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La invisibilización del pueblo palestino y la guerratización del espacio Opinión

La invisibilización del pueblo palestino y la guerratización del espacio

Rolando Garrido Quiroz
Por : Rolando Garrido Quiroz Presidente Ejecutivo de Instituto Incides. Innovación Colaborativa & Diálogo Estratégico
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La guerratización del espacio (llevar la guerra al territorio donde vives) siempre ha sido un crimen organizado y un negocio.


La “guerra entre Hamas e Israel” es un titular por invisibilización. Similar al “conflicto mapuche”. En el primero, desaparece el pueblo palestino y su derecho a ser Estado y, en el segundo, se oculta al Estado de Chile como parte de un conflicto histórico. La guerratización del espacio (llevar la guerra al territorio donde vives) siempre ha sido un crimen organizado y un negocio.

¿Le suena el título “Pacificación de la Araucanía? ¿O cualquier otro proceso de pacificación? Bien, eso es una estrategia militarista en la cual participan civiles y militares con una finalidad política institucional, para imponer un determinado orden, donde se somete, arrincona o extermina a un actor identificado como enemigo en esa lógica de pacificación, que tributa a la paz del vencedor.

Cuando las personas, las instituciones o los países hablan de paz, es evidente que no están hablando de lo mismo. Desde la edad clásica, la “pax romana” (orden y autoridad) no es lo mismo que la paz griega “eirene” (serenidad en el grupo/armonía entre los diversos) o cómo se entiende en nuestros días la paz sostenible que propone la ONU (2016; resoluciones A70/262 / S/RES/2282) y la paz ecosistémica que formula Incides desde las ciudadanías en los territorios.

Hoy en día, se plantea el desafío de construir cultura e infraestructura de paz, donde los enfoques para el tratamiento de los conflictos se diversifican entre gestión, regulación, terminación, resolución o transformación, y aparece más apropiado hablar de la paz como proceso de construcción situado y significativo, algo así como “las paces en los territorios”. La pluralidad en el lenguaje y en el ejercicio del poder de las personas y las instituciones resulta clave, para entrar a la comprensión de fenómenos de alta complejidad e incertezas.

Construir cultura de paz implica transformar una cultura de la violencia con evidencias visibles y no visibles en su manifestación, para transitar hacia un saber hacer las paces como concreción dinámica. En ese espaciotiempo emergen trayectorias y proyectos para co-construir dicha condición de posibilidad, ya que las paces se construyen cotidianamente en la producción de saberes, hábitos, pensamientos, estrategias, planes de acción y sostenibilidad del esfuerzo, similar a optar conscientemente por la democracia como sistema de convivencia política y social.

La paz y la democracia no están dadas por meros actos declarativos o ciertas reglas del juego y prácticas ya que, en la dinámica del juego social, existen otros actores que creen y actúan para socavar el orden democrático, mediante el ejercicio de las violencias directas, estructurales y culturales, instaurando regímenes autoritarios, semimonárquicos, autocráticos, populismos o dictaduras gestadas por civiles y militares con amparo internacional en pleno siglo XXI.

Construir cultura de paz viva no presupone eliminar los conflictos, sino tratarlos mediante estrategias activas, pacíficas y creativas para su abordaje multidimensional. Una cultura de paz transformadora genera infraestructuras de paz, a través de medios, tecnologías o dispositivos sociales existentes como los jardines infantiles, las escuelas, universidades, parques, plazas, teatros, centros culturales, galerías de arte, hospitales, casas de reposo, lugares de trabajo, recintos de las fuerzas armadas y policiales, museos, clubes deportivos, oficinas de gobierno central y local sea en Gaza, Cisjordania, Tel Aviv, Hebrón, la Región de la Araucanía o Santiago de Chile. De esta manera, toda construcción física que alberga a las ciudadanías en sus diversas expresiones son parte constitutiva y espacial de infraestructura de paz por activar o recrear.

Para un medio de comunicación como El Mostrador, CNN, The New York Time, El País o cualquier medio que tiene el poder de formar o deformar opinión pública es fundamental hacer pedagogía, desde el enfoque comunicacional, sobre los fenómenos de guerra, violencia, conflicto, crisis, negociaciones o procesos de diálogo. Al menos, seis fenómenos distintos en lo conceptual y entrelazados en su génesis, evolución y procesos resolutivos.

Quedarse con la punta del iceberg de un hecho noticioso y su visibilidad, implica una estrategia de invisibilización que, como la forma del iceberg, oculta o invisibiliza el real tamaño del fenómeno a observar y analizar. La consideración efectiva del tamaño, forma, multidimensionalidad, naturaleza, dinámica y data de una crisis, o una guerra como expresión de un conflicto armado es primordial, para avanzar desde la observación y análisis a procesos de diseño, planificación, gestión y evaluación en su tratamiento integral y sostenible hacia la paz.

