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Chile 2014: ¿Cambio de Rumbo?


Hay al menos tres frentes que generan incertidumbre respecto al desempeño futuro de nuestra economía, el externo, con un escenario económico internacional que, aunque mejor, provoca amenazas sobre las economías emergentes; un proceso de desaceleración interno, que preocupa por su intensidad, y un cambio político, que en esta oportunidad ha permeado con más fuerza hacia el ámbito económico, generando un importante grado de incertidumbre en parte de los agentes económicos. En los párrafos siguientes Intentaremos delinear un escenario probable de desenlace para cada uno de estos frentes.

En lo externo, seguimos pensando que, aunque con algunos elementos negativos, el escenario económico mundial para el presente año es mejor al de los anteriores, gracias a un crecimiento cercano a los estándares históricos, más equilibrado entre las distintas zonas, y con las economías desarrolladas comenzando a dejar atrás la crisis. Esto se hará sentir positivamente sobre nuestro sector exportador, cuyos destinos distintos de cobre se dirigen en gran medida a dichos mercados.

El aspecto negativo en el escenario externo, no es más que una consecuencia de la gradual normalización de la política monetaria norteamericana, que irá reduciendo gradualmente sus inyecciones extraordinarias de liquidez, con un impacto al alza en las tasas de interés de mercado, lo que, junto con mercados bursátiles más atractivos, atrae de vuelta los capitales que se mantenían invertidos en las economías emergentes. Visto desde la perspectiva de estas últimas, disminuye y se encarece el financiamiento externo, provocando de paso una general depreciación de sus monedas.

Esto ha obligado a aquellas economías que se encontraban en una posición más expuesta, con alto Déficit en Cuenta Corriente, bajas reservas o fuertes vencimientos de deuda de corto plazo, a tomar medidas para evitar una devaluación excesiva de sus monedas, como es el caso de Brasil, Turquía o Sudáfrica, por dar algunos ejemplos, economías que se han visto forzadas a subir sus tasas de interés para evitar una mayor salida de capitales. Evidentemente en estos casos las expectativas para dichas economías empeoran, generando también algún contagio a otras que, aunque menos expuestas, son también castigadas por los mercados.

Nosotros, rompiendo la tradición histórica, frente a este relativo estrechamiento de la liquidez mundial nos hemos dado el lujo de bajar las tasas de interés, lo que, junto con otros elementos, permite entender que la devaluación del peso haya ya superado los niveles que hasta hace poco se preveía alcanzaríamos hacia fines del presente año. La razón, es bastante evidente que nuestra autoridad monetaria quería una devaluación de nuestra moneda, como una forma de enfrentar la gradual declinación del ciclo de fuerte inversión extranjera en la minería del cobre. Puntualmente sobre esto, pensamos que nuestra moneda ya se devaluó todo lo necesario, lo que hace pensar que alzas adicionales en el nivel del dólar observado es muy probable que sólo se traduzcan en más inflación, cuestión que esperamos nuestro Banco Central tenga presente al momento de decidir nuevos recortes en la Tasa de Política Monetaria (TPM).

Respecto del proceso de desaceleración en el crecimiento, segundo frente que genera incertidumbre, se ha materializado con algo de mayor intensidad que la prevista hace sólo unos meses por nuestras autoridades y el mercado en general. Probablemente serán el último trimestre del año pasado y el primero del presente, los dos períodos más bajos en materia de crecimiento, situación que debería ir mejorando gradualmente a lo largo de la segunda mitad del año, asumiendo un efecto favorable del mayor crecimiento de nuestros socios comerciales y de una importante devaluación real de nuestra moneda sobre nuestra industria exportadora distinta del cobre.

Sin embargo, pensamos que hay buenas razones para estimar que el crecimiento tendencial de mediano plazo debería ser algo menor que el anotado en promedio los últimos años. Esto en la medida que la merma en el ritmo de crecimiento responde sólo en parte a un comportamiento cíclico normal, mientras el resto de la explicación se encuentra en factores estructurales que tienden a afectar negativamente nuestro potencial de crecimiento. Entre ellos, un creciente costo de la energía con proyecciones poco alentadoras para los próximos años; un encarecimiento de la mano de obra que va más allá del crecimiento de la productividad, escasez de recursos hídricos, particularmente crítica en la zona norte del país, y una anunciada reforma tributaria que, en el margen, afectará el retorno esperado de los proyectos de inversión.

