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La promesa y los retos de ‘Chilecon Valley’

La promesa y los retos de ‘Chilecon Valley’


Cuando Andy Josuweit se graduó de la Universidad de Bentley en Boston, no se dirigió a Silicon Valley para perseguir sus sueños de crear una start-up tecnológica. En cambio, hizo maletas y voló a Chile, atraído por un programa gubernamental que ofrece a emprendedores de todo el mundo una visa de residencia y US$40.000 para desarrollar una idea.

El programa, llamado Start-Up Chile, fue lanzado en 2010. Su objetivo fue reducir la dependencia del país de las exportaciones de materias primas y convertir a Chile en centro de innovación y tecnología de América Latina. Fue un experimento audaz, aclamado por los economistas que durante mucho tiempo han advertido a aquellas naciones ricas en recursos naturales sobre la necesidad de diversificarse.

Cinco años después, los resultados son mixtos. Start-Up Chile ha puesto a un país conocido por sus grandes minas de cobre en el radar de expertos mundiales de tecnología, que han apodado a Santiago, su capital, como “Chilecon Valley”. Casi 18.000 nuevas empresas de 130 países se han postulado, y cerca de 1.050 de 77 países (20% de ellas de Chile) han sido admitidas al programa, que requiere a los postulantes operar en el país durante al menos seis meses.

A la llegada de estas nuevas empresas se atribuye un renovado interés por los emprendimientos empresariales a nivel local. Quienes apoyan la iniciativa dicen que ésta ha cambiado las actitudes de los chilenos y los ha provisto de una red global de contactos de negocios.

Sin embargo, Start-Up Chile gastó US$40 millones en subvencionar estos proyectos de negocios, y sus logros económicos han sido limitados. Alrededor de 80% de las empresas extranjeras aceptadas dejan el país después de haber cumplido la estancia requerida de seis meses. Cerca de 300 nuevas empresas son aceptadas cada año, pero la gran porción que opta por irse del país destaca los obstáculos que Chile todavía enfrenta para el fomento de la iniciativa empresarial y la innovación fuera de sus industrias básicas.

Josuweit, un empresario de 28 años de edad de Pennsylvania, regresó a EE.UU. después de ocho meses. Ahora dirige Student Loan Hero, un servicio de pago de préstamos estudiantiles en Nueva York.

“Allí es donde están nuestros clientes, y sentimos que necesitábamos estar haciendo entrevistas [a posible] clientes y estar cerca de ese grupo demográfico”, dijo Josuweit.

Aljosha Novakovic, un graduado de 25 años de edad de la Universidad de California en Santa Bárbara, regresó a San Francisco después de pasar un año y medio en Chile administrando Medko Salud, una firma que ayuda a los estadounidenses a encontrar médicos con buena reputación en el extranjero.

“Los inversionistas y los consejos que recibes allí [en Chile] y aquí [en EE.UU.] son un poco diferentes”, dijo Novakovic. “En Chile no hay muchos inversionistas sofisticados ni personas que sean verdaderos asesores de startups, así que no hay tanto incentivo para quedarse”.

El financiamiento de nuevas empresas tecnológicas en América Latina sigue siendo mucho menor que en EE.UU., pero está creciendo rápidamente. El año pasado, las inversiones de capital de riesgo en América Latina totalizaron US$526 millones, frente a US$63 millones en 2010, según el Latin American Private Equity & Venture Capital Association, con sede en Nueva York. La mayoría de los administradores de dinero están en Brasil y México, los mercados más grandes de la región.

Empresarios chilenos y extranjeros dicen que la falta de inversionistas de la fase inicial de una empresa es sólo uno de los inconvenientes. A menudo, los inversionistas exigen un alto porcentaje de participación en la compañía, a veces la participación mayoritaria.

“La recaudación de fondos es increíblemente difícil”, dijo Francisco Troncoso, emprendedor chileno y cofundador de Uanbai, que permite a las empresas recibir pagos en Twitter y otros medios sociales. “Ellos no entienden el espíritu empresarial. Quieren seguridad, el trato terminado. Y quieren un gran pedazo de la torta”.

Mientras tanto, la diversificación de la economía chilena se ha vuelto más urgente que nunca en momentos en que la demanda de cobre, la exportación más importante del país, ha disminuido. El año pasado, la economía de Chile creció sólo 1,9% frente al 5,8% de 2010.

Chile tiene mucho a su favor. Las empresas se sienten atraídas por su estabilidad política y su clasificación como uno de los países menos corruptos de América Latina. Los residentes disfrutan de sus vinos, de sus montañas nevadas y de su escarpada costa.

Pero los nuevos negocios todavía enfrentan complicaciones. El informe “Haciendo negocios 2015” del Banco Mundial, que compara las regulaciones en 189 países, coloca a Chile debajo de Colombia, México y Perú en la lista de países con facilidad para operar una empresa.

Alberto Rodríguez, director del Banco Mundial para Chile, Bolivia, Ecuador, Perú y Venezuela, dijo que los países necesitan todavía crear un ambiente más propicio a los negocios, centrándose en áreas tales como la regulación y la infraestructura.

“Ahí es donde Start-Up Chile me preocupa un poco”, dijo Rodríguez, quien añade que el programa sigue siendo una iniciativa “fascinante”. “Ellos están ayudando a muchas empresas a empezar, pero la evidencia [de crecimiento posterior] es muy limitada”.

Hernán Cheyre, ex vicepresidente de CORFO, la agencia gubernamental que supervisa Start-Up Chile, dijo que la reciente reforma tributaria de la presidenta Michelle Bachelet y los planes para cambiar el código del trabajo pudo haber afectado la confianza de los empresarios, mientras que otras regulaciones socavan la competencia. “Si solo nos concentramos en crear subvenciones públicas para [nuevos] proyectos pero no creamos las condiciones para tener un campo abierto para que cualquiera pueda desafiar [a un competidor establecido], como Steve Jobs hizo con IBM, no conseguiremos nada”, dijo.

Algunos escépticos de Start-Up Chile también cuestionan si los empresarios que atrajo son aquellos que pueden aprovechar mejor las fortalezas actuales de Chile, como la minería o la agricultura.

“La idea de que Start-Up Chile podría crear un Google en Chile era un disparate”, dice Gonzalo Rivas, jefe del Consejo Nacional de Innovación del Gobierno. “Es necesario construir desde donde se es realmente fuerte. Si usted es capaz de vender [algo] a una empresa minera que opera en Chile, [va a ser] capaz de venderlo a cualquier empresa en el mundo”.

De hecho, las empresas de Start-Up Chile que supieron aprovechar las fortalezas económicas del país resultaron exitosas. Biofiltro desarrolló una tecnología orgánica de tratamiento de aguas residuales que se empleó en viñedos, plantas de procesamiento de alimentos y granjas lecheras de Chile antes de expandirse a industrias similares en California. Bureo hace patinetas con redes de pescadores del país recicladas, que se venden en línea y en EE.UU.

Start-Up Chile dice que trabaja para conseguir que más emprendedores se queden. Este año, comenzó un fondo de seguimiento para darle a algunas compañías US$100.000 más. Para obtener el dinero, las firmas tienen que incorporarse en Chile, acordar quedarse al menos un año, proveer asesoría a posibles emprendedores y cumplir con otros requerimientos.

Reportaje publicado originalmente en el Wall Street Journal

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