La “guerra entre Hamás e Israel” definida por las autoridades israelíes y medios de comunicación occidental es una estrategia de invisibilización del problema palestino. La guerra es la terminación violenta del conflicto, que se abre paso cuando la política y la diplomacia son subyugadas por liderazgos formados en la confrontación como sistema funcional a la satisfacción de intereses no dialógicos y creencias identitarias cerradas.

La guerra siempre es un negocio porque activa la economía en su blanco y negro (ganancias-pérdidas) y es un crimen organizado porque releva tomadores de decisiones, recursos, contingente entrenado para matar personas y tomar posesiones ajenas, incrementando el poder y la hegemonía territorial y cultural. En lo visible, la guerra deprecia la vida humana, sube el precio del dólar y el petróleo, define o redefine alianzas, demostrando, en la actual crisis en el Oriente Próximo, que el pueblo palestino está más abandonado que nunca dentro del propio mundo árabe que se concentra en sus negocios particulares posacuerdos de Oslo.

Así, se van definiendo los valores que determinan la contabilidad de una guerra. Sabemos que Hamas no es un país, sino una organización político militar islamista de carácter terrorista en el ejercicio de su poder militar y, a la vez, una unidad de decisión político administrativa en la Franja de Gaza, dentro de la política de apartheid impulsada por Israel. La propia definición de “la Franja de Gaza” nos sitúa en una política de apartheid o de arrinconamiento territorial del pueblo palestino, en tanto estrategia colonizadora desde 1948 por parte de la supremacía expansionista israelí en su calidad de socio de Occidente, para imponer orden y autoridad (paz) en la región.

Cabe preguntarse, ¿cuál es la responsabilidad de los pueblos en relación con el tipo de liderazgos extremistas y corruptos que son electos por la ciudadanía palestina e israelí, para dirigir los destinos de dichos pueblos? Al menos podemos señalar que los electores israelíes y palestinos han preferido votar y elegir liderazgos que prometen mano dura, certezas y una pretendida seguridad, disfrazada de la idea de conseguir una paz verdadera, cambio y renovación.

Alguna vez, Silvio Rodríguez cantó…y comprendió que la guerra era la paz del futuro. Evidentemente los líderes y milicianos de Hamas, así como los políticos y militares fundamentalistas del gobierno de Netanyahu tienen bastante en común en apostar por la guerra como la forma de superar sus conflictos con todas las violencias disponibles.

Construir cultura e infraestructura de paces en los territorios es un imperativo moral y político para las ciudadanías palestinas e israelíes, así como para la comunidad internacional en general. Lo propio nos cabe como chilenas y chilenos en los aprendizajes y desafíos autorresponsables sobre nuestros comportamientos decisionales electorales, que dejan en manos de sectores atrincherados la gestión de nuestras crisis y la transformación pacífica de nuestros conflictos.

Las decisiones de hoy son la sombra del futuro o preñez para una nueva vida. No solamente otras elecciones son posibles, sino que, entre elección y elección, debemos dotar nuestros barrios y lugares de encuentro de cultura e infraestructura de paz, valorando los disensos para producir mejores consensos. Avanzar desde el debate competitivo e improductivo hacia un diálogo colaborativo y transformador es una cuestión de tecnologías sociales al alcance de la mano en nuestras plazas, recintos educativos, calles, parques y centros de aprendizaje.

La paz en el Oriente Próximo, expresada en la firma de un acuerdo, puede ser letra muerta para sus suscriptores, si esa paz no abre un proceso de transformación cultural de los sistemas de creencias que activan las confrontación y las guerras como formas de resolver los conflictos. Las paces en los territorios son prácticas cotidianas o ética visible e invisible de lo que funciona y se retroalimenta en la búsqueda de un equilibrio sostenible. Cada práctica es un proceso de adaptabilidad dinámica. Llegar a conocer al vecino, al otro, al diferente es un paso decisivo para lograr reconocerlo, validarse en la convivencia e inventarse un buen vivir compartido.

Ponerle nombre o título a la punta del iceberg, como lo absoluto de un fenómeno a enfrentar, es un acto de negación e invisibilización sobre el tamaño real de la crisis o del conflicto que tenemos por delante. El Titanic o un país no se hunde por haber visto tardíamente la punta del iceberg e impactado con lo visible de la amenaza.

El tamaño de la crisis internacional y el conflicto armado entre el Estado de Israel y las facciones militarizadas del pueblo palestino puede dimensionarse y orientarse hacia un enfoque de transformación del conflicto, en la medida en que las partes directa e indirectamente enfrentadas, junto con reconocer comportamientos, estrategias e intereses en la parte visible del iceberg, se hagan cargo de aquello que se oculta debajo de la línea de flotación y que tiene mayor peso y tamaño como son las necesidades de los pueblos, sus sistemas de creencias y culturas identitarias. En ello, se juegan nuevas experiencias, conocimientos, aprendizajes y prácticas de las ciudadanías, para aproximarse a construir las paces en los territorios.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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