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Nigeria y Mali: el buen fútbol no tiene edad

Nigeria y Mali: el buen fútbol no tiene edad

Ambas selecciones llegaron a la final del Mundial Sub 17 simplemente porque eran mejores que alemanes, brasileños, franceses y croatas, igual de altos y corpulentos, pero a este nivel sin las herramientas tácticas para contrarrestar la natural habilidad y desparpajo de los africanos. La adulteración de edades parece haberse transformado en un mito. Uno de los tantos que rodean al continente negro.


Acabó el Mundial Sub 17 con una final a la altura de lo deseable. El público viñamarino gozó de un partido de gran vuelo técnico, felicitó a los justos vencedores nigerianos y a los dignos malienses derrotados y ni se acordó si Osimhen, Nwakali, Chukwueze, Diarra o Koita superaban la edad permitida.

Entremedio, la prensa averiguó con la FIFA y supo que desde hace un tiempo hay rigurosos controles de certificados de nacimiento y pasaportes (perfectamente vulnerables) y pruebas óseas (científicamente inviolables).

Al borde de la cancha, espectadores y periodistas comprobaron que nigerianos, malienses, guineanos y sudafricanos eran altos y potentes, pero no más que alemanes, franceses, belgas, estadounidenses, australianos y brasileños.

La diferencia residió en que ambos finalistas exhibieron más talento y desenfado con la pelota que sus rivales y un estado físico insuperable. En cambio, guineanos y sudafricanos también corrieron harto, pero remataron últimos en sus grupos, con un punto cada uno.

Pareciera entonces que el asunto va más por la calidad que por la edad. Si es que a estas alturas aún es posible que sigan colándose algunos chicos que no lo son tanto.

Para adentrarse lúcida y no estereotipadamente en este polémico tema, habrá que recordar que en el mundial Sub 20 de 1987, jugado en casa, ningún chileno se preguntó si los espigados pero inexpertos jugadores de Togo superaban en edad a los nuestros, que con dos goles de Lucas Tudor y uno de Camilo Pino les encajaron un 3-0 inapelable. Tampoco lo hicieron los penquistas que en el Estadio Regional de Concepción por esos mismos días fueron testigos del 4-0 propinado por Brasil a Nigeria.

Si en ese entonces los africanos ya hacían trampa con las edades, parece que poco importaba porque aún eran malitos. Las cosas como son: la pillería empezó a molestar al resto cuando se pusieron buenos.

Lo que se echa de menos en este debate es, entonces, análisis más prolijos y menos prejuiciosos. Empezando por repasar esta historia a través de los resultados, el mejor modo de separar la paja del trigo.

Por ejemplo: ¿por qué si los africanos siguen metiendo cuchufletas, no les resulta a nivel Sub 20, donde han vencido en apenas uno de los 20 mundiales?

¿Y por qué a nivel Sub 17 solo han vencido en siete de los 16 mundiales?

¿En qué quedamos? ¿Sólo están pasados en la edad cuando ganan y no cuando pierden? ¿Solo falsifican edades en la Sub 17 y no en la Sub 20?

Después de tanto debate facilista, pareciera que estamos llegando a concluir que la verdad es otra.

La experiencia de casi 40 años -desde que empezaron los mundiales menores con la cita Sub 20 de 1977, en Túnez- sugiere que el éxito relativo de los países africanos en las series menores obedece a un factor fácilmente comprobable, como acabamos de entrever los chilenos.

Desde que aprendieron a jugar en serio, los africanos han hecho primar en estas categorías su talento innato, su habilidad natural y su desenfado para moverse en la cancha que nace más de sus hábitos y formas de vivir que de la cátedra futbolística. Giran para el lado menos obvio, meten pases por donde al resto no se le ocurre, esquivan con una cintura propia de danzas rituales y patean con una fortaleza y precisión necesaria para cualquier cazador que quiera sobrevivir en la sabana y en la selva.

En las categorías más altas, en cambio, les cuesta más porque con el paso de un par de años, y estando al borde mismo de ingresar al fútbol profesional, sus rivales han adquirido la cultura táctica necesaria para contrarrestar esas cualidades naturales, poder dominarlas y vencerlas. Ayudados, justo es reconocerlo, porque los africanos no se han preocupado de crecer también en la estrategia.

Algo así le ocurre a los equipos grandes en Chile, que golean sin piedad en las series más infantiles y luego deben pelar el ajo para derrotar a sus antes inocentes adversarios que hasta se dan el lujo de derrotarlos y arrebatarles títulos desde la Sub 15 hacia arriba.

Al parecer, los africanos están conscientes del déficit. Entrevistas hechas a sus entrenadores presentes en nuestro mundial revelan que están diseñando programas para inculcar a los niños nociones de juego distintas de la mera habilidad, agilidad, velocidad y resistencia física que exudan por todos los poros.

Puede ser el paso faltante para que el África negra deje de ser la eterna promesa en los mundiales adultos y sea capaz de dar el zarpazo definitivo que le permita triunfar en todos los niveles.

Entretanto, los auténticos amantes del fútbol aprovechemos de gozar cada vez que podamos de exhibiciones como las que Nigeria y Mali dieron en este mundial. Un torneo que presagiaba ser funesto por las falencias de la Rojita y acabó siendo pura alegría gracias a estas gacelas venidas de un continente agobiado por problemas enormes y de toda índole, pero que en el fútbol han hallado un espacio lúdico para dar rienda suelta a su inagotable caudal de mágica creatividad.

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