Desde esta perspectiva, es perfectamente válido cuestionar la utilidad de seguir intensificando la política monetaria expansiva, toda vez que ello no logrará revertir el impacto negativo de factores estructurales y que la merma cíclica de la demanda es sana, contribuye a disminuir el alto déficit en Cuenta Corriente y, al impactar la actividad, a descomprimir el mercado laboral que a todas luces se encuentra en pleno empleo. Recordemos, da la impresión que a veces se olvida, que el mandato central de nuestro Banco Central es la estabilidad de precios y el cumplimiento en los pagos internos y externos, no el crecimiento o la mantención de pleno empleo en el mercado laboral.

Con todo, el crecimiento este año debería situarse en torno al 4 %, con una composición sectorial algo más equilibrada entre los sectores transables y no transables, a diferencia de los últimos tres años, en que fueron estos últimos, que responden a la demanda interna, los que explicaron el grueso del crecimiento. El frente más complejo que genera incertidumbre es el tercero mencionado en la introducción, el político. La campaña presidencial última, más que las anteriores, apeló a un discurso más rupturista, que alimentó fuertes expectativas de cambios tendientes a aumentar la protección social y a mejorar la distribución del ingreso. El temor, como es lógico, es que en el intento de alcanzar tan loables intenciones, sacrifiquemos una parte relevante de nuestra capacidad de crecimiento económico, lo que paradojalmente, podría ir finalmente en contra de los mismos objetivos planteados.

No se debe olvidar que la única forma conocida de mejorar en forma sostenida el ingreso de las familias en el largo plazo, es por la vía de incrementos en la productividad del trabajo que sostengan el incremento en las remuneraciones reales. Como lo señalara hace algunas semanas Andrés Velasco, en un seminario académico, una de las mayores desigualdades que muestra nuestra economía entre los segmentos más pobres y los más acomodados es en el acceso al mercado laboral. Para tener una referencia, según el análisis se Velasco, en el primer decil, el más pobre, sólo el 26 % de la población potencialmente activa tiene acceso a un empleo, y sólo el 8% a uno formal. Por el contrario, en el décimo decil, el más rico, el 76 % tiene acceso a un trabajo, el 70 % de ellos a un empleo formal. Es decir, el decil más rico tiene 3,2 veces más empleo que el decil más pobre, siendo esto central para explicar la diferencia en el ingreso familiar.

Lo anterior es importante porque muestra que muchas veces las prioridades en el diseño de políticas públicas no son las adecuadas. Así, parece más razonable aplicar subsidios y apoyo para aumentar la participación laboral en los segmentos más pobres, aumentar la cobertura de salas cuna, aumentar la cobertura y calidad de la educación preescolar, todo lo cual no sólo ayuda a mejorar y hacer más pareja la calidad de la educación sino también, de paso, facilita la incorporación de la mujer al mercado laboral. Sin embargo, vemos que muchas veces el discurso político es capturado por los movimientos sociales y que ideas como la gratuidad universal de la educación superior, se encuentran entre las prioridades programáticas del próximo gobierno.

Como lo hemos dicho en ediciones anteriores de este informe, el mayor error de la candidatura de Michelle Bachellet ha sido el de alimentar demasiadas expectativas en la población, cuestión que hace más difícil gobernar, aunque sea con una amplia mayoría parlamentaria, toda vez que la calle va a pedir más resultados y más rápidos que los que cualquier gobierno puede lograr. Así, el nuevo gabinete, que está conformado por personas técnicamente muy bien calificadas y que no se prestará para populismos o improvisaciones de corto plazo, tendrá que gastar parte importante de su tiempo y energía a contener y encausar las expectativas de la población hacia niveles más realistas.

Con todo, temas centrales de nuestro exitoso modelo económico no están en la agenda de cambios, como es la fortaleza de nuestra institucionalidad macroeconómica, basada en un Banco Central Independiente y en una regla Fiscal responsable. Así, aunque la reforma tributaria, que será amplia y largamente discutida, generará incertidumbre, apostamos por que será acotada.

Finalmente, una buena señal sería observar una reversión en una tendencia preocupante que puede observarse en los últimos meses, a saber, la divergencia entre las expectativas económicas de las personas, que mejoran y se encuentran en muy buen nivel, según muestra el indicador IPEC de Adimark, y de las Empresas, que se deterioran, según muestra el indicador IMCE que calcula ICARE con la Universidad Adolfo Ibáñez. No se debe olvidar que son las empresas las que invierten y contratan mano de obra, a buen entendedor, pocas palabras….

Tomás Izquierdo Silva

(Esta columna es parte del informe mensual de febrero de Gemines)

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