bautizó The New York Times y los medios en USA. Mantiene su escritorito en la prestigiosa Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales (EHESS), en una pieza de 3 x 3, desde donde salió su producto de interés mundial.

En tiempos de pragmatismo, refresca el ideario político escuchar: “Yo creo en el poder de los libros, en el poder de las ideas”. Y consciente, sin que se lo diga, de nuestra impaciencia por asegurar éxitos en los plazos de gobierno dice: “Hay que ser pacientes… son dinámicas largas”.

En el suelo de su oficina veo las rumas de la versión en portugués. Sirve el café. Escucha de Chile y procesa nuestra curiosidad con atención y respeto.

Cuando lo escucho parece respondiendo, sin conocerlos, a los que para oponerse a la Reforma Tributaria del gobierno de la Presidenta Bachelet prometen crecimiento si se les bajan los impuestos. “No hay ejemplos en el mundo en que bajar los impuestos haya provocado más desarrollo y más riqueza”, sentencia con tranquilidad. Al contrario, subiendo tasas impositivas a los mayores ingresos, países que con buena administración alcanzaron altos niveles de desarrollo. Los economistas pueden explicarlo mejor. Los datos de Piketty lo fundamentan. La política es la responsable de la acción para aplicarlos y hacer pedagogía en el debate público.

En la modestia de su mesa de trabajo de  investigador, refuta con datos reales los malos augurios al aumento de impuesto a los mayores ingresos. Sonríe y me dice: “Escribo para los que leen y no para los políticos”. “Quiero contribuir a la opinión dominante”, dijo a Le Monde… Yo tengo más impacto interpelando a los responsables políticos que tomando un desayuno con ellos”. Sabe que los cambios a las desigualdades requieren decisión de los que fijan las reglas del juego: los políticos. Quizás por eso sus investigaciones remecen, porque van más allá del diagnóstico, concluyen interpelan, promueven.

Como ya hace años que dejé de sacralizar a libros y personas, sigo con serenidad el debate de sus detractores. Pues se nos derrumbó la estantería pero no el alma.

Piketty trae instrumentos para la acción. Deben ser considerados como datos del debate en este nuevo ciclo de voluntad de cambio.

Por eso coincido con el vocero del Presidente Hollande, Stephane Le Foll : “Es el papel del gobierno (mandatado por el pueblo soberano) y de la República decidir quiénes son los meritorios de la Legión de Honor”. Piketty la merece.

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